No es lo mismo leer una obra de teatro que verla representada en un escenario. Desde que se abrió este blog en septiembre del 2011, se han publicado diferentes comentarios sobre obras de teatro: Teatre al Puig Castellar, Leyendas de Bécquer, With a Little Bit of Luck, Cròniques de la veritat oculta, Vivir los sueños o Se suspende la función, pero recalquemos que en todos estos casos se trataba de piezas teatrales o de adaptaciones dramatizadas de obras narrativas representadas en la sala de actos de nuestro instituto, no de obras teatrales leídas individualmente.
Las obras de teatro se escriben básicamente para ser representadas ante el público. Sus autores saben que los actores —con su voz, sus expresiones y gestos, sus movimientos, sus entradas y salidas de escena, etc.— pueden potenciar el significado y los valores dramáticos de la obra, extraer de ella todo su potencial estético y emocionar profundamente a los espectadores (hacer que se conmuevan, rían, lloren…). Esto conlleva que en una representación de teatro se atienda no sólo a la palabra (los diálogos), sino también a la interpretación y a la realización escénica (maquillaje, vestuario, decorados, luminotecnia, música, etc.). Una obra de teatro leída es una obra literaria, pero esa misma obra representada ante un público expectante puede ser un espectáculo total, una experiencia humana en la que se conjugan efectos dramáticos, musicales y plásticos para alcanzar su verdadera finalidad. Por eso puede entenderse fácilmente la necesidad y el interés de los dramaturgos por conseguir que sus obras sean representadas, y la frustración que puede generarles que un texto imaginado y escrito para ser representado permanezca durante muchos años guardado en un cajón, que es lo que pasó con Tres sombreros de copa.
Miguel Mihura (1905-1977) escribió Tres sombreros de copa en 1932, pero no pudo ver representada su obra hasta 1952: ¿por qué? ¿Por qué varias compañías rechazaron representar la obra en su momento? Según parece, por su carácter innovador y vanguardista: resultaba demasiado original para el público tan conformista de aquella época. Los empresarios teatrales de espíritu conservador quieren jugar sobre seguro, no quieren arriesgarse representando obras que sorprendan o incomoden al público; para ellos el teatro es un negocio y no un instrumento cultural para educar el gusto del público. Ante las muchas dificultades para estrenarla, Mihura, aunque pensara que la obra era perfectamente representable entonces, la guardó esperando mejores tiempos. Finalmente, en 1952, una compañía de teatro universitario, el TEU, bajo la dirección de Gustavo Pérez Puig, estrenó la obra en el Teatro Español de Madrid con gran éxito de público. Como ha escrito el gran especialista en historia del teatro Ruiz Ramón, “que Tres sombreros de copa no se representara a poco de haber sido escrita es un hecho lamentable que retrasó el nacimiento oficial y eficaz de un nuevo teatro de humor, y muestra patentemente el provincianismo mental y estético de los responsables —actores, directores, empresarios— de tal retraso”.
Efectivamente, la obra presenta un nuevo tipo de humor en el que, igual que aparecen personajes del mundo de la burguesía junto a artistas de music-hall, se mezcla lo cómico con lo patético, pues aunque algunos personajes mueven a risa por comportarse como niños (por ejemplo, Don Rosario cuando mira debajo de la cama), también albergan un lado triste o dramático (Don Rosario, desde que murió su hijo, trata a los clientes del hotel como si fueran niños). Un nuevo tipo de humor no sólo basado en el comportamiento inesperado de los personajes o en su manera de hablar (“Me caso pero poco”, llega a decir Dionisio cuando le pregunta Paula si va a casarse), sino también en las situaciones absurdas (Dionisio saca una bota de su bolsillo como si fuera un encendedor) y en el uso inapropiado de los objetos (Dionisio ausculta a Paula con el teléfono como si fuera un estetoscopio). Al final, el espectador (o el lector, en nuestro caso) empieza a tener la sospecha de que ese humor no es inocente, sino que sirve para descubrir o denunciar la mentira cotidiana en la que viven instaladas muchas personas (por ejemplo, Dionisio acabará aceptando la mentira de un matrimonio sin amor a sabiendas de que no será feliz).
La obra, en definitiva, puede hacer reír en algunos momentos, pero también puede llevar a la reflexión (sobre la institución del matrimonio, sobre las relaciones entre hombres y mujeres, entre burgueses y bohemios, sobre los verdaderos motivos que pudieron tener los empresarios teatrales de 1932 para no querer representarla, etc.), y ahora que nuestros alumnos de bachillerato la han leído como lectura obligatoria de Lengua Castellana, seguro que querrán reflexionar sobre ella y comentar algunas de las impresiones que les ha provocado… aunque no sea lo mismo leerla que verla representada sobre un escenario.
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