Ecofeminismo

Hablemos de activistas. Hablemos de personas que comparten con otras sus ilusiones sociales y su lucha por un mundo más justo y más igualitario. De personas que no se arredran por ser consideradas utópicas por quienes no se plantean hacer de éste un mundo más habitable. Hablemos, por ejemplo, de ecofeminismo, una corriente de pensamiento y acción en la que confluyen dos fuerzas transformadoras de nuestro tiempo, la ecología y el feminismo, dos fuerzas necesarias para construir unas relaciones más armónicas de las personas con la naturaleza y de las personas entre sí. Hablemos de ecofeminismo porque, a pesar de las muchas razones que lo sostienen, sus ideas todavía no han llegado a amplios sectores de la sociedad, y para cubrir esa carencia se hace necesario divulgarlas, sobre todo entre los jóvenes. Por eso traemos aquí, previa autorización de las autoras, una entrevista de Paula Romero Muñoz (publicada en el número 107 de la Revista Ecologista) con una activista, Hortensia Fernández Medrano, y unas ilustraciones de la recordada Carmen del Olmo, profesora de Historia, artista plástica y activista incansable del ecofeminismo muerta prematuramente a los cincuenta y cinco años (1948-2002).

Hortensia Fernández: “El ecologismo sin el feminismo es incompleto”

Entrevistamos a Hortensia Fernández Medrano, ecofeminista e integrante de Ecologistes en Acció de Catalunya. Repasamos su dilatada trayectoria como activista ambiental y por la lucha de la igualdad de género. Confiesa que el coronavirus nos ha demostrado que “todo está conectado con todo” como han venido preconizando las ecofeministas.

En medio de la emergencia climática en la que estamos inmersas, puede ser aconsejable detenerse y mirar atrás. Reflexionar sobre las historias de aquellas mujeres que han navegado en tiempos convulsos puede ayudarnos a ver la realidad desde otra perspectiva, e inspirarnos para seguir caminando hacia horizontes mejores. Nos gustaría dar a estas historias su espacio y por ello hoy conversamos con Hortensia Fernández Medrano, compañera de Ecologistas en Acción desde sus inicios y una de las precursoras del Ecofeminismo en el Estado español. Ella nos atiende encantada, con la idea de compartir los “recuerdos de una vieja ecofeminista no arrepentida”.

Hortensia Fernández Medrano, en un momento de la entrevista.

—¿Cómo recuerdas tu infancia? ¿Y tus primeros contactos con la naturaleza?
—Tuve la suerte de nacer en una pequeña capital de provincia donde la naturaleza formaba parte de nuestras vidas. Mis padres habían sido enviados allí por “rojos”, de forma que a mi padre le dieron diez días para incorporarse al Instituto de Logroño. En aquella época esto constituía un lugar de destierro y era una de las típicas represalias realizadas por el franquismo después de nuestra guerra civil.
Todo su delito consistía en simpatizar con la República y la Institución Libre de Enseñanza en una ciudad castellana de cuyo nombre no me quiero acordar. Allí mi abuelo materno era propietario de una librería que fue saqueada e incendiada por grupos falangistas en diferentes ocasiones. Mi madre, que era funcionaria en la Administración, no tuvo mejor suerte que mi padre y los dos fueron suspendidos de empleo y sueldo durante un año, y forzados al exilio interno dentro del Estado español.
Mi afición por la naturaleza se la debo a mi padre. Fue él quien nos llevaba a mí y a mis hermanos al río Iregua. Allí aprendimos a nadar en un río tranquilo y transparente. Ese conocimiento de la naturaleza llevaba valores implícitos, como el de la observación, respeto y conservación, algo que he podido descubrir mucho después con mis alumnos.

—Después os trasladasteis a Barcelona. ¿Qué destacarías de esta etapa?
En 1958 llegamos a Barcelona gracias a un traslado voluntario de mi padre al Instituto Balmes. Mis padres decidieron trasladarse a Barcelona para que pudiésemos acceder a la Universidad. En una ciudad pequeña como la que vivíamos no había, y tampoco habría sido posible costear los gastos de tres hijos en una ciudad universitaria.
Yo ya estaba orientada hacia las Ciencias Naturales y por eso decidí estudiar Ciencias Biológicas. Escogí la asignatura de Ecología por convicción, asignatura entonces optativa e impartida por el Dr. Ramón Margalef. Él fue quien me proporcionó argumentos científicos, los cuales iban muchas veces en contra de mis sentimientos, más encaminados hacia el interés social o político y en los que había mucho más de buenas intenciones que de ciencia.

