El título
Independientemente de que luego, tras la lectura, sus novelas gusten más o menos, muchos de los títulos de Juan Marsé (Barcelona, 1933) son tan golosos que al oírlos se abre el apetito lector: Encerrados en un solo juguete, Últimas tardes con Teresa, La oscura historia de la prima Montse, Si te dicen que caí, El embrujo de Shanghai, Noticias felices en aviones de papel, etc. No extraña que, por su gracia poética o por lo que sugieren, hayan sido parafraseados decenas de veces en titulares de periódicos y en publicaciones diversas.
Por lo que se refiere al de la novela Últimas tardes con Teresa (1966), se recuerda con facilidad por cómo suena gracias a sus aliteraciones y por su significado, que apunta a la melancolía de una historia de amor que se acaba. Anticipa, por otra parte, el punto de vista predominante desde el que está escrita la novela, pues esas tardes son las últimas para quien las pasó con Teresa, en este caso, el protagonista, Manolo Reyes, apodado Pijoaparte.
El origen
En una entrevista concedida en diciembre del 2006, cuando la novela cumplía 40 años, Juan Marsé recordaba que la idea de escribirla “surgió cuando estaba en París, en 1960. El primer latido ocurrió a raíz de unas conversaciones con unas chicas francesas a las que se suponía que yo daba clases de español. Nos reuníamos una vez a la semana, y una de ellas se llamaba Teresa, hija de un pianista. Una muchacha guapísima en una silla de ruedas. Me escuchaban, les contaba cosas de Barcelona, de mi barrio, y noté en ellas una atención especial. Ése fue el germen de la novela. Capté que despertaba en ellas cierta fascinación por el arrabal cuando les hablaba de mis juegos infantiles en el Monte Carmelo con los chavales de cabezas rapadas, hijos de los inmigrantes del sur. […] La nostalgia del arrabal que yo veía en aquellas señoritas se combinó con el sentimiento que advertí en los exiliados con relación a España. Conocía a los exiliados […]; hablaban de la inminencia de una huelga general, decían que la caída del franquismo estaba a la vuelta de la esquina, que los trabajadores estaban bullendo… Ahí no me podían engañar, porque desde los 13 años yo había trabajado en una gran taller, donde había 30 operarios, y yo sabía cuáles eran sus aspiraciones: comprarse un reloj, una gabardina, un coche. Aquel romanticismo de la izquierda que veía el cambio al doblar la calle no se correspondía con la realidad” (“El Pijoaparte sería hoy un inmigrante del Magreb”, entrevista de Juan Cruz a Juan Marsé, El País, 4 de diciembre de 2006).
El epígrafe
Al frente de la novela figuran unos versos en francés, un poema de Baudelaire (no se citan ni el título ni la última estrofa). El poema se titula “El albatros“, y una de sus muchas traducciones al castellano dice:
A veces, para divertirse, los marineros
cazan albatros, grandes pájaros de los mares
que, indolentes compañeros de viaje, siguen
al barco que navega sobre los oscuros abismos.
Mas apenas arrojados en la cubierta,
estos reyes del cielo, torpes y avergonzados,
dejan sus grandes alas blancas,
como remos, caer a sus costados.
¡Qué débil es y qué inútil el alado viajero!
Él, antes tan hermoso, ¡qué feo y ridículo aparece!
Uno, con su pipa le quema el pico;
otro, cojeando, remeda al lisiado que volaba.
El poeta es como este príncipe de las alturas
que asedia la tempestad y se ríe de las flechas,
desterrado en el suelo, entre burlas,
sus alas de gigante le impiden andar.
[Traducción de Ana María Moix, 1966.]
La última estrofa no aparece citada en el epígrafe para no confundir al lector, así se consigue que el albatros no se identifique con los poetas, sino con cualquiera que fracase después de haber intentado llegar muy lejos. Con los versos colocados intencionadamente en el umbral del libro Marsé tal vez haya querido destacar la importancia del medio en que se vive para ser quien se es: un pájaro tan imponente mientras vuela por los aires como el albatros pierde su fuerza y su elegancia cuando baja a tierra. Lo mismo le ocurre (parece anunciar el autor) al protagonista de esta novela, que pasa de ser objeto de deseo a ser objeto de burla y pierde su arrogancia cuando se descubre que no es quien creían.
Tema
Si el tema más evidente de esta novela es la imposibilidad de éxito de una relación extremadamente desigual (por diferencias económicas, culturales, de origen, de clase social, etc.), el subtema dominante sería la crítica de la inautenticidad de las relaciones en una sociedad devota de las apariencias, la de la Barcelona de la década de 1950, en plena dictadura franquista. Es decir, en simbiosis con la falsa condición de novela romántica (personajes que, por amor, parecen querer luchar contra las barreras sociales que lo dificultan), se desarrolla el tema moral de la impostura (personajes que, por diferentes motivos, fingen ser lo que no son).
