Una jaula fue en busca de un pájaro

Franz Kafka, “Tú eres la tarea”. Aforismos. Edición, prólogo y comentarios de Reiner Stach. Traducción de Luis Fernando Moreno Claros. Barcelona, Acantilado, 2024.

Franz Kafka, “Tú eres la tarea”. Aforismos

Cuando me planteo comentar este aforismo de Kafka, “Una jaula fue en busca de un pájaro”, me vienen a la memoria por asociación léxica composiciones literarias en que aparecen jaulas y pájaros. Me acuerdo de una balada bengalí recogida por Rabindranath Tagore en su novela Gora:

Vuela a la jaula el ave extraña,
no sé de dónde vendrá.

No logra mi mente encadenarla,
no sé adónde irá.

Pero no tardo en descartar la asociación, pues, al margen de la intención lírica de la balada, ni el ave —encarnación de un espíritu inquieto o de un sentimiento inestable que va y viene— ni la jaula —imagen de la comprensión racional de los sentimientos— pueden asimilarse a los de nuestro aforismo.

Circunstancias del autor y contexto

En agosto de 1917, después de haber sufrido dos vómitos de sangre, a Franz Kafka se le diagnosticó un brote de tuberculosis y, al cabo de pocas semanas, a mediados de septiembre, se instaló en Zürau (un pueblecito checo que hoy se llama Sirem), en el noroeste de Bohemia, a dos horas de tren desde Praga, en una granja agrícola regentada por su hermana Ottla. Había obtenido una baja laboral por enfermedad y la fue renovando hasta finales de abril de 1918, fecha en que volvió a Praga para reincorporarse a su trabajo en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo. Durante esos ocho meses de vida campestre su estado de salud había mejorado, había roto definitivamente su compromiso con su prometida Felice Bauer y algunas de las ideas que le ocuparon entonces se habían ido plasmando en las anotaciones conocidas posteriormente como aforismos de Zürau.

Franz Kafka había conocido a Felice Bauer el 13 de agosto de 1912 en Praga, en casa de su amigo Max Brod, y no tardó en encontrar en esa relación sentimental acuciantes estímulos para la escritura. La primera carta que le escribió (ella vivía en Berlín) está fechada el 20 de septiembre de 1912, y la última, el 16 de octubre de 1917, un mes después de haberse instalado en Zürau. Las 502 cartas de Kafka a Felice conservadas ocupan 792 páginas en la primera edición española de Alianza Editorial (1977); las de Felice Bauer a Franz Kafka no se han conservado. En El otro proceso de Kafka, Elías Canetti analiza con rigor admirable el contenido de esas cartas para iluminar con fundamento los vínculos entre la vida sentimental del autor y la evolución de su obra literaria.

Si la correspondencia con Felice Bauer había sido para Kafka un acicate para escribir (sobre todo al principio), una vez instalado en Zürau parece decidido a tomar otro rumbo y a empezar una nueva etapa. La primera entrada de su diario escrita en Zürau es significativa de este cambio de orientación:

15 de septiembre de 1917. Hasta cierto punto, ahora tienes la posibilidad, si realmente existe tal posibilidad, de comenzar. No la desperdicies. Si quieres penetrar en ti mismo, no podrás evitar tanta suciedad que te desborda. Pero no te revuelques en ella. Si, como tú mismo dices, la herida de tus pulmones solo es un símbolo, un símbolo de la herida cuya inflamación se llama Felice, y cuya profundidad se llama justificación, si eso es así, entonces también son símbolos los consejos médicos (luz, aire, sol, reposo). Agarra ese símbolo.

De esa entrada vamos a retener la repetición de la palabra símbolo, porque tendremos que recurrir a ella para comentar nuestro aforismo, pero, antes, aportemos otras circunstancias para contextualizar con más datos el nacimiento de los aforismos.