Recuerdo perfectamente cómo ya por entonces se atrevía a decir que cierto turismo era peor que muchos problemas ambientales. Mucho tiempo después he tenido que darle la razón y admitir el daño que nos ha hecho el monocultivo del turismo. Todo ello se lo he agradecido con el tiempo: un buen profesor es el que te plantea dudas y no el que reafirma tus ideas, muchas veces ingenuas y falaces, aunque sean bien intencionadas.
Sin embargo, mi acceso a la Universidad estuvo marcado principalmente por la política. Eran los años del franquismo más férreo en los que era bastante normal incorporarse a la lucha antifranquista, dada la falta de libertades existente en todos los ámbitos. Ello me llevó a sufrir la represión y detención en mi propia persona, hasta pasar tres días en los calabozos de Via Laietana, debido a mis amistades peligrosas con militantes comunistas del PSUC. Además, me vi privada del certificado de buena conducta, requisito necesario para acceder a gran parte del mundo laboral.

Todos estos contratiempos y la represión, incluso familiar, me pesaban como una losa y me llevaron a dar el salto a Francia en cuanto pude, en busca de la ansiada “libertad”.

Pintura ecofeminista de Carmen del Olmo (propiedad de su hija Amaia Sangorrin del Olmo, a quien agradecemos su permiso para publicarla).

—Cuéntanos más sobre tu estancia en Francia, suponemos que fue un cambio radical…
El Mayo del 68 es lo mejor que me pasó en la vida. Allí conocí el movimiento situacionista, que era la corriente principal en el movimiento estudiantil de la ciudad de Estrasburgo, donde yo vivía.
Entre nuestras acciones se cuentan la creación de un Comité de Relaciones con el Movimiento Obrero, que convocó a la Huelga General que movilizó a miles de trabajadores. Este potente movimiento obrero y estudiantil hizo saltar por los aires al Partido Comunista Francés por condenar el Mayo del 68 como asunto de pequeños burgueses. Igualmente se creó un Comité de Relación con los trabajadores migrados, en el que me impliqué directamente con los trabajadores españoles. Además, elaboramos un boletín dirigido también a este colectivo, donde pretendíamos concienciar sobre la lucha contra el franquismo en momentos tan duros como el Proceso de Burgos.
Fue en Francia también donde tuve mi primer contacto con un movimiento ecologista incipiente contra las centrales nucleares y que procedía originariamente de Alemania, donde tenía mucho calado. Esto me permitió informarme de los problemas causados por la energía nuclear. Igualmente, allí tomé contacto con un feminismo a favor de la liberación de las mujeres, en el que las feministas quemaban los sujetadores en hogueras como símbolos de opresión femenina. Era la época de Simone de Beauvoir, del feminismo de la igualdad entre hombres y mujeres, y la lucha por el aborto. Sin duda, fueron las semillas que quedaron tras el movimiento de Mayo del 68 las que pusieron en cuestión valores conservadores y muy asentados de la sociedad francesa.

—Tras la vorágine de libertades que supuso tu vida en Francia, decidiste volver a España. ¿Cómo fue tratar de encontrar tu sitio en tu propio país?
Cuando al cabo de los años decidí volver a Barcelona en 1972, se acababa de publicar el Informe sobre “Los límites del crecimiento”, aunque en España era desconocido en general y puesto en cuestión en los ámbitos científicos.
«Las mujeres del grupo defendimos el control de la reproducción por las propias mujeres, para no caer en políticas antinatalistas basadas en esterilizaciones de mujeres de países empobrecidos sin su consentimiento»
Por mi parte, estaba convencida de la importancia de los principios allí postulados y sobre la imposibilidad de seguir creciendo en un planeta finito. Con la experiencia y conocimientos adquiridos en Francia en la lucha antinuclear, intenté formar parte de algún movimiento de este tipo. Sin embargo, lo más parecido que encontré en aquella época fueron las comisiones de urbanismo de las asociaciones vecinales. Así que allí me metí a luchar contra el Plan de la Ribera en la Barceloneta y contra la destrucción del Borne, a través de la Asociación de Vecinos del Casc Antic, y que por cierto conseguimos salvar.
Fue un momento que coincidió también con el auge del movimiento feminista. Se organizaron las Primeras Jornadas Feministas de Catalunya en 1976, en las que yo también participé. Recuerdo que también militaba en la Organización Comunista Bandera Roja para luchar contra el franquismo y allí me dijeron que tenía que elegir entre feminismo y medio ambiente. Ya en aquel momento y por primera vez me sentía escindida entre ecologismo y feminismo, y veía la necesidad de unir ambas luchas.

