Cuando leí por primera vez Yo, robot, de Isaac Asimov (1920-1992), no imaginaba hasta qué punto llegaría a asombrarme, y mucho menos que la siguiente obra suya que leería, Fundación, me fascinaría tanto como para considerarla uno de mis libros favoritos.
He leído muchas novelas a lo largo de estos años, algunas de ellas realmente extraordinarias, y, sin embargo, pocas me han impresionado tanto como los libros de Asimov. Esto no se debe únicamente al alarde de ingenio y a otros recursos narrativos de los que hace gala en ellos, que inevitablemente mantienen al lector atrapado en la red de intrigas hasta llegar a un siempre ingenioso final, sino a que demuestran que el autor era un visionario.
Un buen ejemplo de ello podrían ser las Tres Leyes de la Robótica, mundialmente conocidas, que Asimov analiza de forma brillante en los diversos relatos cortos recogidos en Yo, robot. Estas leyes, que parecen configuradas de forma que impiden a cualquier robot perjudicar a los seres humanos, están, en realidad, sometidas a contradicciones y dilemas, y tienen mucho que decir en un mundo en el que la inteligencia artificial avanza a pasos agigantados.
Sin embargo, me atrevo a afirmar que el concepto ideado por Asimov que más me asombró y por el que lo considero uno de mis escritores preferidos —y, de hecho, el mejor autor de ciencia-ficción que he leído—, es el de la Psicohistoria. En pocas palabras, esta ciencia, ideada por uno de los protagonistas de la saga Trilogía de la Fundación, Hari Seldon, combina la historia, la psicología y las matemáticas para, a partir de un gran conjunto de sucesos históricos analizados mediante complejas ecuaciones, predecir y manipular acontecimientos futuros. En base a esta definición, es prácticamente imposible no establecer un paralelismo con lo que actualmente se denomina “Big data”, enormes bases de datos analizadas por ordenadores que permiten establecer patrones y predicciones.
Además de novelista, Asimov puede considerarse un gran divulgador, con la habilidad de convertir los más intrincados conceptos científicos en explicaciones claras, sencillas y amenas. Además, con sus obras demuestra la importancia de la ficción no únicamente como forma de entretenimiento, sino como espejo del mundo en que vivimos. Tal vez sus aportaciones más relevantes hayan sido sus múltiples predicciones, una prueba de que, en la mayoría casos, lo único que debemos hacer para encontrar respuestas sobre nuestro porvenir es volver la vista hacia un libro.
Me ha encantado leer la entrada sobre Isaac Asimov. Tal y como explica Laia, todo un visionario y un prolífico autor con obras de interés en muchos campos diferentes. Wikipedia aclara que de las diez categorías principales del sistema de clasificación Dewey Asimov tiene publicaciones en 9 categorías. No escribió sobre religión ni falta que hace.
Además sus robots siempre son bondadosos y nunca hacen daño a los humanos. Sus tres leyes de la robótica son maravillosas y, en su obra, forman parte del cerebro positrónico de sus ingenios y no las pueden eludir.
Curiosamente en nuestro mundo tenemos ordenadores muchísimo más pequeños, económicos y quizás más potentes que Multivac, pero nuestros robots son muchísimo menos autónomos que los suyos. En mi casa el robot más autónomo se dedica a aspirar el suelo y se enreda con cualquier cable que encuentra. No tiene cerebro positrónico ni cumple con las tres leyes de la robótica aunque resulta moderadamente práctico.
En la actualidad existe una carrera tecnológica por desarrollar el coche autónomo y por automatizar muchos otros procesos. Ojalá los futuros robots sean tan buenos como los de Asimov, aunque me temo que en algunas ocasiones no habrá ningún interés en que cumplan sus tres leyes de la robótica.
Muchísimas gracias por recordarme a un autor que tantos buenos ratos me ha hecho pasar y muchísimas felicidades por la increíble valoración que has obtenido. Me alegra mucho saber que si bien no podemos tener buenos robots sí que podemos tener excelentes profesionales de la medicina 🙂
El título de Yo, robot puede resultar equívoco para quien no haya leído este libro de Isaac Asimov: el pronombre de primera persona puede sugerir que bajo ese título se recoge la autobiografía (o las memorias) de un robot, y no es así. El libro está compuesto de nueve relatos independientes entre sí y que, sin embargo, tienen una característica en común: son recuerdos de episodios vividos que Susan Calvin, una robopsicóloga, le cuenta a un joven periodista de Prensa Interplanetaria muy satisfecho de escribir para tres mil millones de lectores. En la introducción que precede a los relatos, el periodista da breve cuenta de la vida de Susan Calvin. Nacida en 1982, tiene setenta y cinco años cuando está a punto de jubilarse después de cincuenta años de trabajo para U. S. Robots como experta en psicología de los robots. De hecho, el papel de Susan Calvin en estos episodios es, a menudo, muy tangencial, pero en todos ellos, a través de lo que cuenta, intenta poner de manifiesto el cumplimiento de las Tres Leyes de la Robótica y los dilemas en que, para cumplirlas, pueden encontrarse determinados robots en ciertas situaciones.
De los nueve relatos, mi favorito es “¡Embustero!”, que cuenta la historia de Herbie, un robot que podía leer el pensamiento de sus interlocutores y que, para no herir su sensibilidad en aplicación de la primera ley de la robótica (“Un robot no debe hacer daño a un ser humano…”), se ve obligado a decirles no la verdad sino lo que cada uno quiere oír aunque sea mentira. De hecho, en este relato Susan Calvin sí tiene un papel protagonista y será ella quien finalmente califique a Herbie como se merece. El cuento tiene dos elementos que lo hacen imbatible como relato: uno es la percepción de las verdaderas necesidades de los seres humanos en sus relaciones con los demás y otro, el sentido del humor (Susan Calvin, detrás de su aparente seriedad, sabe reírse de sí misma y mostrar algunos de los puntos débiles de su vida emocional ante el periodista que transcribe la historia). Pero lo fundamental quizás sea que este relato, como otros del libro, nos recuerdan lo que Asimov llama la sabiduría de la ilusión como cimiento de nuestras creencias. Necesitamos creer en algo y sentir entusiasmo para poder embarcarnos en cualquier proyecto con garantías de éxito. Y esa es una buena lección de las muchas que podemos aprender de Asimov, y un buen motivo para leerlo si todavía no lo hemos hecho.