Franz Kafka, cuando ya llevaba una semana en Zürau, recibió la visita de su prometida Felice Bauer, concretamente los días 20 y 21 de septiembre (había recorrido una distancia de treinta horas en tren para verlo e interesarse por su salud). El encuentro entre ambos no sirvió para fortalecer el curso de sus relaciones. Poco después de ese encuentro, Kafka todavía le escribió dos cartas más a Felice, una el 30 de septiembre y otra, la última (“Queridísima Felice…”), el 16 de octubre de 1917, y el compromiso entre ellos dos acabaría rompiéndose definitivamente en Praga en las Navidades de ese mismo año, cuando se encontraron por última vez.

Al llegar Kafka a Zürau ya estaba prácticamente agotada su febrilidad por escribirle a Felice. Podría pensarse entonces que su necesidad perentoria de escribir se encauzaría en su diario, pero no fue así: las entradas en su diario durante su estancia en Zürau son escasas y escuetas. Incluso cuando Max Brod le pregunta por carta el 4 de octubre de 1917: “¿Escribes algo?”, Kafka, dos días después, contesta: “No estoy escribiendo. Mi voluntad no me lleva a escribir”. E incluso, el 18 de octubre, la entrada de su diario no puede ser más escueta ni más rotunda: “Romper todo”. Pero, al día siguiente (el 19 de octubre), empieza a escribir, aparte, una serie de anotaciones: los llamados póstumamente aforismos de Zürau.

La palabra aforismo nació en la Antigua Grecia para designar los preceptos médicos de Hipócrates (“Que tu medicina sea tu alimento y el alimento tu medicina” es uno de los más conocidos, muy afín, por cierto, a los principios naturistas de Kafka), aunque, de hecho, filósofos presocráticos como Heráclito ya habían utilizado anteriormente fórmulas sentenciosas y oraculares equivalentes, y más tarde, la palabra fue ampliando su uso y su significación en la literatura y en la filosofía. Así que la flexibilidad formal que ha alcanzado el género permite acoger la diversidad expresiva de las ciento cinco anotaciones numeradas de Kafka reunidas como una colección de aforismos.

En el prólogo de “Tú eres la tarea”. Aforismos, sostiene Stach que, aunque “sea problemático calificarlos así”, “los aforismos de Kafka figuran entre las creaciones intelectuales más originales del siglo XX, pese a que no hubo nada más ajeno a su autor que la búsqueda de la alusión graciosa, el efecto inesperado o la voluntad de asombrar a un lector imaginario”. Así que, si los comparamos con los aforismos de otros grandes cultivadores del género (Baltasar Gracián, Quevedo, Lichtenberg, Chamfort, Nietzsche, etc.), concluiremos que se les parecen en poco: no tienen ni el brillo conceptual ni la sonora redondez por la que se recuerdan otros y, sin embargo, admiran por su condensación, su valor literario y la fuerza de sus imágenes (al leer algunos, los imaginamos como si fueran fotogramas, y este es el caso del que comentamos a continuación).

Una jaula fue en busca de un pájaro

De este aforismo, el número 16 de la serie, anotado el 6 de noviembre de 1917, escribe Stach que es “tal vez el más famoso y citado de Kafka, [y que] desde luego no es tradicional, ni siquiera una parábola o un relato breve, sino más bien una surrealista imagen paradójica y chocante, que estimula la imaginación del lector”. Y tiene razón. Pero eso no impide que a muchos lectores ese aforismo les pueda parecer el principio de un relato inconcluso, pues, al fin y al cabo, otros escritos de Kafka comienzan también de manera enigmática o, al menos, intrigante. Veamos tres ejemplos.

  1. “Alguien debía de haber calumniado a Josef K, porque sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana” (El proceso)
  2. “Cuando una mañana, Gregor Samsa se despertó de unos sueños agitados, se encuntró en su cama convertido en un monstruoso bicho” (La transformación)
  3. “Tenemos un nuevo abogado, el doctor Bucéfalo. Poco en su aspecto exterior recuerda la época en que aún era el corcel de Alejandro de Macedonia” (“El nuevo abogado”, relato incluido en Un médico rural)