Pintura de Carmen del Olmo (propiedad de su hija Amaia Sangorrin del Olmo, a quien agradecemos su permiso para publicarla).

—¿Qué tal tu vida laboral como científica y mujer en aquella época?
A nivel laboral conseguí una beca miserable de 10.000 pesetas al mes sin seguro de ningún tipo en el Instituto de Investigaciones Pesqueras, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Allí vi de forma más clara que nunca la situación de la investigación científica al servicio de los intereses privados, sin tener en cuenta los intereses de la sociedad, así como la precariedad del personal investigador del que yo formaba parte.
Fue por todo ello por lo que decidimos fundar con otros compañeros becarios y contratados del CSIC la Comisión de Investigación y Medio Ambiente, desde la que podíamos denunciar las políticas nefastas del Gobierno en materia científica, como el vertedero del Garraf o el plan Energético Nacional, consistente en llenar el Estado español de centrales nucleares. Estábamos en el año 1975 y no había libertad de reunión, por lo que tuvimos que crear la asociación utilizando el paraguas legal del Colegio de Licenciados de Cataluña y Baleares.
Siempre recordaré con cariño los años pasados en la Comisión de Investigación y Medio Ambiente que debió ser de los primeros grupos ecologistas del Estado español. Nos veíamos todos los viernes y prácticamente en cada reunión redactábamos un comunicado de denuncia de los diferentes atropellos cometidos contra el medio ambiente, que raramente transcendía nuestro ámbito, porque eran censurados en la prensa oficial la mayoría de las veces. Además, por primera vez se hizo un análisis crítico de la política científica del CSIC y de las condiciones económicas y sociales del personal investigador.
En el grupo antinuclear de la Comisión de Investigación del que yo formaba parte llegamos a realizar 53 charlas entre los años 1976 y 1979 por toda Cataluña y la zona del Bajo Ebro aragonés, según contabilizamos en una lista detallada que todavía conservamos. Recuerdo que yo siempre estaba en minoría o sola en las charlas que impartíamos y en los debates con ingenieros y científicos partidarios de la energía nuclear que, como por casualidad, siempre eran hombres.
A partir del grupo antinuclear de la Comisión de Investigación del Colegio de Licenciados y de forma conjunta con otros grupos, como el Colectivo de periodistas antinucleares, grupos pacifistas y grupos locales de afectados por las centrales nucleares, entre otros, se fundó el Comité Antinuclear de Catalunya en abril de 1977. El CANC fue el primer grupo antinuclear de Cataluña desde el que se organizaron marchas y manifestaciones muy numerosas y en el que tuvimos el honor de contar con la presencia del filósofo y profesor Manuel Sacristán y su equipo de la revista Mientras Tanto de orientación marxista.


—Imaginamos que esta situación supuso el germen de las primeras reflexiones en torno al ecofeminismo. Cuéntanos cómo llegaste hasta ahí.
Fue en 1977, desde el CANC, donde un grupo de tres mujeres animadas por Carmen del Olmo iniciamos por primera vez una reflexión sobre la relación que ya intuíamos entre ecologismo y feminismo. De hecho, devoramos los escritos de Francoise D’Eaubonne, la primera mujer que habló explícitamente de ecofeminismo, y publicamos un artículo en Dones en lluita, en el que señalábamos que los hombres se habían apoderado de la agricultura y del control de la población, según la tesis de D’Eaubonne, y que esa era la causa de nuestra opresión como mujeres. Como no nos acababan de convencer los argumentos de las pocas feministas que escribían en aquel momento sobre el tema, dejamos reposar el tema durante algún tiempo.
Tras el accidente de la central nuclear de Chernóbil en 1986, cuya denuncia fue la última acción del CANC como colectivo, llegó una época de gran actividad en la que se crean los comités anti-OTAN en contra del referéndum convocado por el Gobierno Español para entrar en la OTAN y que perdimos, a pesar de la gran actividad desplegada. Por otro lado, en 1989 tuvo lugar el grave accidente de la central nuclear de Vandellós I, por lo que se vuelve a reactivar el movimiento antinuclear enriquecido con el movimiento antimilitarista, hasta conseguir su cierre definitivo.
Como colofón de esta intensa actividad se crea Acció Ecologista en 1991, organización que dio lugar más tarde a la actual Federació de Catalunya de Ecologistes en Acció. Fueron momentos muy creativos dentro de nuestra organización. Las mujeres, aunque seguíamos siendo minoría, jugábamos un papel muy importante. A ello contribuyó sobre todo la incorporación de Anna Bosch, exalcaldesa de Mollet del Vallès por el PSUC, que entre otras cosas propuso la creación de una Iniciativa Legislativa Popular antinuclear donde se pedía el cierre de las centrales nucleares y que perdimos a pesar de haber recogido medio millón de firmas.
Sin embargo, cuando menos lo esperábamos surge una crisis en el seno de la organización en forma de desacuerdo sobre el tema de la población. Fue el momento de la Conferencia sobre Población y Desarrollo, celebrada en 1994 en El Cairo, en la que hubo grandes desencuentros y debates entre las instituciones y las mujeres representantes de los países más pobres sobre ese tema.