Argumento
La noche de la verbena de San Juan de 1956, Manolo Reyes (Pijoaparte), que vive en una barraca de la barriada del Carmelo de Barcelona, entra con decisión en el jardín de una casa particular del barrio de San Gervasio para asistir a una fiesta a la que no ha sido invitado. Ha llegado hasta allí en una moto cualquiera que ha cogido en una plaza del Guinardó. En la fiesta conoce a una muchacha, Maruja, que dice veranear en Blanes, “en la torre de sus padres”. Unos meses después, en septiembre, Manolo se encuentra por casualidad con Maruja en Blanes, junto a una mansión (la Villa) cercana a la playa, y esa noche entra furtivamente en su habitación y hacen el amor. Por la mañana, cuando descubre que Maruja es una criada de la Villa y no la hija de los propietarios, decepcionado, en un arrebato de furia la despierta a bofetadas. Sin embargo, se hacen novios y empiezan a salir juntos; Maruja llega a conocer el ambiente en que vive Manolo y, de paso, le va hablando de Teresa, la hija de los Serrat, la familia para la que trabaja. Meses después, a consecuencia de una caída, Maruja entra en coma y es ingresada en una clínica de La Bonanova. Teresa y Manolo se encuentran con frecuencia en la habitación de la paciente, salen a pasear juntos y van intimando. Teresa, una estudiante progresista, quiere creer que Manolo es un obrero con ideología política de izquierdas, aunque Luis Trías, un líder estudiantil, no acaba de creérselo, y Manolo, por su parte, que ni trabaja como obrero ni tiene conciencia política, prefiere no desengañarla para mantenerla interesada. Maruja muere en la clínica y Manolo es detenido por la policía por haber robado una moto. Al saber que Manolo ha sido detenido por ese motivo, Teresa, que no sabía que fuera un delincuente, se echa a reír como si la historia con él “fuese un chiste viejo y casi olvidado”. Dos años después, cuando sale de la cárcel, Manolo se entera por Luis de esa reacción de Teresa y de los nuevos derroteros por los que está llevando su vida.
Estructura
La novela está compuesta por veintidós capítulos (veintitrés si se cuenta el primero, una simple viñeta), cada uno de ellos precedido por un breve epígrafe tomado de autores diversos (Espronceda, San Juan de la Cruz, Pablo Neruda, etc.). Los veintidós capítulos se agrupan en tres partes que se corresponden con la división clásica (presentación, nudo y desenlace).
En la primera parte (cinco capítulos) se desarrollan los encuentros entre Manolo y Maruja, durante el verano y el otoño de 1956, en tres escenarios principales: el barrio de San Gervasio, donde vive Teresa; el Carmelo, donde viven Manolo y sus amigos (Bernardo, el Cardenal, Hortensia…), y la casa señorial de Blanes, la Villa, donde veranea la familia de Teresa y adonde acude por las noches Manolo para encontrarse furtivamente con Maruja.
La segunda parte, la más extensa (diez capítulos), transcurre durante el verano de 1957. Maruja ha sido ingresada en una clínica como consecuencia de una caída, Manolo y Teresa la visitan y el supuesto pretendiente de Teresa, Luis Trías, deja de ser un estorbo; estos hechos propician el progresivo y particular enamoramiento de Manolo y Teresa y sus escapadas al Carmelo y a las playas de los alrededores de Barcelona.
En la tercera parte (siete capítulos), se relatan los últimos encuentros de Manolo con Teresa a finales del verano del 1957, a veces solos o con los amigos de Teresa, a veces en la clínica ante la familia Serrat. Los escenarios en que se mueven los personajes se amplían por el Guinardó, las Ramblas, el Barrio Chino y Pueblo Seco. La muerte de Maruja, el abismo que se abre entre Teresa y Manolo, la denuncia de Hortensia y el encarcelamiento de Manolo ponen un amargo final a la historia.
Tanto la viñeta inicial como el último capítulo de la tercera parte presentan características propias. El cuadro descriptivo del principio funciona a modo de un salto en el tiempo, como una especie de anticipación cinematográfica (técnicamente se llama prolepsis): recoge el melancólico paseo de una solitaria y desigual pareja que avanza en la madrugada hacia un Floride blanco dejando atrás los restos de guirnaldas, farolillos y confetis de una verbena popular a la que asistirán Manolo y Teresa la noche del 11 de septiembre de 1957, pocas horas antes de enterarse de que Maruja acaba de morir. Capta con elegancia lírica el fin de fiesta, el fin del verano y (se descubre más tarde) el último momento de felicidad para Manolo junto a Teresa. En cuanto al último capítulo, se sitúa en el verano de 1959, dos años después de las últimas tardes pasadas con Teresa, cuando Pijoaparte sale de la cárcel y se encuentra en un bar, cerca de Las Ramblas, con Luis Trías, quien le cuenta cómo se había reído Teresa al enterarse de su detención. En ese momento el lector se acuerda del epígrafe inicial y piensa: “Teresa se ha reído de Manolo igual que los marineros se ríen del albatros que han cazado, el rey del cielo que ya no puede volar.”
Técnica
La novela utiliza un tipo de narrador omnisciente capaz de conocer lo que los personajes hacen, piensan (“Mal empezamos, chaval”, se dice a sí mismo Manolo), imaginan, desean, temen, recuerdan o recordarán en el futuro (“Era la madrugada del 12 de septiembre, recordaría la fecha por el desorden de flores y de besos que dejaron tras ellos, el triste abandono en que quedó todo”), un narrador que escribe la historia en 3ª persona sin disimular sus opiniones. Se trata de un narrador muy escrupuloso en el registro de ciertos datos (“El primer encuentro con Teresa Serrat tuvo lugar en la verja del jardín de su casa, en San Gervasio. Sucedió un jueves, a eso de las diez de la noche…”, pág. 77), pero con una fuerte tendencia al subjetivismo y a opinar muy libre y contundentemente sobre personajes y acontecimientos: “Con el tiempo, unos quedarían como farsantes y otros como víctimas, la mayoría como imbéciles o como niños, algunos como sensato, ninguno como inteligente, todos como lo que eran: señoritos de mierda” (pág. 232), concluye al hablar de los estudiantes que participaron en 1957 en los llamados hechos del Paraninfo.
