Ecofeminismo

Hablemos de activistas. Hablemos de personas que comparten con otras sus ilusiones sociales y su lucha por un mundo más justo y más igualitario. De personas que no se arredran por ser consideradas utópicas por quienes no se plantean hacer de éste un mundo más habitable. Hablemos, por ejemplo, de ecofeminismo, una corriente de pensamiento y acción en la que confluyen dos fuerzas transformadoras de nuestro tiempo, la ecología y el feminismo, dos fuerzas necesarias para construir unas relaciones más armónicas de las personas con la naturaleza y de las personas entre sí. Hablemos de ecofeminismo porque, a pesar de las muchas razones que lo sostienen, sus ideas todavía no han llegado a amplios sectores de la sociedad, y para cubrir esa carencia se hace necesario divulgarlas, sobre todo entre los jóvenes. Por eso traemos aquí, previa autorización de las autoras, una entrevista de Paula Romero Muñoz (publicada en el número 107 de la Revista Ecologista) con una activista, Hortensia Fernández Medrano, y unas ilustraciones de la recordada Carmen del Olmo, profesora de Historia, artista plástica y activista incansable del ecofeminismo muerta prematuramente a los cincuenta y cinco años (1948-2002).

Hortensia Fernández: “El ecologismo sin el feminismo es incompleto”

Entrevistamos a Hortensia Fernández Medrano, ecofeminista e integrante de Ecologistes en Acció de Catalunya. Repasamos su dilatada trayectoria como activista ambiental y por la lucha de la igualdad de género. Confiesa que el coronavirus nos ha demostrado que “todo está conectado con todo” como han venido preconizando las ecofeministas.

En medio de la emergencia climática en la que estamos inmersas, puede ser aconsejable detenerse y mirar atrás. Reflexionar sobre las historias de aquellas mujeres que han navegado en tiempos convulsos puede ayudarnos a ver la realidad desde otra perspectiva, e inspirarnos para seguir caminando hacia horizontes mejores. Nos gustaría dar a estas historias su espacio y por ello hoy conversamos con Hortensia Fernández Medrano, compañera de Ecologistas en Acción desde sus inicios y una de las precursoras del Ecofeminismo en el Estado español. Ella nos atiende encantada, con la idea de compartir los “recuerdos de una vieja ecofeminista no arrepentida”.

Hortensia Fernández Medrano, en un momento de la entrevista.

—¿Cómo recuerdas tu infancia? ¿Y tus primeros contactos con la naturaleza?
—Tuve la suerte de nacer en una pequeña capital de provincia donde la naturaleza formaba parte de nuestras vidas. Mis padres habían sido enviados allí por “rojos”, de forma que a mi padre le dieron diez días para incorporarse al Instituto de Logroño. En aquella época esto constituía un lugar de destierro y era una de las típicas represalias realizadas por el franquismo después de nuestra guerra civil.
Todo su delito consistía en simpatizar con la República y la Institución Libre de Enseñanza en una ciudad castellana de cuyo nombre no me quiero acordar. Allí mi abuelo materno era propietario de una librería que fue saqueada e incendiada por grupos falangistas en diferentes ocasiones. Mi madre, que era funcionaria en la Administración, no tuvo mejor suerte que mi padre y los dos fueron suspendidos de empleo y sueldo durante un año, y forzados al exilio interno dentro del Estado español.
Mi afición por la naturaleza se la debo a mi padre. Fue él quien nos llevaba a mí y a mis hermanos al río Iregua. Allí aprendimos a nadar en un río tranquilo y transparente. Ese conocimiento de la naturaleza llevaba valores implícitos, como el de la observación, respeto y conservación, algo que he podido descubrir mucho después con mis alumnos.

—Después os trasladasteis a Barcelona. ¿Qué destacarías de esta etapa?
En 1958 llegamos a Barcelona gracias a un traslado voluntario de mi padre al Instituto Balmes. Mis padres decidieron trasladarse a Barcelona para que pudiésemos acceder a la Universidad. En una ciudad pequeña como la que vivíamos no había, y tampoco habría sido posible costear los gastos de tres hijos en una ciudad universitaria.
Yo ya estaba orientada hacia las Ciencias Naturales y por eso decidí estudiar Ciencias Biológicas. Escogí la asignatura de Ecología por convicción, asignatura entonces optativa e impartida por el Dr. Ramón Margalef. Él fue quien me proporcionó argumentos científicos, los cuales iban muchas veces en contra de mis sentimientos, más encaminados hacia el interés social o político y en los que había mucho más de buenas intenciones que de ciencia.

