El topo dorado y otras criaturas asombrosas

Las bibliotecas públicas de la red de la Diputación de Barcelona constituyen, a mi parecer, un conjunto de confortables refugios para pasar en cualquiera de ellas buenos ratos leyendo. La otra tarde estuve en la biblioteca Ignasi Iglèsias —junto a Fabra i Coats, a un paso de la plaza Orfila, en Sant Andreu—: una maravilla. Niños, padres, madres, ancianos, personas de diferentes edades, leían, hojeaban libros y revistas, se sentían allí tan a gusto como en casa. En un determinado momento, un grupo de muchachas y algún muchacho de doce o trece años (de 1º o 2º de ESO) salían de una sección de la biblioteca, todos contentos y todos con ejemplares del mismo libro en las manos. Una de las bibliotecarias, muy sonriente, les iba preguntando con amabilidad por lo que acababan de hacer: habían participado en un club de lectura juvenil, y el libro que llevaban consigo era el que comentarán la próxima vez, Criatures impossibles, de Katherine Rundell. Reconocí el libro y me sentí feliz al imaginar la felicidad que les esperaba a esos jóvenes lectores cuando lo leyeran, si es que no lo habían leído ya. Me los imaginé en su casa, a la hora de cenar, absortos en la lectura del libro, sin apenas escuchar al padre o a la madre que los llama para sentarse a la mesa. El caso es que el libro de Rundell me llevó a pensar en Borges y Borges en Tiresias y Tiresias en los libros sibilinos y los libros sibilinos otra vez en Katherine Rundell. Trataré de aclarar esa cadena de asociaciones.

Katherine Rundell (Kent, Inglaterra, 1987), Criaturas imposibles

Katherine Rundell y sus criaturas imaginarias

Si Katherine Rundell escribió en 2023 Criaturas imposibles, Jorge Luis Borges, en 1957, en colaboración con Margarita Guerrero (una amiga suya), había publicado un Manual de zoología fantástica, titulado posteriormente El libro de los seres imaginarios. Aunque tanto el de Rundell como el de Borges hablen de seres mitológicos y pretendan explorar y ampliar la imaginación de los lectores, las diferencias entre ambos libros son numerosas. Para empezar, el libro de Borges y Margarita Guerrero no es una novela, sino una pequeña y curiosa enciclopedia: está formado por una serie de descripciones de criaturas fantásticas de diversa procedencia (mitos, leyendas, religiones, obras de literatura fantástica, etc.), con entradas ordenadas alfabéticamente, mientras que el libro de Rundell recupera una serie de figuras de la mitología nórdica y de los bestiarios medievales y las sitúa en un espacio imaginario (el Archipiélago) para construir una novela de fantasía y aventuras dirigida a jóvenes lectores, en la estela de las sagas de Tolkien, Narnia, Harry Potter, etc. Una novela de aventuras, sí, pero también de descubrimientos, de aprendizaje y formación para Christopher, el joven protagonista.

Mapa del Archipiélago de Criaturas imposibles de Katherine Rundell

Las criaturas convocadas por Katherine Rundell —grifos, esfinges, dragones, unicornios, etc.— sobreviven en un lugar secreto, el Archipiélago, “un conjunto de treinta y cuatro islas, algunas tan extensas como Dinamarca y otras pequeñas como la plaza de un pueblo. En estas islas, miles de criaturas corren y vuelan, crían a su progenie, mueren y vuelven a empezar. Para nosotros han quedado medio olvidadas, y hace mucho tiempo que las relegamos a los cuentos para niños. Sin embargo, no las hemos destruido, sobreviven. Son abundantes, brillantes y reales. Es ese el último territorio mágico que sobrevive”, le cuenta, más o menos, el anciano Frank Aureate, a su nieto Christopher, de unos doce años, quien ha ido desde Londres a pasar las vacaciones con su abuelo materno en algún lugar de Escocia. De la preservación y custodia del Archipiélago y de sus prodigiosos habitantes se ocupa precisamente su abuelo, Frank Aureate, guardián y mediador entre dos mundos, el mundo de los seres humanos y el mundo de las criaturas mitológicas. Al principio, el abuelo intenta, sin éxito, que su nieto se mantenga alejado del Archipiélago para que no se vea abocado a los peligros que se ciernen sobre ese territorio, pero, después, ante la inminencia de algunos hechos, no tiene más remedio que contarle todos estos y otros secretos.