En la narración predomina el punto de vista de Manolo y, muy en segundo lugar, en algunos momentos, el de Teresa. Sin embargo, en dos ocasiones por lo menos, el narrador cede la palabra a Maruja, que está inconsciente (en coma), para producir el efecto del monólogo interior: “…la fragancia del jardín esa noche […], fue durante un pequeño descanso después de distribuir y preparar otra bandeja de canapés (ya sabía yo que faltarían) pues me dije mira vamos a sentarnos un rato al borde de la piscina para verles bailar…” (pág. 205), rememora Maruja en un larguísimo párrafo separado del resto del texto por un espacio en blanco, igual que ocurre más adelante, al final del capítulo dieciocho: “…mientras se dejaba caer muy despacio a los pies del elegante desconocido…” (pág. 273). El uso de esta técnica, que en un primer momento puede desconcertar por el desorden con que se engarzan las imágenes evocadas, permite, en teoría, conocer de manera más fidedigna los pensamientos más ocultos del personaje, aquello que no se atreve a reconocer conscientemente, y, a la vez, al insistir en episodios ya conocidos desde el punto de vista de Manolo, dar cabida a otra perspectiva (enfoque múltiple). No son estos los únicos fragmentos en los que emerge al exterior el mundo interior de los personajes: en varios pasajes, el narrador deja entrever las fantasías heroico-eróticas de Manolo en las que se ve a sí mismo como un héroe que salva de cualquier peligro a la heroína de sus sueños o en los que la imagen de Teresa se confunde con la de la actriz Jean Simmons en una imaginaria Teresa Simmons o con la de la hija de los Moreau, su primer amor en la igualmente imaginaria Teresa Moreau.
Todo eso no obsta para que en algún momento el narrador aparque a sus personajes y describa con rigor cómo se formaron los enjambres de barracas del Carmelo (capítulo tres de la primera parte) o se explaye con severidad sobre la naturaleza del incipiente movimiento estudiantil (capítulo primero de la tercera parte).
Un aspecto sobresaliente de este narrador es su capacidad para captar y retratar a sus personajes con trazos no abstractos, sino muy visuales y plásticos, y para señalar aspectos físicos que parecen reveladores de la personalidad de cada uno; por ejemplo, cuando se refiere al bigotito franquista de Oriol Serrat o a las piernas de tobillos anchos de su esposa. En ambos casos, como en muchos otros, el narrador manifiesta una fuerte tendencia a la ironía y a desvelar con humor sarcástico el aspecto más ridículo de algunos personajes y situaciones.
La acción principal se desarrolla a lo largo de poco más de un año (desde junio de 1956 a septiembre de 1957), con predominio de la linealidad cronológica (los hechos se cuentan siguiendo el orden en que ocurrieron), con algunas excepciones, básicamente para reconstruir momentos del pasado (analepsis): la infancia de Pijoaparte en Ronda (Málaga), la amistad de adolescencia de Maruja y Teresa en Reus, los recuerdos de cuándo se conocieron Manolo y Maruja, etc. Por no hablar de la anticipación temporal de la viñeta del principio ni del salto temporal a septiembre de 1959 del último capítulo.
El Carmelo
Muchos novelistas han inventado un territorio mítico donde situar sus sagas (Faulkner, Yonakpatawpha; García Márquez, Macondo; Onetti, Santa María, etc.), pero a Juan Marsé no le ha hecho falta inventarlo. Como aclara en la entrevista citada, ha recordado los años de su infancia y adolescencia correteando por entre el Carmelo y el Guinardó y ha ido situando allí algunas de sus historias más punzantes de los años 40 y 50 del siglo pasado.
El barrio del Carmelo aparece descrito en Últimas tardes con Teresa como un barrio pobre y digno, formado por un enjambre de barracas autoconstruidas a lo largo de los años, a medida que iban llegando nuevos inmigrantes. Un barrio de aluvión que acogía a todo el que llegaba (“El barrio está habitado por gentes de trato fácil, una ensalada picante de varias regiones del país, especialmente del Sur”, pág. 25), en el que, sin embargo, en medio de la pobreza, el hambre y las calles enfangadas, quedaban resquicios para los sueños como un mecanismo necesario para no rendirse a la dureza del vivir: “En los grises años de la postguerra, cuando el estómago vacío y el piojo verde exigían cada día algún sueño que hiciera más soportable la realidad, el Monte Carmelo fue predilecto y fabuloso campo de aventuras de los desarrapados niños de los barrios de Casa Baró, del Guinardó y de La Salud” (pág. 24). Sin embargo, aunque el Carmelo no diste mucho de San Gervasio (unos siete kilómetros), entre ambos barrios se levanta una impenetrable barrera económica y social, muy perceptible para algunos. Así, “para la señora Serrat, el Monte Carmelo era algo así como el Congo, un país remoto e infrahumano, con sus leyes propias, distintas” (pág. 138): para ella, saber que Manolo vive en el Carmelo basta para suponer que es un “desvergonzado” y para pedirle a su hija que lo olvide.