Recuerdo perfectamente cómo ya por entonces se atrevía a decir que cierto turismo era peor que muchos problemas ambientales. Mucho tiempo después he tenido que darle la razón y admitir el daño que nos ha hecho el monocultivo del turismo. Todo ello se lo he agradecido con el tiempo: un buen profesor es el que te plantea dudas y no el que reafirma tus ideas, muchas veces ingenuas y falaces, aunque sean bien intencionadas.
Sin embargo, mi acceso a la Universidad estuvo marcado principalmente por la política. Eran los años del franquismo más férreo en los que era bastante normal incorporarse a la lucha antifranquista, dada la falta de libertades existente en todos los ámbitos. Ello me llevó a sufrir la represión y detención en mi propia persona, hasta pasar tres días en los calabozos de Via Laietana, debido a mis amistades peligrosas con militantes comunistas del PSUC. Además, me vi privada del certificado de buena conducta, requisito necesario para acceder a gran parte del mundo laboral.

Todos estos contratiempos y la represión, incluso familiar, me pesaban como una losa y me llevaron a dar el salto a Francia en cuanto pude, en busca de la ansiada “libertad”.

Pintura ecofeminista de Carmen del Olmo (propiedad de su hija Amaia Sangorrin del Olmo, a quien agradecemos su permiso para publicarla).

—Cuéntanos más sobre tu estancia en Francia, suponemos que fue un cambio radical…
El Mayo del 68 es lo mejor que me pasó en la vida. Allí conocí el movimiento situacionista, que era la corriente principal en el movimiento estudiantil de la ciudad de Estrasburgo, donde yo vivía.
Entre nuestras acciones se cuentan la creación de un Comité de Relaciones con el Movimiento Obrero, que convocó a la Huelga General que movilizó a miles de trabajadores. Este potente movimiento obrero y estudiantil hizo saltar por los aires al Partido Comunista Francés por condenar el Mayo del 68 como asunto de pequeños burgueses. Igualmente se creó un Comité de Relación con los trabajadores migrados, en el que me impliqué directamente con los trabajadores españoles. Además, elaboramos un boletín dirigido también a este colectivo, donde pretendíamos concienciar sobre la lucha contra el franquismo en momentos tan duros como el Proceso de Burgos.
Fue en Francia también donde tuve mi primer contacto con un movimiento ecologista incipiente contra las centrales nucleares y que procedía originariamente de Alemania, donde tenía mucho calado. Esto me permitió informarme de los problemas causados por la energía nuclear. Igualmente, allí tomé contacto con un feminismo a favor de la liberación de las mujeres, en el que las feministas quemaban los sujetadores en hogueras como símbolos de opresión femenina. Era la época de Simone de Beauvoir, del feminismo de la igualdad entre hombres y mujeres, y la lucha por el aborto. Sin duda, fueron las semillas que quedaron tras el movimiento de Mayo del 68 las que pusieron en cuestión valores conservadores y muy asentados de la sociedad francesa.

—Tras la vorágine de libertades que supuso tu vida en Francia, decidiste volver a España. ¿Cómo fue tratar de encontrar tu sitio en tu propio país?
Cuando al cabo de los años decidí volver a Barcelona en 1972, se acababa de publicar el Informe sobre “Los límites del crecimiento”, aunque en España era desconocido en general y puesto en cuestión en los ámbitos científicos.
«Las mujeres del grupo defendimos el control de la reproducción por las propias mujeres, para no caer en políticas antinatalistas basadas en esterilizaciones de mujeres de países empobrecidos sin su consentimiento»
Por mi parte, estaba convencida de la importancia de los principios allí postulados y sobre la imposibilidad de seguir creciendo en un planeta finito. Con la experiencia y conocimientos adquiridos en Francia en la lucha antinuclear, intenté formar parte de algún movimiento de este tipo. Sin embargo, lo más parecido que encontré en aquella época fueron las comisiones de urbanismo de las asociaciones vecinales. Así que allí me metí a luchar contra el Plan de la Ribera en la Barceloneta y contra la destrucción del Borne, a través de la Asociación de Vecinos del Casc Antic, y que por cierto conseguimos salvar.
Fue un momento que coincidió también con el auge del movimiento feminista. Se organizaron las Primeras Jornadas Feministas de Catalunya en 1976, en las que yo también participé. Recuerdo que también militaba en la Organización Comunista Bandera Roja para luchar contra el franquismo y allí me dijeron que tenía que elegir entre feminismo y medio ambiente. Ya en aquel momento y por primera vez me sentía escindida entre ecologismo y feminismo, y veía la necesidad de unir ambas luchas.

Pintura de Carmen del Olmo (propiedad de su hija Amaia Sangorrin del Olmo, a quien agradecemos su permiso para publicarla).