Estos tres principios no tienen forma aforística, es verdad; se refieren a personajes reconocibles (Josef K, empleado en un banco; Gregor Samsa, viajante de comercio, y el doctor Bucéfalo, abogado) y constituyen el embrión de sendas historias, pero los casos anómalos que declaran producen extrañamiento y tienen la intensidad necesaria para atraer la curiosidad del lector y garantizar que quiera seguir leyendo. Y algo parecido puede ocurrir con esa jaula capaz de ir en busca de un pájaro: la imagen es tan desconcertante que, una vez aceptada, la creemos susceptible de convertirse en el origen de una singular historia. El extrañamiento en este caso derivaría de la personificación de la jaula: ha tomado una determinación y ha dejado der ser un mero objeto inerte para convertirse en protagonista de una búsqueda.

Las jaulas en literatura no acostumbran a ser tan audaces como la del aforismo de Kafka. En algunos cuentos tradicionales (por ejemplo, en “El pájaro de oro”, de los hermanos Grimm) llega un momento en que el protagonista tiene que elegir entre una jaula de oro y otra de hierro (o de madera) para transportar al pájaro que ha atrapado; en todos ellos, el error consiste en elegir la jaula de oro al creer que es la más apropiada por ser la más valiosa. Olvidan esos personajes que el oro de esas jaulas sirve para deslumbrarlos pero no para alcanzar la verdad (la verdad suele ser modesta, renuncia a los oropeles y se acoge a la sencillez). Pero en todos esos casos la jaula, por muchas características físicas que presente, carece de iniciativa propia.

En cuanto a los pájaros, en la tradición literaria suelen encarnar diversos significados. A veces simbolizan las almas humanas, que van y vienen, inquietas y misteriosas; otras son manifestaciones de la divinidad, presagios de lo que está a punto de ocurrir, imágenes o metáforas de la libertad, etc. Ya lo hemos dicho: el pájaro de la balada bengalí, aunque parezca volar hacia una jaula, no se deja atrapar ni encadenar: es escurridizo e inasible. El mismo Kafka, según Canetti en la obra citada, “se compara con un pájaro al que una maldición tiene alejado de su nido, pero que revolotea constantemente en torno a ese nido vacío, sin jamás perderlo de vista” Cada pájaro es lo que es y tiene sus atributos, el vuelo, el colorido de su plumaje, el canto, etc., y sin ellos pierde su condición…

En el aforismo de Kafka no importa la circunstancia del material de que está hecha la jaula, como tampoco importa la especie del pájaro, ni su colorido ni su canto. Importa lo que simbolizan estos dos elementos (ya hemos llamado la atención sobre el uso de la palabra símbolo en su diario y ahora se requiere interpretarlos). Lo importante es lo esencial, lo que esos dos elementos sugieren juntos (peligro, enjaulamiento) y por separado (la jaula, prisión, encierro; el pájaro, vuelo, libertad), y la determinación o el impulso de la jaula de complementarse, de tener una función y servir para aquello para lo que fue fabricada.

En su mismo apellido, Franz Kafka llevaba escrita la referencia a un pájaro, el grajo (la palabra checa kavka significa “grajilla”), de ahí que no sea raro que ese pájaro negro aparezca en algunos escritos del autor, por ejemplo, en el aforismo 32 (“Los grajos afirman: un solo grajo podría destruir el cielo. Esto es indudable, pero no prueba nada contra el cielo, pues cielo significa precisamente: imposibilidad de grajos”), en el relato “El cazador Gracchus” (el nombre Gracchus procede de la palabra italiana gracchio, que significa “grajo”) y en la descripción de la torre de El castillo, rodeada de “enjambres de grajos”, pues los grajos son pájaros que acostumbran a anidar en los torreones de iglesias y castillos.

