Las falsas autorías

Indagaciones en torno al origen de la frase “Quiéreme cuando menos lo merezca porque será cuando más lo necesite”, falsamente atribuida a diversos autores.

Entre las respuestas recibidas en este blog a un artículo dedicado a la carta que supuestamente le escribió Abraham Lincoln al maestro de su hijo (entrada del 7 de octubre de 2014), algunas le quitan importancia al hecho de que la carta no sea auténtica y defienden que lo importante es su contenido, lo que transmite. Una cosa no quita la otra, es verdad, pero no es lo mismo un documento auténtico que una falsificación, y, en general, se lleva mal con el sentido de la justicia atribuirle a alguien frases que no ha dicho. Y Abraham Lincoln nunca escribió esa carta que se le atribuye.

Las falsas atribuciones de autoría deliberadas (como la de la carta de Abraham Lincoln) no deben confundirse con las atribuciones dudosas, aquellas que, por diferentes razones (cada caso es particular), plantean dificultades sobre la identificación correcta del autor de un documento. Así, por ejemplo, salvando las distancias, los especialistas han debatido mucho sobre la autoría de la Ilíada y la Odisea, obras que no pierden ninguno de sus grandes méritos por mucho que se cuestione la existencia y la autoría de Homero. O, sin ir tan lejos, sobre la autoría anónima de La vida de Lazarillo de Tormes, motivo también de numerosas hipótesis y suposiciones, algunas muy bien argumentadas. En uno y otro caso importan las obras y, menos, quiénes fueran sus autores.

Homero (s. VIII a. C.)

De una obra literaria “de dudosa autenticidad en cuanto al contenido o a la atribución” (DRAE) se dice que es apócrifa, y así fue calificada desde su publicación en 1614 la novela conocida como el Quijote de Avellaneda o Quijote apócrifo (por querer aprovecharse de la fama del personaje creado por Miguel de Cervantes), firmada por un tal Alonso Fernández de Avellaneda (seudónimo). Una novela apócrifa utiliza para promocionarse el prestigio de la obra de otro autor, pero no debe confundirse con aquella a la que trata de imitar. El juego limpio vale más que el juego tramposo.

En el continente digital llamado Internet, las falsas atribuciones son un tema recurrente, sobre todo cuando un documento falso es difundido masivamente como si fuera verdadero. Esto pasó en el 2000 con la supuesta carta de despedida de García Márquez, en el 2009 con un poema atribuido falsamente a Pablo Neruda (“Muere lentamente”) y en muchos otros casos igualmente denunciables. Sirven para confirmar lo obvio: a veces, algunos documentos falsos de mérito escaso o nulo utilizan el nombre de un autor famoso para promocionarse. Tratan, pues, de dar gato por liebre. Puede ocurrir que algunas de estas falsas atribuciones sean bienintencionadas y se originen en el desconocimiento o el error (a cualquiera le puede fallar la memoria y atribuir una frase a alguien que no la dijo), pero otras son claramente fraudulentas y pretenden engañar al receptor. Veamos lo que pasa con la frase que encabeza este escrito, “Quiéreme cuando menos lo merezca porque será cuando más lo necesite”, que se ha convertido en un verdadero precepto educativo para padres y profesores.

Robert Louis Stevenson (1850-1894)

La encontramos por primera vez en páginas de psicología y pedagogía atribuida al Dr. Jekyill, el personaje de Stevenson (El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde). Seguramente muchas de esas páginas partían de la misma fuente y no habían comprobado su veracidad, pues es una atribución verosímil, que parece encajar con la novela y con el personaje, pero la frase no aparece ni en la novela ni entre las citas más famosas de Stevenson. Es posible, nos dijimos, que proceda de una de las muchas adaptaciones teatrales, cinematográficas o televisivas de la novela, no podemos asegurarlo (hemos visto algunas de las películas inspiradas en la novela y no la hemos encontrado), pero en ese caso no sería una frase de Stevenson sino de alguno de los guionistas que lo adaptaron (cada cual a su manera). En cualquier caso, esta atribución sólo aparecía en páginas escritas en castellano o en catalán, pero no en las escritas en otras lenguas, lo que hacía más dudosa la atribución.

Oscar Wilde (1854-1900)

Para resolver el enigma, consultamos a algunos amigos aficionados a las citas literarias. Uno de ellos nos dijo que la frase le sonaba a Oscar Wilde, una atribución casi tan verosímil como la de Stevenson; otros, que se trataba seguramente de una frase comercial del mismo tipo que aquellas otras cursiladas de “Hoy te quiero más que ayer pero menos que mañana”; pero fueron más los que, sin mayores precisiones, señalaron que era una frase propia de los libros de autoayuda… Pero, dejando a un lado las comparaciones, comprobamos que la atribución a Oscar Wilde tenía algunos adeptos en Internet, pero, en cambio, la frase no aparecía en ningún repertorio de sus frases más famosas.

Catulo (h. 87 a. C.- h. 57 a.C.)

Con ayuda del traductor de Google, buscamos la frase en diferentes lenguas con un resultado dispar. Algunos internaturas y blogueros, sobre todo anglosajones, voluntaria o involuntariamente parecen atribuirse a sí mismos la frase, pues, sin señalar su origen ni entrecomillarla, la transcriben entre sus propios comentarios; otros la consideran un proverbio chino; otros, sueco; los hay (sobre todo, italianos) que se la atribuyen a Catulo; otros (sobre todo, alemanes), a Hellen Keller... Como la atribución a Catulo podía parecer verosímil, buscamos entre sus versos, consultamos el Aurea dicta (colección de dichos y proverbios de la antigüedad grecolatina), preguntamos a profesores de clásicas… y llegamos a la conclusión de que la frase no es de Catulo. En cuanto a Hellen Keller, por sus difíciles circunstancias biográficas (sorda y ciega), por su extraordinario ejemplo de superación y por su vocación pedagógica, podría haber escrito alguna vez frases similares, pero en las recopilaciones de sus citas no aparece ésta, aunque, naturalmente, podemos estar equivocados, en ésta como en las otras atribuciones rechazadas.

Hellen Keller (1880-1968)

Así que nos quedan dos atribuciones por contrastar, la que considera que la frase es un proverbio sueco y la que la considera un proverbio chino. En la Red la hemos encontrado en una selección de proverbios suecos, pero no en otras; y lo mismo nos ha pasado con los proverbios chinos: aparece en alguna antología de proverbios chinos, pero no en otras. Cuesta trabajo pensar que la frase se formulara originalmente de manera tan parecida en chino y en sueco, aunque su significado básico puede haber sido formulado de mil maneras diferentes en mil lenguas distintas. Es decir, esa coincidencia entre dos supuestos orígenes tan distintos, más que disipar las dudas sobre el origen de la frase, contribuye a aumentarlas. En definitiva, de esta indagación podría concluirse que muchas de las atribuciones conocidas de la frase son falsas y que, como regla general, en caso de duda, habría que comprobar siempre la procedencia de lo que se va a citar, y en la imposibilidad de comprobarlo, señalar su origen dudoso. Así se evitarían malentendidos y falsas atribuciones.

F. Gallardo