—¿Qué tal tu vida laboral como científica y mujer en aquella época?
A nivel laboral conseguí una beca miserable de 10.000 pesetas al mes sin seguro de ningún tipo en el Instituto de Investigaciones Pesqueras, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Allí vi de forma más clara que nunca la situación de la investigación científica al servicio de los intereses privados, sin tener en cuenta los intereses de la sociedad, así como la precariedad del personal investigador del que yo formaba parte.
Fue por todo ello por lo que decidimos fundar con otros compañeros becarios y contratados del CSIC la Comisión de Investigación y Medio Ambiente, desde la que podíamos denunciar las políticas nefastas del Gobierno en materia científica, como el vertedero del Garraf o el plan Energético Nacional, consistente en llenar el Estado español de centrales nucleares. Estábamos en el año 1975 y no había libertad de reunión, por lo que tuvimos que crear la asociación utilizando el paraguas legal del Colegio de Licenciados de Cataluña y Baleares.
Siempre recordaré con cariño los años pasados en la Comisión de Investigación y Medio Ambiente que debió ser de los primeros grupos ecologistas del Estado español. Nos veíamos todos los viernes y prácticamente en cada reunión redactábamos un comunicado de denuncia de los diferentes atropellos cometidos contra el medio ambiente, que raramente transcendía nuestro ámbito, porque eran censurados en la prensa oficial la mayoría de las veces. Además, por primera vez se hizo un análisis crítico de la política científica del CSIC y de las condiciones económicas y sociales del personal investigador.
En el grupo antinuclear de la Comisión de Investigación del que yo formaba parte llegamos a realizar 53 charlas entre los años 1976 y 1979 por toda Cataluña y la zona del Bajo Ebro aragonés, según contabilizamos en una lista detallada que todavía conservamos. Recuerdo que yo siempre estaba en minoría o sola en las charlas que impartíamos y en los debates con ingenieros y científicos partidarios de la energía nuclear que, como por casualidad, siempre eran hombres.
A partir del grupo antinuclear de la Comisión de Investigación del Colegio de Licenciados y de forma conjunta con otros grupos, como el Colectivo de periodistas antinucleares, grupos pacifistas y grupos locales de afectados por las centrales nucleares, entre otros, se fundó el Comité Antinuclear de Catalunya en abril de 1977. El CANC fue el primer grupo antinuclear de Cataluña desde el que se organizaron marchas y manifestaciones muy numerosas y en el que tuvimos el honor de contar con la presencia del filósofo y profesor Manuel Sacristán y su equipo de la revista Mientras Tanto de orientación marxista.


—Imaginamos que esta situación supuso el germen de las primeras reflexiones en torno al ecofeminismo. Cuéntanos cómo llegaste hasta ahí.
Fue en 1977, desde el CANC, donde un grupo de tres mujeres animadas por Carmen del Olmo iniciamos por primera vez una reflexión sobre la relación que ya intuíamos entre ecologismo y feminismo. De hecho, devoramos los escritos de Francoise D’Eaubonne, la primera mujer que habló explícitamente de ecofeminismo, y publicamos un artículo en Dones en lluita, en el que señalábamos que los hombres se habían apoderado de la agricultura y del control de la población, según la tesis de D’Eaubonne, y que esa era la causa de nuestra opresión como mujeres. Como no nos acababan de convencer los argumentos de las pocas feministas que escribían en aquel momento sobre el tema, dejamos reposar el tema durante algún tiempo.
Tras el accidente de la central nuclear de Chernóbil en 1986, cuya denuncia fue la última acción del CANC como colectivo, llegó una época de gran actividad en la que se crean los comités anti-OTAN en contra del referéndum convocado por el Gobierno Español para entrar en la OTAN y que perdimos, a pesar de la gran actividad desplegada. Por otro lado, en 1989 tuvo lugar el grave accidente de la central nuclear de Vandellós I, por lo que se vuelve a reactivar el movimiento antinuclear enriquecido con el movimiento antimilitarista, hasta conseguir su cierre definitivo.
Como colofón de esta intensa actividad se crea Acció Ecologista en 1991, organización que dio lugar más tarde a la actual Federació de Catalunya de Ecologistes en Acció. Fueron momentos muy creativos dentro de nuestra organización. Las mujeres, aunque seguíamos siendo minoría, jugábamos un papel muy importante. A ello contribuyó sobre todo la incorporación de Anna Bosch, exalcaldesa de Mollet del Vallès por el PSUC, que entre otras cosas propuso la creación de una Iniciativa Legislativa Popular antinuclear donde se pedía el cierre de las centrales nucleares y que perdimos a pesar de haber recogido medio millón de firmas.
Sin embargo, cuando menos lo esperábamos surge una crisis en el seno de la organización en forma de desacuerdo sobre el tema de la población. Fue el momento de la Conferencia sobre Población y Desarrollo, celebrada en 1994 en El Cairo, en la que hubo grandes desencuentros y debates entre las instituciones y las mujeres representantes de los países más pobres sobre ese tema.

Los hombres del grupo de Acció Ecologista se definieron a favor del control de la población como principal causa del deterioro del medio ambiente mundial, junto con renombrados ecólogos como Paul R. Ehrlich y su “bomba demográfica“. Mientras tanto las mujeres del grupo defendimos el control de la reproducción por las propias mujeres, para no caer en políticas antinatalistas basadas en esterilizaciones de mujeres de países empobrecidos sin su consentimiento, ya que para ellas el número de hijos era su única seguridad en la vejez. Creíamos y seguimos creyendo que a medida que se elevase el nivel de educación de las mujeres y el acceso a los medios anticonceptivos ellas mismas disminuirían el número de hijos.