Personajes
En Últimas tardes con Teresa Marsé presenta dos mundos contrapuestos: el mundo de la burguesía catalana, caracterizado como un mundo de pijos prejuiciosos, clasistas y relamidos, al que pertenecen Teresa, su familia y sus amigos (Luis Trías, Mari Carmen Bori, etc.) y el mundo del Carmelo, al que pertenecen inmigrantes (identificados genéricamente como murcianos o, más despectivamente, como xarnegos) que viven precariamente como Manolo y otros seres marginales, muchos de los cuales viven al borde o inmersos en la delincuencia (el Cardenal, Hortensia, Bernardo, las hermanas Sísters, etc.); por otro lado estarían Maruja y su familia, inmigrantes pero con trabajo estable al servicio de la burguesía, por lo que sirven de nexo entre ambos mundos (Manolo llega a conocer a Teresa gracias a Maruja).
El personaje de Manolo, aunque puede recordar a algunos protagonistas de la novela picaresca por su descaro, su gusto por vestir con elegancia, su carácter bronco y su facilidad para mentir, por sus orígenes humildes, por haber nacido en provincias y por su aspiración a ascender socialmente en la gran ciudad está emparentado con Julien Sorel (el protagonista de Rojo y negro, de Stendhal), con Eugène de Rastignaç (personaje de Papá Goriot y La piel de zapa, novelas de Balzac) e, incluso, según palabras del propio Marsé, con Jay Gatsby (de El gran Gatsby, de Scott Figtzeral) como “tipo que se fabrica a sí mismo”). Manolo puede ser violento (maltrata a Maruja, golpea brutalmente a Bernardo, entra en cólera con facilidad…), machista, roba motos para vendérselas al Cardenal, se juega a las cartas el dinero que no tiene, va dejando deudas a sus espaldas y más que buscar trabajo trata de dar el braguetazo, aunque, como señala Marsé, no sea el típico braguetero, y, sin embargo, a pesar de estos defectos, hay en él restos de inocencia, de decisión y de autenticidad capaz de, a partir de cierto momento, cautivar a Teresa, que llega a valorarlo por encima de sus amigos universitarios, más ricos, más cultos y… tan o más farsantes. Su capacidad para mentir sobre sí mismo llega a ser asombrosa: “Trabajo en los negocios de compraventa de mi hermano. Compraventa de coches” (pág. 155). Su obsesión por Teresa no le impide admitir para sí que la suya es una historia sin futuro, condenada de antemano. Manolo no se hace muchas ilusiones. En algún momento, incluso, se plantea contarle la verdad a Teresa: “¿Y si le hablara?…” (pág. 262).
Teresa, rubia de ojos azules, rasgos físicos que tanto le atraen de ella a Manolo, que es moreno, no es imagen de la bella cruel y despiadada, sino una joven universitaria perteneciente a la burguesía catalana, arrastrada por los incipientes movimientos estudiantiles de la época y fascinada algo ingenuamente por Luis Trías. No ve contradicción ninguna entre leer a Simone de Beauvoir, que predica la liberación de la mujer, y, al mismo tiempo, entretenerse con la revista Elle (“revista femenina de moda, belleza y cocina”), que es un escaparate de la mujer objeto, como tampoco entre considerarse de izquierdas y conducir con desparpajo un Floride blanco, símbolo de lujo. Quizás para diluir esas contradicciones prefiere creer que Manolo es un obrero comprometido con la lucha antifranquista, aunque ante su padre sea capaz de negar que lo conoce como San Pedro a Jesucristo (“Apenas lo conozco, papá…”, pág. 185) o como el mismo Manolo había hecho previamente cuando ella fue a avisarle del accidente de Maruja (“Yo no tengo novia. No conozco a ninguna Maruja”). Incluso con sus vaivenes, Teresa, caracterizada como una joven idealista, capaz de tener amistades con gente que escandaliza a los de su clase, empieza a madurar cuando sufre un enorme desencanto ante la impotencia y la pedantería de Luis Trias, en quien había confiado inicialmente. En el plano intelectual demuestra una honestidad muy superior a sus compañeros de grupo cuando admite, muy significativamente, preferir a Balzac y al personaje de Rastignac por encima de otros novelistas de moda (pág. 239).
Maruja, ingenua, confiada y sumisa, cree en Teresa como en una amiga fiel a pesar de la diferencia social y cultural y, aunque Manolo la maltratara, quiere creer en él como alguien que puede rectificar y enderezar su vida. Tampoco ella está idealizada ni se libra de incurrir en mentiras cuando Manolo le pregunta si veranea en la torre de sus padres o cuando no desmiente a Teresa que le pregunta por las reuniones clandestinas del supuesto comunista. En todo caso, su función en la novela es clara: es quien presenta a los dos personajes principales y quien alienta, sin advertirlo, el interés de Teresa por Manolo.
El Cardenal es hombre experimentado, maniático y turbio que, además de los negocios de compraventa de motos robadas, parece ocultar muchos secretos, de ahí la atracción que parece inspirar en Manolo y en otros jóvenes del barrio. Aunque había ejercido un cierto poder sobre Manolo, a partir de cierto momento, viendo que este se le escapa y no se somete a sus deseos, empieza a adoptar un papel elusivo que será determinante para que Hortensia, una versión pálida y desvaída de Teresa, trate de tejer una red de dependencias y deudas con la que atrapar sentimentalmente a Manolo, pero como no lo consigue no duda en delatarlo a la policía.