Con esas nociones y una serie de hechos concatenados el lector puede llegar a interpretar el aforismo como si fuera la proyección de un episodio de la vida amorosa del autor, pero esa, por verosímil que pueda parecer, sería una interpretación sin fundamento documental. Podría pensarse que si Felice encarnaba a ojos de Kafka la idea de matrimonio y el matrimonio comportaba para él la pérdida de libertad para escribir, la llegada de Felice a Zürau podía interpretarse como un recordatorio funesto (del posible matrimonio y de la consiguiente pérdida de libertad), algo equivalente a lo que una jaula podría significar colocada junto a un pájaro. La elegancia de espíritu de Kafka, su sentido del pudor y su profundo respeto por Felice no le hubieran permitido, creemos, expresar nunca sus temores en términos demasiado directos, ni siquiera, acaso, a admitirlos ante sí mismo, pero la cercanía temporal de esos hechos (la visita de Felice a Zürau y la escritura del aforismo) no deja de ser sorprendente. Lo cierto es que una interpretación restrictiva del aforismo como simple proyección autobiográfica del autor reduce su valor polisémico y limita su fuerza plástica. Este aforismo, que quede claro, tiene un valor literario en sí mismo, y es secundario que pueda tener o no un origen autobiográfico.

La frase original en alemán (Ein Käfig ging Vogel Suchen) alguna vez ha sido traducida como “Una jaula salió en busca de un pájaro”, pero esta traducción parece menos apropiada que la que venimos comentando; “salió” lleva a pensar en una circunstancia material, un lugar del que se entra y se sale, y le otorga a la personificación de la jaula una naturaleza distinta, como si tuviera piernas o patas y no fuera solo un impulso. Tal vez por razones parecidas, Kafka había escrito primero: “Una jaula fue a cazar un pájaro”, pero luego decidió corregirlo y suprimir la referencia a cazar, que conlleva una connotación de violencia. Lo que quería expresar Kafka con esta corrección, según Stach, es que “quien pierde su libertad o está cautivo invariablemente pone algo de su parte y, por consiguiente, tiene alguna responsabilidad”. A esta observación podríamos añadir un matiz: que si bien hay muchos grados de responsabilidad al aceptar relaciones de interdependencia, también hay varios tipos de cautividad, pues no es lo mismo ser cautivo por haberse dejado cautivar que ser cautivo contra la propia voluntad.

Ahora bien, dicho esto, no puede saberse qué tipo de vínculo se hubiera establecido entre la jaula y el pájaro en el caso de haberse encontrado. La brevedad del aforismo dispara la imaginación y lleva a que, como dice Stach, pueda “aplicarse a múltiples circunstancias sociales”, tantas como son las personas que buscan a otras para mantener con ellas relaciones —sentimentales, laborales, amistosas… — de dependencia y de sumisión o de interdependencia y colaboración. Y, en ese sentido, asimilados el símbolo de la jaula y el del pájaro al comportamiento humano, podríamos decir que, como vocaciones hay muchas, unas personas tienen vocación de seducir, otras de ser seducidas… y otras de seguir volando sueltas sin rendirle cuentas a nadie. Incluso, si se amplía el sentido de la alegoría, podría identificarse la jaula con cualquier sistema de ideas o creencias (políticas, filosóficas, religiosas, etc.) y el pájaro con quienes corren el riesgo de quedar fascinados o apresados dogmáticamente por ese sistema: el aforismo alcanzaría en ese caso una universalidad difícil de eludir y pocas personas se librarían de ser o poder ser enjauladas de una u otra manera.

No sabemos qué continuidad o uso posterior le hubiera dado Kafka a esta anotación. Tal como está expresada, deja abierta la puerta a muchos significados: la jaula podría ser, por ejemplo, la muerte —o la enfermedad, la tuberculosis en el caso de Kafka— y el pájaro, el sujeto al que la muerte —o la enfermedad— viene a apresar y a llevarse consigo. Pero lo dejamos aquí y que cada lector busque y nos diga cuál es su interpretación.

F. Gallardo

Bibliografía

Franz Kafka, “Tú eres la tarea”. Aforismos. Edición, prólogo y comentarios de Reiner Stach. Traducción de Luis Fernando Moreno Claros. Barcelona, Acantilado, 2024.

Franz Kafka, Novelas. El desaparecido, El proceso, El castillo. Traducción de Miguel Sáenz. Edición dirigida por Jordi Llovet. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1999.