Esta crisis dio lugar a un movimiento singular llamado Las Petras. Las mujeres de Acció Ecologista decidimos organizarnos por nuestra cuenta con mujeres procedentes del movimiento feminista y pacifista, y algunas académicas feministas como Verena Stolcke.  También hay que reconocer el papel fundamental realizado por mujeres como la desaparecida Anna Bosch, cuya energía nos llevó a una intensa actividad en forma de charlas, presentaciones y publicaciones con las que cosechamos muchos éxitos.

Pintura de Carmen del Olmo (propiedad de su hija Amaia Sangorrin del Olmo, a quien agradecemos su permiso para publicarla).

—¿Cuándo os declaráis oficialmente ecofeministas?
Aunque no nos declaramos oficialmente ecofeministas, el tema del ecofeminismo surgió justamente cuando decidimos reflexionar con mujeres feministas del Grupo Dones i Treballs. Entre ellas se encontraba Cristina Carrasco, que procedía de la economía feminista, así como mujeres procedentes de ámbitos como la salud o la educación, y que no se consideraban ecofeministas ni ecologistas.
Para mí, ese momento fue el verdadero nacimiento del ecofeminismo, quedando plasmado en el libro de color rosa titulado Malabaristas de la vida (Mujeres, tiempos y trabajos) y publicado por Icaria en 2003, así como en la redacción del artículo titulado “Arraigadas en la Tierra”. Este último está firmado por tres mujeres de Ecologistes en Acció (Anna Bosch, Inés Amoroso y yo), cuya elaboración nos llevó a leer a muchas ecofeministas desconocidas por la mayoría de nosotras.

—¿Cuáles fueron vuestras principales aportaciones?
Además de hablar del control de la población, formulamos por primera vez gracias a nuestra reflexión conjunta con las mujeres de Dones i Treballs el concepto de sostenibilidad de la vida humana, al valorar el trabajo realizado por las mujeres como fundamental para el mantenimiento de la vida, aunque fuese ignorado por la economía clásica de la misma forma que era ignorada la naturaleza, al no estar consideradas en el PIB.
Es decir que, por un lado, las ecologistas del grupo planteamos el tema de la ecodependencia al situar a la especie humana dentro de la biosfera junto con el resto de los seres vivos y poniendo de relieve que formamos parte de un mismo ecosistema del que dependemos totalmente y hemos de respetar, si no queremos desaparecer como especie.
Pero a su vez desde el feminismo se construyó el concepto de sostenibilidad de la vida humana, la necesidad de reconocer que esta tampoco es sostenible sin el necesario trabajo realizado por las mujeres a lo largo de todos los tiempos y culturas, o lo que es lo mismo, la dependencia existente entre unos seres humanos y otros, y a la que llamamos interdependencia.
Este trabajo que llamamos de cuidados ha sido y es necesario para conseguir que una persona se desarrolle desde que nace hasta que muere, pero como sabemos también ha quedado olvidado durante la historia de la humanidad, a pesar de ser fundamental para la vida humana.
El debate fue extenso y muy rico, y nos llevó a sentar las bases del ecofeminismo, al admitir que el ecologismo sin feminismo es incompleto y deshumanizado, pero que a su vez el feminismo requiere admitir la necesidad de los límites del planeta del cual dependemos, como estamos comprobando con la actual crisis ecológica, consecuencia de nuestra actividad depredadora con el medio.
A lo largo de este debate rompimos con el feminismo esencialista, que relacionaba a las mujeres con los cuidados por su inclinación biológica hacia ellos y no por la división sexual del trabajo. Rompimos también con la mística de la femineidad que nos asignaba el papel de cuidadoras universales. Es decir, admitimos la necesidad de este cuidado, pero también la necesidad de que sea asumido igualmente por los hombres en un justo reparto de funciones.
Creo que el mayor éxito de las ecofeministas ha sido el de cambiar la forma de pensar al poner el cuidado de la vida humana en el centro.
Además, cuando se declaró el estado de alarma por COVID-19 y nos confinaron en casa, pudimos comprobar que la mayoría de los trabajos considerados esenciales estaban fundamentalmente ocupados por mujeres, ya que eran las que satisfacían las necesidades de cuidado o subsistencia. Según los datos aportados por Lourdes Beneria, estas constituían un 70 % del trabajo remunerado de servicios y 75 % del no remunerado a nivel mundial. Es decir, que lo único esencial eran las mujeres.

Pintura de Carmen del Olmo (propiedad de su hija Amaia Sangorrin del Olmo, a quien agradecemos su permiso para publicarla).