Otro personaje que cumple un cierto papel decisivo, aunque involuntariamente, en la decantación de Teresa por Manolo es Luis Trías (gracias al desengaño erótico que sufre con él, Teresa empieza a desear a Manolo) en quien el narrador se ceba con sarcasmo presentándolo como impotente y como un ser superficial, izquierdista de pacotilla, incapaz de superar su clasismo ni la repugnancia teñida de celos que le despierta Manolo. En el último capítulo, ya convertido en un alcohólico sin remedio, cuando le cuenta a Manolo que Teresa se había reído de él, parece disfrutar malévolamente y vengarse de los antiguos golpes recibidos de alguien a quien considera inferior.
Bernardo, ocioso, débil y manipulable, es un personaje característico del entorno semidelictivo en que se mueve Manolo, con quien tiene una relación de dependencia hasta el momento en que se casa con Rosa y pasa a depender de ella; luego, abrumado por la vida matrimonial, se va degradando por el alcoholismo (curiosamente, igual que Luis, que pertenece a una clase social tan distinta) hasta convertirse en una sombra de sí mismo. Manolo utiliza su nombre para hacerle creer a Teresa falsamente que tiene amigos muy comprometidos políticamente, lo que resulta una cruel ironía muy alejada de la realidad.
En fin, para Marsé los personajes no pueden ser de una manera simplista moralmente buenos o malos por el hecho de pertenecer a un determinado grupo social. Es cierto que los personajes del mundo burgués están presentados negativamente y, algunos, como moralmente desagradables, pero, en contrapartida, tampoco los personajes de clase baja como Manolo resultan ejemplares. Cada personaje tiene su matiz. Marsé sabe muy bien que si un novelista busca la verosimilitud no puede construir personajes maniqueos ni tampoco planos, idénticos a sí mismos de principio a fin. Tanto Manolo, como Teresa, como el mismo Luis pasan por diferentes fases, son personajes vivos que van cambiando a medida que van experimentando fracasos.
Humor
El humor que impregna las páginas de la novela se manifiesta bajo diferentes mecanismos: el tono irónico del narrador, los juegos paródicos, los errores lingüísticos, las situaciones contradictorias, etc. Se trata de un tipo de humor que busca desenmascarar a los personajes (la mayoría, farsantes), desmitificar las modas intelectuales y, a veces, incidir en la crítica social. Sus manifestaciones son variadas, por ejemplo, a través de las descripciones de los padres de Teresa, cargadas de sentido político. De Oriol Serrat se destaca con ironía su bigotito franquista (“han querido eternizar su juvenil adhesión a la victoria con el fino, coqueto, bien cuidado y curiosamente recortado bigote ibérico”) y de Marta Serrat, su pierna, “símbolo de un sentido práctico y de una sólida virtud monserratina”.
Otras manifestaciones humorísticas más evidentes son las derivadas de la falsa presunción de que Pijoaparte es un hombre comprometido políticamente; por ejemplo, algunos momentos relacionados con el panfleto que Pijoaparte se compromete a imprimir sin tener noción de cómo hacerlo (el episodio termina de manera pijoapartesca en la terraza de un edificio de Pueblo Seco, adonde llega Manolo con la intención de ir por lana y solo consigue salir trasquilado) o cuando Teresa le habla a Manolo de Bertolt Brecht como si lo más natural del mundo fuese que un personaje apenas escolarizado como Manolo tuviese que estar muy ducho en el teatro de Brecht.
No falta el humor basado en los usos o registros lingüísticos. En la primera escena, el mismo Manolo, consciente a su manera del significado de los registros lingüísticos, para impresionar a Maruja porque todavía no sabe que ella es una criada, utiliza varias veces la palabra “realmente” (cree que es palabra más propia de gente rica), y su manera de darse importancia con esa palabra lo vuelve ridículo. Otras situaciones de la novela se vuelven humorísticas como consecuencia de equívocos basados en el desconocimiento de ciertas palabras. Cuando Manolo oye a hablar a los estudiantes de una máquina para imprimir panfletos entiende “lipotimia”, y no linotipia, que es una palabra que no conoce. Y cuando Teresa le habla de los pecés (palabra del argot político de la época para referirse a los miembros del Partido Comunista, PC), Manolo cree que se está refiriendo a peces de colores (pág. 158).
Abundan los juegos de intención paródica con nombres híbridos: con el nombre de Maruja (en diminutivo, como en la actriz Marujita Díaz, famosa en la época) y el apellido de Simone de Beauvoir se forma el híbrido Marujita de Beauvoir (un notable contrasentido que amalgama el nombre de una mujer sumisa y el de una feminista de pro), “compañera envidiable de Manolo Sartre o Jean Paul Pijoaparte” (pág. 127), formado por mezclar el nombre de Manolo con el de Jean Paul Sartre, filósofo y compañero sentimental de Simone de Beauvoir. De hecho, el nombre de Simone de Beauvoir llega a producir en otro momento el híbrido Teresa de Beauvoir. Otra broma onomástica consiste en llamar Maria’s Julian Jazz, a un grupo de jazz (broma a cuenta del filósofo Julián Marías). En todos estos casos queda claro que el narrador no se toma muy en serio, por diferentes razones, ni a Jean Paul Sartre, ni a Simone Beauvoir ni a Julián Marías, y los considera poco más o menos que charlatanes.