Franz Kafka, Narraciones y otros escritos. Traducción de Adan Kovacsics, Joan Parra Contreras y Juan José del Solar. Edición dirigida por Jordi Llovet. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2003.

Franz Kafka, Diarios. Traducción de Andrés Sánchez Pascual y Juan Parra Contreras. Edición dirigida por Jordi Llovet. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2000.

Franz Kafka, Cartas a Felice. Edición de Erich Heller y Jürgen Born. Madrid, Alianza Editorial, 1977.

Elías Canetti, El otro proceso de Kafka, Traducción de Michael Faber-Kaiser y Mario Muchnick. Barcelona, Muchnik Editores, 1981 (2ª edición).

Reiner Stach, Kafka. Los primeros años. Los años de las decisiones. Los años del conocimiento. Traducción de Carlos Fortea. Barcelona, Acantilado, 2016.

Reiner Stach, ¿Éste es Kafka? 99 hallazgos. Traducción de Luis Fernando Moreno Claros. Barcelona, Acantilado, 2021.

En el centenario de La transformación

El centenario

Se cumplen en este mes de noviembre cien años de la publicación de La transformación, novela corta de Franz Kafka más conocida como La metamorfosis. Para recordar la que muchos consideran la mejor novela corta del siglo XX, para rendir el debido homenaje a su autor y para animar a que la leyeran los alumnos de nuestro instituto que no la conocieran, se propuso como lectura para la sesión del club de lectores del 28 del pasado octubre, y eso nos da pie ahora para invitar a quienes visiten este blog para que la comenten aquí.

Franz Kafka

El contexto

El otoño de 1912 fue especialmente fructífero para Franz Kafka (tenía entonces 29 años, publicaría a mediados de noviembre su primer libro de relatos, Contemplación, y por sus estudios de Derecho se desempeñaba, sin demasiado interés, como consultor en la Compañía de Seguros de Accidentes de Trabajo del reino de Bohemia). En casa de su mejor amigo, Max Brod, había conocido poco antes, el 13 de agosto, a Felice Bauer, con quien se comprometería, rompería relaciones, volvería a comprometerse y acabaría rompiendo definitivamente el 27 de diciembre de 1917 después de haberle enviado durante esos cinco años centenares de cartas que ocupan 792 páginas en la edición española (las cartas de ella no se han conservado) y que constituyen probablemente el mayor documento epistolar de todos los tiempos. Conocer a esta mujer berlinesa fue un reactivo para Kafka, un caso fulgurante de azar objetivo. Empezó a escribirse con ella el 20 de septiembre de 1912 (le escribe en tres meses más de sesenta cartas, algunas de ellas de más de diez páginas) y, casi inmediatamente, en la noche que va del 22 al 23 de septiembre, escribe de un tirón, durante ocho horas seguidas, La condena, uno de sus relatos magistrales. Por esos días continúa escribiendo El desaparecido —novela que dejaría inacabada—, interrumpe temporalmente su diario el 25 de septiembre (lo reanudaría el 11 de febrero de 1913; de hecho las cartas a Felice Bauer cumplían para él una función similar a la del diario), y escribe La transformación en tres semanas, desde el domingo 17 de noviembre al 6 de diciembre.

Franz Kafka y Felice Bauer

La mañana de ese domingo Franz Kafka se había quedado en la cama algo inquieto e impaciente. Varias veces había preguntado si no había llegado todavía la carta que esperaba. Según recordaría después, se sentía afligido y asediado desde lo más hondo de sí mismo por un cuento que acababa de venirle a la mente. Por fin, hacia las once, Ottla, su hermana favorita, le entregó la carta que acababa de llegar de Felice Bauer y su estado de ánimo cambió inmediatamente. Esa misma noche empezaría a escribir La transformación.

La obra

Cuando una mañana, Gregor Samsa se despertó de unos sueños agitados, se encontró convertido en un monstruoso bicho. Yacía sobre su espalda, dura como un caparazón, y al levantar un poco la cabeza vio su vientre abombado, pardo, segmentado por induraciones en forma de arco, sobre cuya prominencia el cubrecama, a punto ya de deslizarse del todo, apenas si podía sostenerse. Sus numerosas patas, de una deplorable delgadez en comparación con las dimensiones habituales de Gregor, temblaban indecisas ante sus ojos.

