Hoy me siento bien, un Balzac, estoy terminando esta línea.
Augusto Monterroso
Si en la entrada anterior se hablaba de cuentos para promover la revista De 14 a 20 y estimular la participación en el concurso del mismo nombre, en ésta nos centraremos en una modalidad narrativa más breve todavía, el microrrelato, con el objetivo de animar a los lectores de este blog a cultivar ese tipo de escritos, algo que quizás ya hacen algunos sin pretenderlo cuando envían tuits.
Mientras que la novela, la novela corta y el cuento son subgéneros narrativos con una historia reconocida y consolidada, cuando se habla de microrrelatos a veces se duda de su entidad y se discute hasta su nombre: minificciones, relatos hiperbreves (se ha derivado de ellos una categoría especial, el nanorrelato o cuento de una sola línea: “Era tan bueno, tan bueno, que tenía cara de rosa”, escribió Miguel Mihura), minicuentos, microficciones, etc. Sin embargo, la historia de los microrrelatos —confundidos a veces con otros subgéneros como los adagios, los apólogos, las parábolas, los chistes, etc.— se remonta a los orígenes de la narrativa. Veamos dos ejemplos clásicos de la literatura universal en los que, como es propio del relato breve, el título ya sirve para orientar al lector sobre el contenido:
El sueño de la mariposa
Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.
El dinero soñado
—Esta noche he soñado que me dabas cien dinares —le dijo un día su hijo a Nasrudín.
—Perfecto —respondió Nasrudín—. Como eres un niño muy bueno, puedes quedártelos. Cómprate con ellos lo que quieras.
En el ámbito de la literaturas hispánicas, el género de los microrrelatos empezó a ser estudiado y reconocido con todas sus consecuencias a partir de 1953, con la publicación de la antología Cuentos breves y extraordinarios, publicada por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares como secuela de otra obra más extensa, la Antología de la literatura fantástica publicada por los mismos autores en 1940, en la que ya aparecían varios microrrelatos. Por ejemplo, éste, especialmente inquietante:
El gesto de la muerte
Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
—¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
—¿Por qué le hiciste esta mañana a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
—No fue un gesto de amenaza —le responde— sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.
Sin embargo, aunque tanto Borges como Bioy Casares fueran grandes defensores de los cuentos breves, es el guatemalteco Augusto Monterroso quien publica en 1959, en Obras completas (y otros cuentos), El dinosaurio, el microrrelato —o, si se prefiere, el nanorrelato— más famoso de las literaturas hispánicas:
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Lo cierto es que a la reivindicación del cuento breve iniciada por Borges, Bioy Casares y Augusto Monterroso deben añadirse nombres memorables: Max Aub, Julio Cortázar, Juan José Arreola, Pere Calders, Gonzalo Suárez y muchos otros (véase, pongamos por caso, la antología La mano de la hormiga. Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas, publicada en 1990 por Antonio Fernández Ferrer, o consúltese la página Microrrelato, especializada en textos mínimos). Damos a continuación algunas muestras.
El monte
Cuando Juan salió al campo, aquella mañana tranquila, la montaña ya no estaba.
La llanura se abría nueva, magnífica, enorme, bajo el sol naciente, dorada.
Allí, de memoria de hombre, siempre hubo un monte, cónico, peludo, sucio, terroso, grande, inútil, feo. Ahora, al amanecer, había desaparecido.
Le pareció bien a Juan. Por fin había sucedido algo que valía la pena, de acuerdo con sus ideas.
—Ya te decía yo —le dijo a su mujer.
—Pues es verdad. Así podremos ir más deprisa a casa de mi hermana.
Cuento de horror
La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.
Tortugas y cronopios
Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural. Las esperanzas lo saben, y no se preocupan. Los famas lo saben, y se burlan. Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.
Venim de la pols
Van excavar davant de casa seva. No volien dir-li si feien una piscina o la base d’una glorieta. «Es tracta d’una sorpresa» responien a cada pregunta d’ell. I ho fou, perquè quan van completar les mides li donaren allò que se’n diu cristiana sepultura.
Si después de leer estos ejemplos alguien duda de las posibilidades expresivas del microrrelato, del ingenio, de la sutileza, del misterio o del encanto que puede encerrar, puede enviarnos una refutación del género, sus opiniones o, si no duda y lo prefiere, algún ejemplo de su invención.