Tampoco faltan las alusiones que parodian referencias de contenido religioso: “Teresa veía, tocaba y luego creía” (pág. 279), alusión al episodio en que Santo Tomás necesitó tocar a Jesucristo para aceptar que había resucitado. O cuando Manolo reza “una oscura oración”: “¡Tere mía, rosa de abril, princesa de los murcianos, guíame hasta la catalana parentela” (pág. 319), en que se alude paródicamente al Virolai, o el nombre, menos irreverente, pero algo gamberro del grupo musical que actúa en el baile popular, el Trío Moreneta Boys. Sin que falten bromas a costa de la literatura reaccionaria: la obra Eugenio o la proclamación de la primavera, de Rafael García Serrano, autor franquista, se convierte aquí en Manolo o la proclamación erótico-social de la primavera (pág. 319).
Pero, en fin, si el sentido del humor empieza por uno mismo, Marsé demuestra en esta novela que sabe reírse de sí mismo, y así llama Marsé al pellizcón (pág. 252) que va por las salas de baile pellizcando el trasero de las mujeres y desapareciendo rápidamente.
Algunas referencias históricas y culturales
El principal acontecimiento histórico al que se alude en varias ocasiones en la novela y que tiene un valor central para entender la decantación ideológica de Luis, de Teresa y de otros estudiantes de su entorno es la protesta estudiantil de 1957, los llamados “sucesos del Paraninfo” de la Universidad de Barcelona, ocurridos el 18 y el 19 de febrero de 1957, cuando se arrojaron a la calle retratos de Franco y de José Antonio Primo de Rivera (el Gobierno replicó cerrando temporalmente la universidad). Esos disturbios habían tenido dos precedentes a los que se alude también en la novela: los llamados sucesos de 1956 ocurridos en Madrid (“En febrero de 1956, después de la suspensión de un Congreso de Estudiantes en Madrid, los ánimos estaban excitados, hubo un choque, sonó un disparo, y un joven cayó al suelo gravemente herido. Luis Trías, que por esas fechas estaba en Madrid […] fue detenido y sufrió seis meses de cárcel”, pág. 230), y las protestas de los estudiantes de Barcelona en octubre de 1956 contra la dictadura de Franco, en las cuales desempeña un cierto protagonismo Luis Trías, ya cargado con la aureola de preso franquista.
Algunas referencias culturales tienen que ver con obras y autores prohibidos por la censura franquista y leídos por los jóvenes izquierdistas en traducciones o en ediciones latinoamericanas que llegaban a España clandestinamente, como la poesía de Nazim Hikmet o los ensayos de Simone de Beauvoir (El pensamiento político de la derecha). El mismo sentido de identificación con el pensamiento de izquierdas tiene la referencia a los discos de Atahualpa Yupanqui, cantante argentino, o a películas prohibidas por la censura como El acorazado Potenkim, uno de los clásicos del cine ruso revolucionario. Pero si estas son las referencias culturales que interesan a los universitarios antifranquistas de la época, a Manolo le va más otro tipo de cosas, por ejemplo, la actriz Jean Simmons, su mito erótico, en películas como La isla perdida (Manolo la evoca obsesivamente en la playa de Castelldefels mientras imagina un híbrido entre Teresa y la actriz, una imaginaria Teresa Simmons). De hecho, una película que ven juntos, ¡Viva Zapata!, protagonizada por Marlon Brando, sirve de punto de extraña confluencia de sus gustos cinematográficos: Teresa, tan voluntariosa como ilusa, trata de ver en Zapata un posible precedente de un Pijoaparte revolucionario mientras que Manolo se fija en Marlon Brando como un seductor de quien aprender (“aprende, chaval”, se dice).
Otras ecos culturales se utilizan como elementos de cariturización de los universitarios de la época. Por ejemplo, en la conversación de los estudiantes en un bar del Barrio Chino (llamado pomposamente Saint-Germain-des.Prés) se alude a la caza de brujas del senador McCarthy, pero como de esa conversación sólo nos llegan algunos fragmentos que consigue atrapar Manolo, sin entenderlos muy bien, McCarthy aparece mencionado como Marcaci y Ethel Greenglass Rosenberg, víctima del mccartismo igual que su marido, aparece calificada por error (atribuible al estudiante que lo dice o a Manolo que cree escucharlo) como “un hijoputa llamado Greenglass”. En ese mismo contexto paródico, se alude a Balzac y a otros grandes novelistas del siglo XIX, de forma burda propia de ignorantes sabihondos: “En general, puede decirse que el novelista del siglo XIX fue poco inteligente” (idiotez a la que Teresa, con más sensatez e inteligencia que sus amigos, responde que ella prefiere Balzac a López Salinas, novelista que, según parece, preferían sus contertulios por simple devoción a la moda).