El drama de Gregor Samsa, viajante de comercio que vive con sus padres y su hermana Grete, pasa a lo largo de seis meses por los tres momentos clásicos, nacimiento, cenit y ocaso. Nace convertido en un monstruoso bicho esa mañana nublada de otoño en que “se oía el tamborileo de las gotas de lluvia contra la plancha metálica del alféizar”, alcanza su apogeo algunas semanas más tarde (“le gustaba quedarse arriba, colgado del techo; era algo totalmente distinto a yacer en el piso, se respiraba con mayor libertad, un leve balanceo le recorría a uno el cuerpo, y en el casi feliz aturdimiento que embargaba a Gregor allá arriba, podía ocurrir que, para su propia sorpresa, se desprendiese y fuese a estrellarse contra el suelo”) y acaba algunos meses después, en primavera (“Pensó en su familia con emoción y cariño. Su convicción de que debía desaparecer era, si cabe, más firme aún que la de su hermana. En ese estado de meditación vacía y pacífica permaneció hasta que el reloj de la torre dio las tres de la madrugada”).

Die Verwandlung (La transformación) fue publicada por la editorial Kurt Wolff de Leipzig en noviembre de 1915, como volumen 22/23 de la misma colección en que se había publicado como número 3 Contemplación en noviembre de 1912, Der Jüngste Tag (El último día o también El día del Juicio Final), cuyos libros, con tiradas de mil a dos ejemplares, alcanzaron gran difusión por venderse a un precio muy asequible (80 pfennings, es decir, 80 céntimos de marco) y dieron a conocer la literatura del expresionismo alemán. Poco antes de la publicación, cuando supo que el dibujante Ottomar Starke se encargaría de las ilustraciones, Kafka recalcó al editor: “El insecto no tiene que salir dibujado. Ni siquiera de lejos”, y su voluntad fue respetada. El libro conoció una sola reedición.

Die Verwandlung

El monstruoso bicho 

Aunque Kafka había tenido mucho cuidado en no aclarar en qué tipo de insecto se convierte Gregor (un insecto del que no se conoce la especie resulta más estimulante para la imaginación que otro que se clasifica en una categoría conocida), a lo largo del tiempo críticos y dibujantes han especulado con la forma y la categoría del “monstruoso bicho”.

Algunos especialistas han recordado la afición del padre de Kafka a usar insultos degradantes procedentes del campo animal (“bestia”, “perro enfermo”, “gran cerdo”…) y a descalificar a los amigos de su hijo con un refrán: “Quien se acuesta con perros, con pulgas se levanta”; otros han subrayado la extensa fauna que puebla los relatos de Kafka: monos, perros, ratones, topos, insectos… Elías Canetti, por su parte, en un ensayo memorable (El otro proceso) habla del interés de Kafka por las estrategias de transformación y camuflaje de algunos animales para pasar desapercibidos y la relaciona con su tendencia a inhibirse, a pasar a segundo plano y a desaparecer de escena por razón de su timidez, derivada de, entre otros motivos, su extrema delgadez, que guarece bajo su casi omnipresente abrigo. Y el novelista Vladimir Nabokov, con vocación de entomólogo, llega a la conclusión de que si el insecto en que se ha convertido Gregor tiene seis patas, por la forma convexa de su vientre y de su espalda, ha de ser un escarabajo doméstico (aunque no “un escarabajo pelotero”, como lo llama la vieja asistenta que trabaja en casa de los Samsa).

El argumento más sólido para caracterizarlo como escarabajo doméstico lo proporcionan, no obstante, quienes aluden a un pasaje del relato Preparativos de boda en el campo, escrito hacia 1906: […] “Y mientras estoy acostado en la cama tengo la forma de un gran escarabajo, de un ciervo volante o de un abejorro. […] La forma de un escarabajo, sí. Y luego me las ingeniaba para simular un sueño invernal y apretaba mis patitas contra mi cuerpo abombado. Y susurro unas cuantas palabras que son instrucciones para mi cuerpo triste, que está de pie junto a mí, inclinado”.