Los hombres del grupo de Acció Ecologista se definieron a favor del control de la población como principal causa del deterioro del medio ambiente mundial, junto con renombrados ecólogos como Paul R. Ehrlich y su “bomba demográfica“. Mientras tanto las mujeres del grupo defendimos el control de la reproducción por las propias mujeres, para no caer en políticas antinatalistas basadas en esterilizaciones de mujeres de países empobrecidos sin su consentimiento, ya que para ellas el número de hijos era su única seguridad en la vejez. Creíamos y seguimos creyendo que a medida que se elevase el nivel de educación de las mujeres y el acceso a los medios anticonceptivos ellas mismas disminuirían el número de hijos.

Esta crisis dio lugar a un movimiento singular llamado Las Petras. Las mujeres de Acció Ecologista decidimos organizarnos por nuestra cuenta con mujeres procedentes del movimiento feminista y pacifista, y algunas académicas feministas como Verena Stolcke.  También hay que reconocer el papel fundamental realizado por mujeres como la desaparecida Anna Bosch, cuya energía nos llevó a una intensa actividad en forma de charlas, presentaciones y publicaciones con las que cosechamos muchos éxitos.

Pintura de Carmen del Olmo (propiedad de su hija Amaia Sangorrin del Olmo, a quien agradecemos su permiso para publicarla).

—¿Cuándo os declaráis oficialmente ecofeministas?
Aunque no nos declaramos oficialmente ecofeministas, el tema del ecofeminismo surgió justamente cuando decidimos reflexionar con mujeres feministas del Grupo Dones i Treballs. Entre ellas se encontraba Cristina Carrasco, que procedía de la economía feminista, así como mujeres procedentes de ámbitos como la salud o la educación, y que no se consideraban ecofeministas ni ecologistas.
Para mí, ese momento fue el verdadero nacimiento del ecofeminismo, quedando plasmado en el libro de color rosa titulado Malabaristas de la vida (Mujeres, tiempos y trabajos) y publicado por Icaria en 2003, así como en la redacción del artículo titulado “Arraigadas en la Tierra”. Este último está firmado por tres mujeres de Ecologistes en Acció (Anna Bosch, Inés Amoroso y yo), cuya elaboración nos llevó a leer a muchas ecofeministas desconocidas por la mayoría de nosotras.