Todas estas alusiones ayudan a conocer mejor la época y el pensamiento de los jóvenes universitarios de entonces, aunque, de hecho, alguna otra tenga un disculpable carácter anacrónico: el Felipe, movimiento de izquierdas, que se cita en la pág. 115, no había sido fundado todavía; lo sería algo después, en 1958, y el Renault Floride, coche de lujo, no se fabricaría hasta 1958. Pero, obviamente, no se puede leer una novela como si fuera un libro de historia, el hecho de que aparezca aquí o allá un pequeño anacronismo no representa ningún demérito literario. En cambio, la portada de la revista Elle en la que Teresa apoya su rodilla (pág. 319) sí que se corresponde a la de aquel tiempo, como puede comprobarse en la siguiente ilustración.
Comentario
En uno de los poemas de Moralidades (1966), “Barcelona ja no és bona, o mi paseo solitario en primavera”, el poeta Jaime Gil de Biedma, amigo y, por aquella época, mentor literario de Marsé, recoge su experiencia de un paseo por Montjuïc y expresa un deseo:
[…] Sólo montaña arriba, cerca ya del castillo,
de sus fosos quemados por los fusilamientos,
dan señales de vida los murcianos.
Y yo subo despacio por las escalinatas
sintiéndome observado, tropezando en las piedras
en donde las higueras agarran sus raíces,
mientras oigo a estos chavas nacidos en el Sur
hablarse en catalán, y pienso, a un mismo tiempo,
en mi pasado y en su porvenir.
Sean ellos sin más preparación
que su instinto de vida
más fuertes al final que el patrón que les paga
y que el salta-taulells que les desprecia:
que la ciudad les pertenezca un día. […]
Que la ciudad les pertenezca un día… Ese mismo deseo de integración y de mestizaje de los inmigrantes con la población autóctona lo defendía Marsé y lo encarna Pijoaparte. Sin embargo, Pijoaparte fracasa porque las uvas que él quiere comer, como las de la fábula clásica, estaban demasiado verdes, y no poder comer las uvas lo convierte en un perdedor… aunque ya fuera desde el principio un soñador que dudaba y que no acababa de creer del todo en su sueño de casarse con Teresa.
El cortejo de Manolo a Teresa, dos personajes opuestos en tantos aspectos, sobre todo en su condición social, sigue una fórmula clásica que, a veces, rige en las historias de amor: la ley de atracción de los contrarios. Aunque Marsé prefiere hablar de la nostalgia del arrabal, los franceses tienen una expresión, la nostalgie de la boue (la nostalgia del barro), que podría alegarse igualmente para explicar el encaprichamiento de Teresa por Manolo. Se define esa nostalgia como el gusto por lo más bajo y primitivo, por aquello que la clase media detesta y que la burguesía biempensante trata de prohibir a sus vástagos. Teresa, por impulso rebelde, tiene la tentación de diferenciarse, de acercarse a lo prohibido, pero su impulso se revela poco consolidado, pues luego, cuando encarcelan a Manolo, no le alcanza el coraje suficiente para defender sus sentimientos, renuncia y vuelve al redil familiar.
Que el matrimonio entre Teresa y Manolo no tendrá lugar se sabe antes de leer el libro: se anuncia en el título (si son las últimas tardes con Teresa, esto significa que la historia se acaba, que no continúa) y se anuncia en el epígrafe, como se dijo más arriba. Pero también lo señala el narrador en una imagen hermosísima en la primera página de la novela: “Hay en el caminar de la pareja el ritual solemne de las ceremonias nupciales, esa lentitud ideal que nos es dado gozar en sueños” (pág. 11). En esa escena, que anticipa el final, el narrador está avisando indirectamente de que Teresa y Manolo no llegarán a casarse, pues caminan con la lentitud con que se camina en los sueños, no en la realidad. Sin embargo, del fracaso algo se aprende, y el lector tiene la sensación de que así pasará con estos dos personajes; Teresa, por ejemplo, parece que, al final, después de haberse decepcionado de sus compañeros universitarios y de haber superado su “nostalgia del arrabal” se ha buscado nuevas amistades (su primo de Madrid…) muy alejadas del Carmelo y de ciertas veleidades intelectuales. En cuanto a Manolo, se diría que su humor se ha vuelto más amargo (cuando Luis le pregunta al final qué tal le ha ido, le responde que no le ha ido mal, que ha estado de viaje), pero no ha perdido la dignidad ni la entereza, y la maliciosa confirmación por parte de Luis de lo que Manolo ya intuía, que Teresa lo había olvidado, “no podía afectarle para nada, porque siempre […] la había llevado escrita en sus ojos sardónicos de una manera cruel e irrevocable” (pág. 330). Es decir, Luis sabe perfectamente que Manolo puede decir mil embustes, pero, al contrario que él y otros progresistas de pacotilla (o que la misma Teresa, que tiene mejor voluntad) no se engaña a sí mismo. Y es ese, precisamente, uno de los temas de la novela, la diferencia entre el engaño y el autoengaño. Todos mienten, pero hay muchas formas de mentir y de mentirse. Hortensia traiciona al Cardenal cuando le da dinero a Manolo y después traiciona a Manolo cuando lo denuncia por despecho. Incluso Maruja, que tiene menos pretensiones que otros, no duda en mentir por omisión cuando Manolo, creyéndola rica, empieza a cortejarla, y no le saca de su error hasta que no tiene más remedio. Las mentiras de Teresa, de Luis y de otros personajes de su entorno son de la categoría de autoengaños; todos, por esnobismo o moda, se fingen más progresistas de lo que en realidad son. Manolo