—¿Cómo ves al ecofeminismo en nuestra organización?
Creo que el ecofeminismo ha dado saltos de gigante estos últimos años gracias al enorme trabajo de mujeres como Yayo Herrero, Marta Pascual y muchas otras que conocí cuando eran chicas muy jóvenes y empezaban a interesarse por ello. Para mí es un gran alivio asegurar la continuidad en este tema en el que algunas nos iniciamos hace ya muchos, demasiados años. En ese sentido creo que hemos mejorado mucho en Ecologistes en Acció y es un gustazo ver a los hombres más implicados también en el tema de los cuidados.

—Las personas jóvenes se han organizado y están dando un verdadero ejemplo al mundo, a pesar de que esta situación les ha venido dada. ¿Qué opinas de este movimiento?
No quiero terminar sin señalar el fantástico trabajo realizado por nuestros jóvenes en contra del calentamiento global, liderados o no por Greta Thunberg. Ha sido como un regalo que nos ha caído del cielo cuando más lo necesitábamos y que valoro muy positivamente. Ese es nuestro futuro si es que hay alguno, o en el mejor de los casos se trata de una actividad necesaria para colapsar mejor, como diría Jorge Riechmann, y cambiar nuestro rumbo hacia la justicia social y climática.
No nos queda la menor duda de que estamos ante un colapso civilizatorio, que no es más que la manifestación de una crisis sanitaria, social, ecológica, económica, política, financiera, climática y de la biodiversidad producida por un sistema de producción capitalista y patriarcal, al que nos quieren volver a llevar con el nombre de «nueva normalidad», que apunta hacia una mayor desigualdad social, mayor destrucción de los ecosistemas, mayor perturbación del clima y mayores desastres naturales en general.

—Ya para acabar, al principio nos decías que te declaras una “ecofeminista no arrepentida”. ¿A qué te referías?
Lo que quiero decir es que cada vez es más evidente que la crisis sanitaria puesta de manifiesto por el coronavirus tiene la virtud de habernos devuelto a nuestra realidad, realidad según la cual somos organismos ecodependientes e interdependientes dentro de una biosfera en la que «todo está conectado con todo», como no nos hemos cansado de preconizar las ecofeministas.
Y en este sentido pienso que no nos hemos equivocado en el diagnóstico y vamos por el buen camino, si nos atrevemos a asumir este cambio enorme que va a suponer aceptar el reto de empezar de nuevo bajo otras premisas, basadas sobre todo en la solidaridad de la especie humana con las personas más vulnerables y la aceptación de los desafíos de la naturaleza de la que formamos parte, si no somos capaces de respetarla mediante el decrecimiento económico y el bajo consumo de materiales y energía. Tenemos un gran trabajo por delante en el que va nuestra supervivencia como especie.

Paula Romero Muñoz. Área de Ecofeminismo de Ecologistas en Acción.

Revista Ecologista nº 107.

África en la música y en el corazón

La autora de este reportaje, Mar Joaniquet, es geógrafa formada en cooperación internacional. Activista por los derechos humanos, lleva 20 años trabajando como voluntaria de la ONG Survival Internacional, que defiende los derechos de los pueblos indígenas. En los últimos años ha trabajado de cooperante en África y ha apoyado a colectivos migrantes de Barcelona, como el Sindicato de Manteros y el de las Mujeres Cuidadoras sin Papeles. A través de sus reportajes transmite la voz de personas en riesgo de exclusión y denuncia el empobrecimiento y el expolio de los países del Sur perpetrado por Occidente. Para mostrar un ejemplo de la riqueza cultural que aportan los emigrantes africanos a la sociedad occidental, le hemos pedido permiso para reeditar esta entrevista suya, publicada anteriormente en Catalunya Plural, con dos músicos de Camerún que reivindican la necesidad de empoderar la música africana de origen popular.

Más allá de la música: ÉrickAliana y Picket, dos músicos de Camerún en Barcelona

“Si perdemos la cultura, perdemos nuestra riqueza”

Paseamos por los barrios de Barcelona, y los cantos y danzas surgen espontáneos tras la marcha. Y es que Érik Aliana lleva la música en el interior de su ser, de donde emana con su talento y con la sinceridad de sus palabras. A su paso, el cantante camerunés multiinstrumentista  interactúa felizmente, tanto  con músicos de la calle, como con personas que juegan al ping-pong en una plaza de la Barceloneta, a las que les pide compartir una partida. A la brillante gama de su voz única le acompaña el bajista Picket. Ambos forman un dúo de sonoridad musical con gran complicidad y son dignos de ser vistos en el escenario. Ya en el ensayo de sonido hacen vibrar a los espectadores: los transportan más allá de la música, una música que conecta desde lo tradicional hasta lo universal. Los korongos (guitarras) y percusiones tradicionales se acompasan con sus voces. Voces que narran temas desde el patrimonio ancestral y cultural de su país hasta la destrucción que provoca la fabricación de las armas.