Jorge Luis Borges y Margarita Guerreo, El libro de los seres imaginarios

Jorge Luis Borges

El catálogo de seres imaginarios que recoge el libro de Borges y Margarita Guerrero, aunque no pretende ser exhaustivo (“un libro de esta índole es necesariamente incompleto”, dicen los autores en el prólogo), es impresionante: va desde el sorprendente A Bao A Qu, “que vive en estado letárgico, en el primer escalón de la Torre de la Victoria, en Chitor, y que solo goza de vida consciente cuando alguien sube la escalera”, hasta el último, el inquietante Zorro Chino, al que “le basta golpear la tierra con la cola para causar incendios”. No faltan en el catálogo ni centauros ni elfos, ni criaturas soñadas por diversos autores (Kafka, C. S. Lewis, Edgar Allan Poe…), ni referencias eruditas a criaturas del más allá mencionadas en diversos libros religiosos, pero en ningún momento estos seres interaccionan entre sí ni producen más episodios que los que ya se les atribuye a cada uno de ellos en las historias de las que proceden.

En el libro de Borges y Guerrero abundan las referencias literarias y las explicaciones de los nombres de los seres fantásticos: por ejemplo, la palabra elfo podría derivar del antiguo germánico Alp, pesadilla, porque “en la Edad Media era común la creencia de que los Elfos oprimían el pecho de los durmientes y les inspiraban sueños atroces”, y la palabra gnomo derivaría de gnosis, que en griego significa conocimiento, porque “los gnomos conocían y podían revelar a los hombres el preciso lugar en que los metales estaban escondidos”. En fin, el libro de Borges y Guerrero no solamente deleita, sino que también enseña: se dirige a nuestra imaginación, pero también a nuestra inteligencia, y sirve para constatar que aunque “ignoramos el sentido del dragón, como ignoramos el sentido del universo”, “hay algo en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres, y así el dragón surge en distintas latitudes y edades”, tiene, pues, la figura del dragón, como la de otros seres imaginarios, un carácter universal.

Pero, cuando se piensa en Borges, su evocación no puede circunscribirse a un catálogo de seres imaginarios, y menos si su recuerdo llega mientras se está leyendo en una biblioteca. A un lector de Borges puede sobrevenirle en esas circunstancias la imagen física de Jorge Luis Borges, un hombre ciego recorriendo con su bastón las galerías de la Biblioteca Nacional argentina, una imagen que atraviesa el “Poema de los dones”:

Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche
.

En ese poema, Borges recrea el hecho de haber sido nombrado en 1955 director de la Biblioteca Nacional argentina (“novecientos mil volúmenes en diversos idiomas”), en la época en que se estaba quedando ciego (“la noche”). Y en ese mismo poema, por su gusto contagioso por los libros, declara haber concebido siempre el Paraíso como si fuera una biblioteca:

… yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca
.

Tiresias

La ceguera y la lucidez de Borges pueden atraer al imán de la memoria los casos de otros ciegos de la literatura o de la mitología: Tiresias, Homero, John Milton, Max Estrella (protagonista de Luces de bohemia), etc. El caso de Tiresias nos interesa ahora especialmente, y no solo por ser “el más famoso de los adivinos griegos. Ya en la Odisea, Ulises fue al Hades, siguiendo el consejo de la maga Circe para entrevistarse con él”, por ser Tiresias un mediador “entre dioses y hombres, y entre dos mundos” (el de los muertos y el de los vivos), según escribe Carlos García Gual en su Diccionario de mitos. Es decir, Tiresias, además de haber profetizado en Tebas que el vencedor de la esfinge se casaría con la reina (como así haría Edipo), era también un mediador entre dos mundos, como Franz Aureate, el personaje de Rundell del que ya hemos hablado. Tenía el don de la profecía, que le había sido otorgado para compensar su ceguera, y ese carácter de vidente, profeta y mediador lo comparte Tiresias con las sibilas.