—¿Cuáles fueron vuestras principales aportaciones?
Además de hablar del control de la población, formulamos por primera vez gracias a nuestra reflexión conjunta con las mujeres de Dones i Treballs el concepto de sostenibilidad de la vida humana, al valorar el trabajo realizado por las mujeres como fundamental para el mantenimiento de la vida, aunque fuese ignorado por la economía clásica de la misma forma que era ignorada la naturaleza, al no estar consideradas en el PIB.
Es decir que, por un lado, las ecologistas del grupo planteamos el tema de la ecodependencia al situar a la especie humana dentro de la biosfera junto con el resto de los seres vivos y poniendo de relieve que formamos parte de un mismo ecosistema del que dependemos totalmente y hemos de respetar, si no queremos desaparecer como especie.
Pero a su vez desde el feminismo se construyó el concepto de sostenibilidad de la vida humana, la necesidad de reconocer que esta tampoco es sostenible sin el necesario trabajo realizado por las mujeres a lo largo de todos los tiempos y culturas, o lo que es lo mismo, la dependencia existente entre unos seres humanos y otros, y a la que llamamos interdependencia.
Este trabajo que llamamos de cuidados ha sido y es necesario para conseguir que una persona se desarrolle desde que nace hasta que muere, pero como sabemos también ha quedado olvidado durante la historia de la humanidad, a pesar de ser fundamental para la vida humana.
El debate fue extenso y muy rico, y nos llevó a sentar las bases del ecofeminismo, al admitir que el ecologismo sin feminismo es incompleto y deshumanizado, pero que a su vez el feminismo requiere admitir la necesidad de los límites del planeta del cual dependemos, como estamos comprobando con la actual crisis ecológica, consecuencia de nuestra actividad depredadora con el medio.
A lo largo de este debate rompimos con el feminismo esencialista, que relacionaba a las mujeres con los cuidados por su inclinación biológica hacia ellos y no por la división sexual del trabajo. Rompimos también con la mística de la femineidad que nos asignaba el papel de cuidadoras universales. Es decir, admitimos la necesidad de este cuidado, pero también la necesidad de que sea asumido igualmente por los hombres en un justo reparto de funciones.
Creo que el mayor éxito de las ecofeministas ha sido el de cambiar la forma de pensar al poner el cuidado de la vida humana en el centro.
Además, cuando se declaró el estado de alarma por COVID-19 y nos confinaron en casa, pudimos comprobar que la mayoría de los trabajos considerados esenciales estaban fundamentalmente ocupados por mujeres, ya que eran las que satisfacían las necesidades de cuidado o subsistencia. Según los datos aportados por Lourdes Beneria, estas constituían un 70 % del trabajo remunerado de servicios y 75 % del no remunerado a nivel mundial. Es decir, que lo único esencial eran las mujeres.

Pintura de Carmen del Olmo (propiedad de su hija Amaia Sangorrin del Olmo, a quien agradecemos su permiso para publicarla).

—¿Cómo ves al ecofeminismo en nuestra organización?
Creo que el ecofeminismo ha dado saltos de gigante estos últimos años gracias al enorme trabajo de mujeres como Yayo Herrero, Marta Pascual y muchas otras que conocí cuando eran chicas muy jóvenes y empezaban a interesarse por ello. Para mí es un gran alivio asegurar la continuidad en este tema en el que algunas nos iniciamos hace ya muchos, demasiados años. En ese sentido creo que hemos mejorado mucho en Ecologistes en Acció y es un gustazo ver a los hombres más implicados también en el tema de los cuidados.

—Las personas jóvenes se han organizado y están dando un verdadero ejemplo al mundo, a pesar de que esta situación les ha venido dada. ¿Qué opinas de este movimiento?
No quiero terminar sin señalar el fantástico trabajo realizado por nuestros jóvenes en contra del calentamiento global, liderados o no por Greta Thunberg. Ha sido como un regalo que nos ha caído del cielo cuando más lo necesitábamos y que valoro muy positivamente. Ese es nuestro futuro si es que hay alguno, o en el mejor de los casos se trata de una actividad necesaria para colapsar mejor, como diría Jorge Riechmann, y cambiar nuestro rumbo hacia la justicia social y climática.
No nos queda la menor duda de que estamos ante un colapso civilizatorio, que no es más que la manifestación de una crisis sanitaria, social, ecológica, económica, política, financiera, climática y de la biodiversidad producida por un sistema de producción capitalista y patriarcal, al que nos quieren volver a llevar con el nombre de «nueva normalidad», que apunta hacia una mayor desigualdad social, mayor destrucción de los ecosistemas, mayor perturbación del clima y mayores desastres naturales en general.

—Ya para acabar, al principio nos decías que te declaras una “ecofeminista no arrepentida”. ¿A qué te referías?
Lo que quiero decir es que cada vez es más evidente que la crisis sanitaria puesta de manifiesto por el coronavirus tiene la virtud de habernos devuelto a nuestra realidad, realidad según la cual somos organismos ecodependientes e interdependientes dentro de una biosfera en la que «todo está conectado con todo», como no nos hemos cansado de preconizar las ecofeministas.
Y en este sentido pienso que no nos hemos equivocado en el diagnóstico y vamos por el buen camino, si nos atrevemos a asumir este cambio enorme que va a suponer aceptar el reto de empezar de nuevo bajo otras premisas, basadas sobre todo en la solidaridad de la especie humana con las personas más vulnerables y la aceptación de los desafíos de la naturaleza de la que formamos parte, si no somos capaces de respetarla mediante el decrecimiento económico y el bajo consumo de materiales y energía. Tenemos un gran trabajo por delante en el que va nuestra supervivencia como especie.

Paula Romero Muñoz. Área de Ecofeminismo de Ecologistas en Acción.

Revista Ecologista nº 107.

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