Los cantos y danzas surgen espontáneamente a su paso en Érik Aliana, y a su paso interactúa con las personas, como con este músico de origen africano. Foto: Mar Joaniquet

—¿Cómo aprendisteis el arte de la música? ¿En qué se inspira?
Érik. En nuestra juventud, cuando empezamos a tocar música, estábamos inspirados  en la vida local, en la manera de ser de nuestro pueblo, en los ancianos. De niños aprendimos las cosas que existen en nuestro hogar, la forma de vivir, de cantar. Yo quería transmitir la manera de entender el respeto,  los valores,  ciertos ritos y danzas, las relaciones con los padres y la familia, con la naturaleza y la forma como hablamos de Dios, quien es más grande que la religión. Amaba la música, mas no sabía que sería músico. Mi padre quería que fuese médico o abogado. Pero empecé a cantar en mi tierra natal, en Camerún. Yo diría que la nuestra no es exactamente música tradicional. Si los occidentales van a las regiones donde las personas tocan los tambores desde hace miles de años y lo registran, lo pueden transformar en música moderna con las tecnologías. La música es la pulsión, y la que hacemos nosotros es la música primaria.
—¿Cuánto tiempo lleváis trabajando juntos?
Picket.— Hace casi 20 años que nos encontramos en Camerún. En 2003 viajamos a Francia al Festival Musiques Métisses de Angoulême, y  allí nos descubrió el público francés: fuimos la revelación del festival.  En 2004 nos invitaron a la siguiente edición, y a partir de ese momento viajamos por  EEUU, a Nueva York y las Vegas. Después fuimos a Asia,  Japón y Corea. Luego ya nos asentamos en Francia. No lo hacemos por negocio sino para compartir nuestra música con otras personas y que puedan conocernos. Nuestra música abre, ayuda, es universal.
Érik. —En mi vida he encontrado a gente muy interesante. En un momento dado mi corazón me habló: Picket era el único que comprendía lo que yo hacía. Él me ha permitido ser yo mismo y expresar lo que hay en mi interior. Simplemente respeta lo que soy y respeta lo que hago. La amistad, la complicidad y la fraternidad nos unen. Nos inspiraron muchos, pero aún no tenía mi estilo definido. En el momento que me pregunté quién soy yo, y qué hago con mi música,  surgió el proyecto de Just my Soul. Nosotros no tocamos la música, la vivimos desde dentro.
—Tenéis una música singular, de gran personalidad artística. Utilizáis polifonías y polirritmos. ¿Revelan algo de cómo  se comunican los pigmeos u otras etnias ancestrales?
Érik.—Los pueblos de Camerún tienen técnicas vocales y una manera de hablar  extraordinaria que todavía no estaba explotada. La entonación de las lenguas africanas es muy rica: sube, baja, ríe, llora, cae, juega, y nosotros utilizamos estas múltiples variedades tonales. En Camerún tenemos  la suerte de que nuestros antepasados ya permitían la  mezcla entre las diferentes etnias, y así se formó nuestra diversidad cultural mestiza.
Con la edad, Picket y yo reflexionamos: ¿por qué tocamos música de esta manera? ¿De dónde viene este estilo? Lo hacemos de forma inconsciente, no surge de la escuela. Y empezamos a investigar para comprenderlo, estudiando la historia antigua de nuestros pueblos, de nuestros reyes, como las civilizaciones egipcias, del Congo y de Etiopía. Y nos dimos cuenta de que teníamos diferentes estilos musicales según las diferentes regiones de África. Observamos  que las formas musicales de nuestros ancestros se basan en muchos ritmos, o sea en la polirritmia. Y los ritmos son la vida. No era magia, no era música de conservatorio. Esto lo constatamos cuando leímos los escritos de los investigadores alemanes, pues nuestra transmisión es oral y no había nada escrito sobre ello. El encuentro con el percusionista francés François Kokelaere nos concienció de lo que estábamos creando. Nos dijo que  actualmente la música africana estaba a punto de morir, pues los africanos tocaban para satisfacer a los occidentales y algunos occidentales los utilizaban para hacer negocio. Reconoció nuestro trabajo y nos hizo ver que lo que hacíamos inspiraba al mundo. Hemos creado una expresión de la sabiduría de nuestro país muy especial que no se encuentra dentro ni fuera de nuestras las fronteras.
Si te paras un momento, te das cuenta que la vida cotidiana está hecha de polifonía: el canto de los pájaros, el coche que pasa, las voces de la gente,… Con la calma, nuestros antepasados podían escuchar cómo hablaba la vida. Pero la tecnología nos destruye porque nos trae exceso de información inútil, y nos pone enfermos, Si estás calmado, escucharás los sonidos y  te sanarán.