en principio no pretende hacer creer a Teresa que él es un obrero comprometido, pero viendo que ella le atribuye un oficio y un compromiso político que no tiene, él se deja querer y acepta el juego por conveniencia. Esto no significa que se salve de la quema general. Bastaría, si no fuera suficiente con lo dicho en su contra, recordar que su menosprecio de los sentimientos de Hortensia le cuesta la cárcel, pero, sobre todo, que su cobardía al huir de la habitación en que deja a Maruja inconsciente no puede ser redimida cuando en la clínica recrimina a Teresa de manera farisaica que no hubiesen llevado a Maruja antes al médico. De todas maneras, si Manolo y Teresa no quedan bien parados en la novela, tampoco los retratos de la familia Serrat, tan estirada y clasista, y el del grupo de universitarios (especialmente, el líder estudiantil, Luis) resultan complacientes. Marsé no parece hacerse ilusiones ni casarse con nadie. Se entiende, pues, que cuando escribió esta novela no pretendiera gustar a todos los lectores; sabía que algunos se incomodarían con él. No le importaba; él es un espíritu libre que no pretende gustar a los demás sino ser fiel a su manera de ver el mundo y de entender la literatura. Quería mostrar su visión de la Barcelona de los años 50 (y al que le pique, que se arrasque, parece decir), el tejido de mentiras, de autoengaños y de desigualdades sociales sobre el que se erigía la convivencia en la ciudad en aquellos años. Resulta admirable, por ejemplo, que Marsé, hombre de izquierdas, no se pliegue a la visión esperanzada, benevolente, algo cándida y optimista del movimiento estudiantil que solía tenerse desde la izquierda oficial y deje a su narrador calificar el movimiento estudiantil de la época con una expresión rotunda: “señoritos de mierda”,
La autenticidad del narrador a la hora de hablar sin tapujos de lo que no le gusta es uno de los aspectos más reconfortantes de la obra, pero ni mucho menos el único valor destacable. Es admirable, por ejemplo, su penetración a la hora de plasmar la psicología y las reacciones de sus personajes a través de gestos o de movimientos corporales. Esta cualidad la comparte Manolo, quien intuye, en su primer encuentro nocturno en la Villa, que Maruja se le entregará pese a estar amenazando con gritar, cuando observa, “a pesar de la oscuridad, el gesto que hizo de llevarse los dedos a la nuca para atusar sus cabellos” (pág. 43).
Este tipo de observaciones, tan frecuentes en la novela, sirve para valorar la obra más que por la crítica social que contiene por la verdad humana que muestra. En este sentido, valdría la pena destacar la primera escena en la clínica entre Teresa y Manolo, a la que ya hemos aludido, cuando él se debate entre sentimientos y sensaciones muy complejas y contradictorias. hasta el punto de que al sentir la mano de Teresa en su hombro, “y ante el temor de que la ternura o la compasión acabaran por jugarle una mala pasada, concentró su impulso vital, reprimido durante tres días a causa del miedo y de los remordimientos, en un arrebato de indignación” (pág. 146). La escena, de extraordinaria tensión, se queda grabada largamente en la memoria.
De hecho, esa escena tan intensa sirve, como otras, para darle la razón a Marsé, quien, en una nota a la 7ª edición, en febrero de 1975, destacaba algunas imágenes de la novela que le seguían produciendo placer estético “como la de Teresa en su jardín de San Gervasio, avanzando hacia Manolo con el pañuelo rojo asomando por el bolsillo de su gabardina blanca y con una temblorosa disposición musical en las piernas. Y al Cardenal sentado en su sillón de mimbres color naranja, con su raído batín y su bastón, decoroso y pulcro, espiando la vida efímera de un músculo dorsal del murciano…”. Si no bastara con esas imágenes para subrayar la plasticidad de los detalles utilizados para impresionar la sensibilidad del lector, se podría recordar el penúltimo capítulo de la novela en que Manolo, “apretando entre sus muslos las ardientes caderas del depósito de gasolina” de una Ducati, cabalga épicamente en medio de la noche hacia la Costa Brava hasta el momento en que la policía, con una escueta palabra (“Documentación”), frena sin contemplaciones el vuelo del albatros de su ambición…
En definitiva, la novela cumplió ya 50 años y aguanta bien el paso del tiempo. Más que por las vicisitudes del argumento, que tiene tintes melodramáticos (aunque, todo lo contrario que aquí, en los folletines el galán pobre que seduce a la muchacha rica acaba saliéndose con la suya por su heroísmo, su emprendeduría o sus habilidades como arribista), la novela debe valorarse por sus cualidades literarias. Es verdad que algunas alusiones de época pueden parecer excesivas (por ejemplo, las digresiones sobre el movimiento estudiantil) o que algunas reacciones de Manolo pueden resultar insoportables y políticamente incorrectas para un lector contemporáneo (aunque el lector, obviamente, no tiene que compartirlas), pero los méritos de la novela (la honestidad del narrador, su humor irresistible, la plasticidad de algunas imágenes, la complejidad con que están analizadas algunas emociones, etc.) compensan ampliamente sus posibles defectos. A estas alturas, Juan Marsé lleva casi 60 años en el oficio y goza de buena salud literaria. ¡Que dure!
F. Gallardo
[Todas las citas de la novela corresponden a la 25ª edición de Seix Barral, Barcelona, febrero de 1996.]