El arte de perder

UN ARTE

No es difícil dominar el arte de perder:
tantas cosas parecen llenas del propósito de ser perdidas,
que su pérdida no es ningún desastre.

Perder alguna cosa cada día. Aceptar aturdirse por la pérdida
de las llaves de la puerta, de la hora malgastada.
No es difícil dominar el arte de perder.

Después practicar perder más lejos y más rápido:
los lugares, y los nombres, y dónde pretendías
viajar. Nada de todo esto te traerá desastre alguno.

He perdido el reloj de mi madre. Y, ¡mira!, voy por la última
—quizás por la penúltima— de tres casas amadas.
No es difícil dominar el arte de perder.

He perdido dos ciudades, las dos preciosas. Y, más vastos,
poseí algunos reinos, dos ríos, un continente.
Los echo de menos, pero no fue ningún desastre.

Incluso habiéndote perdido a ti (tu voz bromeando, un gesto
que amo) no habré mentido. Por supuesto,
no es difícil dominar el arte de perder, por más que a veces
pueda parecernos (¡escríbelo!) un desastre.

Elizabeth Bishop, Obra poética. Traducción de D. Sam Abrams. Ediciones Igitur, Barcelona, 2008.

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ONE ART

The art of losing isn’t hard to master;/ so many things seem filled with the intent to be/ lost that their loss is no disaster.

Lose something every day. Accept the fluster/ of lost door keys, the hour badly spent. The art/ of losing isn’t hard to master.

Then practice losing farther, losing faster:/ places, and names, and where it was you meant/ to travel. None of these will bring disaster.

I lost my mother’s watch. And look! my last,/ or next-to-last, of three loved houses went. The/ art of losing isn’t hard to master.

I lost two cities, lovely ones. And, vaster,/ some realms I owned, two rivers, a continent/ I miss them, but it wasn’t a disaster.

—Even losing you (the joking voice, a gesture/ I love) I shan’t have lied. It’s evident/ the art of losing’s not too hard to master though it may/ look like (Write it!) like disaster.

De la poesía al cine; del cine a la poesía

Algunas películas tienen la virtud de llevar al espectador a la poesía. Así, Historia de una pasión (2016), de Terence Davies, invita a leer los poemas de Emily Dickinson, como Cuatro bodas y un funeral (1994), de Mike Newell, incitaba a leer a Auden después de haber oído su Funeral blues, o como Luna en Brasil (2013), de Bruno Barreto, apremiaba a conocer el poema “Un arte” y otros poemas de Elizabeth Bishop (1911-1979).

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El arte de perder

Lo primero que sorprende del poema de Elizabeth Bishop es el título, pues la palabra arte es una palabra polisémica que puede referirse a las bellas artes (la pintura, la escultura, la música, etc.) pero también a la maña o habilidad para hacer alguna cosa. Nadie pierde las llaves de casa por gusto ni siente complacencia al perder el reloj heredado de su madre. Con frecuencia, esas cosas se pierden por descuido, involuntariamente (aunque, de hecho, se trata de pérdidas que en algunos casos pueden ser analizadas simbólicamente como si tuvieran un significado oculto). Otras de las pérdidas a las que alude Bishop suceden de manera distinta por no tratarse de meros objetos materiales: no se pierde el tiempo de la misma manera que a un ser querido. Pero a ella no le interesa distinguir entre las pérdidas que suceden a nuestro pesar y aquellas otras en las que intervenimos. Ante la aflicción que supone perder  con frecuencia cosas, ciudades y personas amadas (en el ámbito anglosajón, este poema suele leerse en algunos funerales), Elizabeth Bishop quiere ofrecer un consuelo: todo es efímero, todo tuvo alguna vez su gloria y su momento. Aprender a vivir es aprender a perder y a considerar que las pérdidas, aunque duelan, no tienen por qué vivirse como desastres