Érik Aliana. /Foto: Mar Joaniquet

—En vuestras canciones exponéis el  saqueo de los recursos de África por parte de Occidente.
Picket.—África está llena de riquezas. Durante la colonización, se organizó en 1885 la Conferencia de Berlín, en la que los países europeos se repartieron África y comenzó la explotación sistemática. Redistribuyeron nuestro continente y nuestros recursos. Muchos  grupos étnicos se han quedado divididos por las fronteras que trazaron los colonizadores sin respetar nuestra cultura.
La naturaleza nos dio toda esta riqueza, pero cuando hablamos de cooperación hace falta que se haga dentro de la equidad. Por ejemplo en Camerún, Francia no ha de fijar los precios de las materias de primas. Si no lo aceptas, te pueden matar. Desde los años 60 han sido asesinados más de 20 jefes de estado.  Nos  han impuesto un modelo de vida y cultura que no se parece a la nuestra. ¡Camerún no vendrá aquí a Barcelona e impondrá su cultura!
Érik. En nuestro álbum  de Just my soul hemos evocado un poco esto. Vemos, por ejemplo, un país como Francia que no nos deja desarrollarnos por nosotros mismos ni ser libres. ¡Hace ya  dos siglos que están en nuestro país! Francia tiene la primera gran reserva de oro, pero no tiene minas: lo extrae de Mali, Burkina Faso, Senegal… Nosotros no tenemos industrias porque cuando África quiere impulsar procesos de industrialización, desde Occidente hacen lo posible para impedir esta política. La electricidad de Francia se alimenta principalmente de centrales nucleares que utilizan uranio. ¿De dónde se extrae este mineral? Esto tiene que acabarse.
En este sentido forma parte de dicho álbum la canción de “La Razón”, y la razón no es ni blanca ni negra, ni asiática ni sudamericana. La razón es el buen sentido: cada uno en su lugar se organiza a su manera según su razón, y además hay una razón universal que se comparte por el mundo entero y con sentimientos de justicia.
—En el concierto de la librería Panafricana estabais acompañados de libros con historias de vuestro continente como la de Thomas Sankara. Es uno dela veintena de presidentes asesinados que comentabais, que Intentó liberarse de los dictados del Banco Mundial y el FMI. ¿Unas palabras sobre esta gran figura?
Érik.—Lo resumo así: es la estrella que el Universo nos envió.
Picket.Es la memoria de África. Fue el mejor presidente del mundo en esa época.

De África a Europa la migración llamada clandestina se toma muchas muertes en los mares… “Los únicos clandestinos son las entidades extranjeras que nos saquean los recursos”, reclama Erik. | Mar Joaniquet

—¿Cómo veis la juventud de los países africanos? Por ejemplo, en Senegal con el lema “Basta Ya”, se han rebelado en estos últimos meses contra el neocolonialismo.
Érik.Los jóvenes actualmente son conscientes de que nuestros antepasados fueron víctimas del expolio y  masacrados por las armas. Ellos dicen: ¡”NO MÁS!”. Por otro lado ven que en otras partes del mundo la juventud vive bien la vida mientras otros sufren en el planeta, y eso es lo que difundimos en el álbum Just my Soul.
Las manifestaciones continuarán aunque cambien los jefes de Estado, pues el problema es que todavía nos dirigen los países que nos colonizaron. La vida africana mejoraría mucho si los occidentales cambiaran su modo de vida consumiendo menos, para distribuir los recursos mejor, y si en África las materias primas se vendieran a un precio justo al extranjero.
Con la gran depresión de 1929 la gente cambió por necesidad en Occidente. Hace falta que modifiquemos la mentalidad y cambiar el sistema actual. Cuando cambie la conciencia general de las personas surgirán nuevos dirigentes. Paralelamente, los países se tendrían que organizar para eliminar la corrupción. Habría que rehacer nuestro país y nuestro sistema democrático partiendo de nuestra tradición, pues actualmente la Constitución está dictada por Francia. Seguimos trabajando para  la liberación de África, para la liberación del hombre negro. Tardará, pero llegará.
Picket.— Los jóvenes se están movilizando, son actualmente reivindicativos y con razón.

Bajo la estatua de Colón nos recuerdan el neocolonismo tan patente en Camerún, y que sobre el mito de que los africanos son primarios, hay que saber que tienen su propia inteligencia. | Mar Joaniquet

—Habéis visitado la tienda Top Manta, del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes, formado por muchas personas africanas que llegaron a través de la migración forzada, llamada “clandestina”. ¿Cómo lo vivís en vuestro país?
Érik .—Hay dos tipos de migración: la  más importante es la internacional de las empresas que entraron clandestinamente en nuestro país  y que no pagan impuestos. El Gobierno lo acepta, pues la República de Camerún fue creada para provecho de Francia quien escogió a los primeros dirigentes. En nuestro país, no consideramos extranjeros las personas que llegan de países limítrofes, pues no podemos llamar migración el cruzar un río o una cordillera. Para nosotros los únicos clandestinos son las entidades extranjeras que nos saquean los recursos.
—¿Un canto de esperanza para los países del continente Africano?
Érik.—Veo una esperanza para África. Porque todo cambia. En todas las partes del mundo (europeos, asiáticos,…) empiezan a comprender que hace falta preservar África, también para la humanidad. Me refiero a  preservar la cultura,  no a preservar la materias primas que están allí desde hace miles de años. Puede ser que no lo veamos nosotros, puede ser que lo vean los hijos de nuestros nietos o bisnietos…
Picket.— Si veo la esperanza, pues ha habido un avance en muchos terrenos, como en la alfabetización y en las nuevas tecnologías o en las redes sociales. Sin embargo, lo primero es que dejen de expoliar a nuestros países y que no se organicen guerras. Queremos ser libres, pues nuestras instituciones todavía son afines al estado francés.