A pesar de estas referencias, no conviene olvidar que Kafka atribuía a un sueño el origen de lo que él creía que sería un cuento (luego se le fue convirtiendo en una novela corta) ni que no quería que el insecto fuese representado gráficamente. Llamarlo “monstruoso insecto” aludiría a su tamaño (unos noventa centímetros de largo, según Nabokov). Y recordemos, por lo demás, una curiosidad, una extraña coincidencia: el apellido Kavka significa en checo grajo, por lo que este córvido fue el emblema de la tienda del padre de Kafka, pero, por cierto, ¿de qué se alimentan los grajos? De semillas, saltamontes, larvas, escarabajos, etc.

Emblema del grajo

¿La transformación o La metamorfosis?

Die Verwandlung se tradujo por primera vez al castellano en 1925 en la Revista de Occidente con el título de La metamorfosis. No se sabe con seguridad quién fue el traductor, pero se sospecha que pudo ser José Ortega y Gasset, director de la revista, o Fernando Vela, secretario de redacción. El título hizo fortuna y se ha repetido en otras muchas ediciones. Sin embargo, el profesor Jordi Llovet, editor de las obras completas de Kafka, ha defendido la conveniencia de preferir traducir Die Verwandlung como La transformación alegando que esta es una palabra más común, menos técnica y más cercana al tono que maneja Kafka al contar la historia como una sucesión de hechos cotidianos y no sobrenaturales. (Más información sobre la polémica.)

El mar helado

Muchas de las explicaciones que lectores y críticos acostumbran a dar sobre La transformación giran en torno a los elementos más o menos autobiográficos que contiene. Por ejemplo, el nombre del protagonista, Gregor, parece un anagrama de Georg (nombre de un hermano de Kafka fallecido con dieciocho meses, pero también del personaje de La condena); el apellido Samsa lleva a pensar en Kafka por cómo se intercala la  misma vocal entre las consonantesGregor Samsa, como el propio Kafka hasta una edad tardía, vive en casa de sus padres, una familia burguesa, y duerme en una habitación que se comunica con otras piezas, una habitación de paso (de las cuatro paredes, tres tienen sendas puertas y la cuarta una ventana que da a la calle), etc. (Quien quiera profundizar en otras similitudes entre el autor, considerado un “bicho raro” por dedicarse a escribir, y el personaje, transformado en “un bicho monstruoso”, debería leer, por lo menos, Carta al padre, en la que Kafka recuerda muchos momentos en que se sintió humillado y ofendido por su padre.)

Sin embargo, otros comentaristas prefieren ceñirse a diferentes aspectos de la obra, bien argumentales (la soledad, la incomunicación…), formales (no insistiremos en la frecuencia del número tres), estilísticos (“se revela como un escritor en el sentido de Flaubert, para quien nada es trivial siempre que sea exacto”, escribe Canetti), etc. Pero, en fin, que cada lector hable de las impresiones y efectos que le haya dejado el libro, pues aquí, para acabar, sólo anotaremos dos observaciones de nuestro autor.

La primera se refiere al valor que concedía a la literatura: “Mi vida consiste, y en el fondo ha consistido desde siempre, en intentos de escribir, en la mayoría de los casos fallidos. Pero si no escribiera yacería en el suelo, digno de ser barrido” (carta a Felice del 1 de noviembre de 1912).

La segunda se refiere al efecto que los libros tendrían que tener para los lectores:  “Si el libro que estamos leyendo no nos espabila de un mazazo en la cabeza, ¿para qué lo leemos? […] Necesitamos que los libros nos afecten igual que una catástrofe, que nos duelan en lo más hondo, como la muerte de alguien a quien queremos más que a nuestra propia vida […]. Un libro debe ser el hacha para [romper] el mar helado de nuestro interior” (carta de Franz Kafka a su amigo Oskar Pollak, del 27 de enero de 1904).