Entendido así el poema, aunque este no sea ni mucho menos su único sentido, parecería que nos estamos refiriendo a una variante de la inscripción del anillo del rey David que recogió Antonio Machado en los Cantares: “Todo pasa y todo queda”. Es decir, ni la tristeza ni la alegría son emociones eternas: nace cada una en su momento, en su circunstancia, y luego se transforman y se diluyen en la corriente ruidosa de los días, aunque nos quede el recurso paliativo de convertirlas en verso, como hizo el mismo Machado en sus “Otras canciones a Guiomar”:

Y te enviaré mi canción:

“Se canta lo que se pierde”,

con un papagayo verde

que la diga en tu balcón.

antonio-machadoComo el poeta canta lo que ha perdido y la poesía es un remedio para enfrentarnos a la melancolía, a la nostalgia y a otras enfermedades del alma, no nos extrañará que el consuelo que nos ofrece Bishop también nos lo ofreciera en su momento Blas de Otero (“En el principio”):

Si he perdido la vida, el tiempo, todo

lo que tiré, como un anillo, al agua,

si he perdido la voz en la maleza,

me queda la palabra.

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Así que, aceptando la lógica de Blas de Otero, si nos queda la palabra después de haber perdido todo lo demás, con la palabra podemos reivindicar nuestra identidad y recuperar no solo el tiempo perdido, como Marcel Proust (En busca del tiempo perdido), sino también las emociones que nos producían las cosas, los lugares y los seres perdidos, una aparente contradicción, en fin, que puede llevarnos a pensar en el viejo refrán español: “Perder es ganar” (o en aquel otro que dice: “Donde una puerta se cierra, otra se abre”, pero en este no aparece el verbo perder).

En torno a la pérdida en el sentido de derrota (perder la guerra, perder un partido de fútbol…) o de fracaso (profesional, sentimental…), también se han escrito no solo poemas sino novelas: el protagonista de la novela Perder es cuestión de método, del escritor colombiano Santiago Gamboa, parece coleccionar frases relacionadas con la derrota, como esta procedente de una novela, Nombre de torero, del escritor chileno Luis Sepúlveda: “Perdí. Siempre perdí. No me irrita ni preocupa. Perder es una cuestión de método”. En esta como en otras frases similares se trata de caracterizar como un héroe romántico a quien, contra lo establecido, prefiere perder a ganar o, al menos, no ganar aun pudiendo (este es el caso de Colin Smith, joven protagonista de La soledad de corredor de fondo, novela corta de Alan Sillitoe), y lleva su voluntaria derrota con elegancia moral porque no quiere ser considerado un vencedor ni pertenecer a la casta de los triunfadores, y se convierte así en un héroe atípico que, como don Quijote, encuentra la cordura y el sentido de su vida en la experiencia de perder.

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A vueltas con la idea de perder

Ahora bien, aquí no queremos hablar de Elizabeth Bishop, ni de Antonio Machado, ni de Blas de Otero, ni de Santiago Gamboa, ni de Luis Sepúlveda: queremos hablar y proponer como tema de reflexión para los lectores de este blog la variedad de expresiones con sentido figurado que utilizamos cotidianamente en las que aparece el verbo perder: perder de vista, echar a perder, llevar las de perder, perder el tren, perder la cabeza (y su variante en la copla, perder el sentío), perder el culo, perder el alma, perder terreno, perder la vergüenza, perder los estribos, no tener nada que perder, no estar todo perdido… Porque todas esas expresiones de creación popular muestran lo que algunos poetas insisten en recordarnos: que todo hablante de una lengua es, a su modo, poeta, pues todo hablante utiliza habitualmente expresiones metafóricas, además de ser capaz (tener el arte) de hablar con frases que no hayan sido dichas nunca. Y lo más curioso del caso es que perder, palabra de origen latino, procede de perdere (“dar del todo”), derivada a su vez de dare, “dar”. Así que, cuando perdemos algo, lo damos totalmente.