Las cinco sibilas de la Capilla Sixtina pintadas por Miguel Ángel: la de Delfos, la de Eritrea, la Cumana, la Líbica y la Pérsica

En la Antigüedad grecolatina, las sibilinas solían vivir en grutas —a veces cerca de alguna fuente o de algún río—, entraban en trance en algún momento y, como Tiresias, profetizaban lo que iba a pasar. Tenían fama de sabias, inspiraban respeto, si no temor, y acostumbraban a contestar con frases ambiguas a algunas de las preguntas que se les formulaban. Miguel Ángel, fascinado por las leyendas de las sibilas, pintó a cinco de las diez que se conocen en la bóveda de la Capilla Sixtina: la Sibila Délfica, la Sibila Eritrea, la Sibila Líbica, la Sibila Pérsica y la Sibila de Cumas. De todas ellas, la más famosa quizá sea la sibila Délfica, la del oráculo de Delfos, a quien se le atribuyen algunos de los preceptos más populares heredados de la cultura griega: “Conócete a ti mismo”, “De nada demasiado”… Pero la sibila de la que queremos hablar ahora es la sibila de Cumas, protagonista de la historia de los libros sibilinos, escritos en griego hacia el año 510 a.C.

Los libros sibilinos

Esta misteriosa historia la recogen diversos autores, entre ellos Aulo Gelio en sus Noches áticas, recopilación de sucesos escrita hacia el año 177:

Una anciana extranjera (la sibila de Cumas o cumana) se acercó a Tarquinio el Soberbio, el último rey de Roma. La mujer llevaba consigo nueve libros, eran oráculos divinos, dijo, que contenían las profecías de las sibilas sobre el futuro del mundo, y los quería vender. Tarquinio preguntó el precio. La mujer pidió un precio muy alto y el rey empezó a reírse, como si la mujer chocheara a causa de su edad. La mujer encendió un pequeño brasero, quemó tres de los nueve libros y le preguntó al rey si quería comprar los seis libros restantes por el mismo precio que los nueve. Tarquinio se rio más todavía y dijo que sin duda la anciana deliraba, pues cómo iba a pagar él el mismo precio por seis libros que por nueve. La mujer, allí mismo, quemó en un momento otros tres libros y de nuevo le pidió al rey el mismo precio por los tres libros supervivientes. Tarquinio empezó a preocuparse. Comprendió que el asunto era serio y compró los tres libros por el mismo precio que hubiera podido comprar los nueve. Se sabe que a esa mujer, que entonces se separó de Tarquinio, después nunca se la volvió a ver. Los tres libros fueron guardados en un sagrario, fueron llamados Sibilinos y su custodia fue tarea de los quindecenviros, sacerdotes encargados de consultarlos e interpretarlos por encargo del Senado.

Katherine Rundell, El topo dorado.

El topo dorado de Katherine Rundell

Otra versión más extensa de la historia de los libros sibilinos la incluye Katherine Rundell en su maravilloso libro El topo dorado. Un atlas de las criaturas más extraordinarias del planeta. Katherine Rundell, que tanto sabe y tanto ha investigado en archivos y bibliotecas sobre criaturas imaginarias, se ocupa en este otro libro de criaturas reales, todas ellas asombrosas y todas ellas… en peligro de extinción. Y nos advierte de que, como los libros sibilinos, estas criaturas extraordinarias pueden llegar a desaparecer si no se actúa a tiempo. Si, por desconocimiento o falta de interés, no se toman las medidas necesarias para preservar los hábitats en los que viven y para asegurar su conservación. ¿Cuáles son esas criaturas? El wómbat, el tiburón boreal, la jirafa, el vencejo, el lémur, el cangrejo ermitaño, la foca, el oso, el narval, el cuervo, la liebre, el lobo, el erizo, el elefante, el caballito de mar, el pangolín, la cigüeña, la araña, el murciélago, el atún, el topo dorado y… el ser humano.