Erik y Picket formando un dúo de sonoridad musical con gran complicidad en el concierto de la librería Panafricana. | Mar Joaniquet

—¿Creéis que a través de vuestra música se puede reducir el racismo en los países occidentales?
Érik.— Sobre todo en Just my Soul con Picket, las canciones impactan sobre la gente cada vez que vamos a los conciertos. En  nuestra música buscamos lo universal.
Hay una parte del mundo que le molesta el hombre negro, la  piel negra. Y siempre está en confrontación con nosotros. Aquí mismo nos han interceptado en la estación de Renfe de Sants por el solo hecho de ser “negros” mientras veíamos cómo los demás pasajeros pasaban libremente No era para pedir el test del COVID precisamente… A nuestros países vienen asiáticos, occidentales, y muchos se creen superiores. Fuera de las fronteras, han caricaturizado la cultura de África diciendo que somos robustos y fuertes, como un animal, pero también somos inteligentes, tenemos nuestra ciencia. Hemos ayudado a amigos occidentales, como Picket sobre organización y plano psicológico, o yo mismo  sobre el conocimiento de la vida, de la existencia. Pedimos que nos respeten, y este es nuestro combate. Y difundiremos esto a través de nuestra música y en los encuentros, haya dos o dos mil personas.
—¿Habéis realizado talleres en el Instituto Francesc Ferrer y Guardia de Sant Joan Despí. ¿Cómo fue la experiencia con los jóvenes?
Érik.—Quiero insistir sobre la transmisión, pues sino se transmite, no hay nada. Me he dado cuenta que la música que hacemos es más que eso, lo sobrepasa. En mi infancia he aprendido y me he formado gracias a otras personas que han organizado mi comunidad y que me han transmitido valores. Ellos tenían la responsabilidad de mostrarnos como se desarrollaba la vida. Y hoy veo que no somos una cultura única, pues dentro de la cultura, del arte y de la tradición, hay expresiones diferentes de la vida que hacen que  los niños y niñas  se formen con unos determinados valores. 
Desde el comienzo yo tocaba solo para los  adultos. Fue en Japón que me di cuenta que los niños y niñas  amaban lo que hacía, la expresión de mi pueblo tradicional y la mía personal. ¿Por qué? Porque la música es universal. Allí empecé a ver la importancia de lo que hacía. Fuimos a tocar a hospitales, escuelas y diferentes centros. Los niños han construido mi humildad, pues puedes  actuar delante de miles de personas en un concierto y recibir aplausos, pero con los niños tengo el  enorme placer  de poder transmitir e intercambiar. En los talleres pienso en mi infancia, y escucho lo que construyo con ellos.

“Con los alumnos del Instituto Francesc Ferrer y Guardia tuve el enorme placer de poder transmitir y crear con ellos. Al finalizar, quería abrazarlos a todos”, declara Erik. | Rosa Ena

Aquí en el Instituto nos acogieron con mucho amor, con mucho respeto. Fueron muy humanos. A Picket y a mí nos sorprendió la gran capacidad de escucha y concentración que tuvieron los alumnos, además de sus habilidades como aprendices, pues respondieron muy bien. Cuando concluimos el taller en la escuela observé sus ojos, denotaban alegría. ¡Quería abrazarlos a todos! De esta experiencia ha surgido la idea de poder hacer en un futuro dos singles con ellos.
—¿Cómo os habéis sentido en Barcelona, ciudad nueva para vosotros?
Érik.—Ha sido maravilloso conocer esta ciudad y sus habitantes. La lengua es muy importante, y veo que en las vuestras hay una entonación variada y muchas expresiones, a diferencia de otros países europeos: vosotros habéis guardado la flor de la lengua, la energía,  es parecida a la de los africanos. 
Además, se puede respirar bien, hay mucha amplitud y espacio. Poder ver la fuerza del mar y que su olor se pueda sentir hasta en las partes altas de la ciudad… Y se conservan barrios antiguos como si fueran pueblos;  vemos que las personas hacen vida al aire libre, y que son más abiertas que donde vivimos, en Francia. Os parecéis más a nosotros, y es como sentirnos en nuestra tierra, en casa. 
 

“Los niños y niñas han construido mi humildad”, declara Erik. Su amor hacia ellos se observa al acabar el concierto en la Panafricana con la entrega de sus cascabeles a Judit, en el regazo Maky, coordinadora de los eventos. | Mar Joaniquet

Mar Joaniquet