¿Y qué tienen de extraordinario esas criaturas?, pueden llegar a preguntarse algunos lectores de estas líneas. Y en la respuesta implícita a esa pregunta radican la gracia, la inteligencia y la sensibilidad que comunican este libro. A veces, como en el caso de estos animales, lo extraordinario se oculta debajo de lo ordinario. Basta con desprenderse de la costumbre de mirar las cosas o los animales superficialmente para advertir la singularidad que cada uno contiene. Los centauros, los unicornios, las mantícoras, etc., son animales híbridos producidos por la fantasía humana: combinan características de dos o más animales existentes; pero, en cambio, las criaturas en las que se detiene este libro no son producto de la imaginación, existen, están ahí, a veces cerca de nosotros aunque no las conozcamos, y no siempre sabemos verlas ni descubrir lo que las particulariza. Si aprendemos a mirarlas con curiosidad, como seres únicos que son, nos asombraremos de su belleza y saborearemos con gusto la ocasión de conocerlas y de sentirlas vivas. Trataremos de corroborarlo hablando brevemente de algunas de ellas.

Por ejemplo, el wómbat, un marsupial, pariente de los koalas, de patas cortas, peludo y suave, que vive en Australia y Tasmania, “capaz de atacar hacia atrás, aplastando a los depredadores contra las paredes de su guarida”, o el tiburón boreal, “una de las dos criaturas carnívoras más grandes del mar” de la que se creía que “eran excelentes padres” capaces, “ante una amenaza de peligro”, de abrir su boca cavernosa y esconder dentro a sus crías; o la jirafa: “a lo largo de la historia hemos intentado, con más entusiasmo que acierto, explicar cómo surgió algo tan contradictorio y milagroso” como una jirafa; por no hablar del vencejo, “un pájaro adaptado para el cielo como ningún otro” que, “a lo largo de su vida, vuela unos dos millones de kilómetros, suficientes como para ir y volver a la Luna dos veces y regresar allí una tercera vez”, o el lémur: “algunas historias contaban que los lémures eran antepasados humanos que se habían perdido en la selva malgache y se habían transformado para sobrevivir”, etc.

Topo dorado hotentote

De los veintidós animales de los que habla Rundell, no es ni el más pequeño ni el menos asombroso el que da título al libro, el topo dorado, “el único mamífero iridiscente. Brilla literalmente como el oro, pero es ciego y no puede percibir su propio resplandor”; “la mayoría de topos dorados son tan pequeños que caben en la mano de un niño, sus cuerpos son potentes plantas eléctricas en miniatura; sus riñones son tan eficientes que muchas especies pueden pasar toda su vida sin beber una gota de agua”. Pero, atención al dato y al comentario de Rundell, de las veintiuna especies que se conocen de topos dorados, “más de la mitad están actualmente en peligro de extinción debido a la contaminación y a la pérdida de hábitat; si los perdemos, habremos perdido el único mamífero arcoiris del mundo, una estupidez tan grotesca para la que no deberíamos esperar el perdón.” Es decir, esta y otras maravillosas criaturas, repetimos, “están en peligro de desaparición y el tiempo para evitarlo se nos acaba.”

En coherencia con su defensa de la biodiversidad, “la mitad de los derechos de autor de este libro”, añade como colofón la autora, “se destinarán a perpetuidad a organizaciones benéficas que luchan contra el cambio climático y la destrucción del medio ambiente, una en tierra firme y la otra en el mar. Al comprarlo, les estás prestando tu apoyo, algo que agradezco enormemente”.

Una causa tan noble no puede dejar indiferente a quienes quisiéramos que estas y otras criaturas extraordinarias continúen despertando nuestro asombro y el de las generaciones futuras. Ojalá que así sea.

F. Gallardo

Katherine Rundell, El topo dorado. Un atlas de las criaturas más extraordinarias del planeta. Ilustraciones de Talya Baldwin. Traducción de Beatriz Villena Sánchez. Barcelona, editorial Folioscopio, 2025.

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