Apuntes sobre La joven de la perla

Dos exiliados yugoslavos ante un cuadro de Vermeer

Tanja Lucic, la narradora y protagonista de El Ministerio del Dolor (2005), novela de Dubravka Ugresic, enseña Lengua y Literatura Serbocrata en la universidad de Ámsterdam a un grupo de alumnos exiliados, como ella misma, de la antigua Yugoslavia. Un día, en La Haya, asiste con Igor, uno de sus alumnos, a una de las sesiones del Tribunal Internacional en el que se juzgan crímenes de guerra cometidos en las guerras yugoslavas entre 1991 y 2001. Al salir de la sala del Tribunal “como de un entierro en el que no estuviera muy claro a quién habían enterrado”, Igor le propone a Tanja que lo acompañe para presentarle “a su novia”. La profesora se queda sorprendida (“¿Tiene una novia en La Haya?”) y más cuando entran en el Mauritshuits (“¿De nuevo me lleva a un museo?”, le pregunta, a lo que Igor responde: “Mi chica trabaja en el museo”). La chica de Igor es La joven de la perla de Vermeer

Johannes Vermeer (1632-1675), La joven de la perla, 44,5×39 cm, óleo sobre tela, pintado entre 1665 y 1667. Mauritshuis, La Haya.

Y la narradora añade su versión: “Conocía el cuadro. Había estado ya en el museo Mauritshuits, pero no lo dije. Me quedé delante de un cuadro que me quitaba el aliento. El original parecía una copia pálida de sus innumerables reproducciones. La primera vez que vi el cuadro, me extrañaron los colores —el azul pálido del turbante de la chica y el dorado de su ropa—, claros, mucho más claros que en las reproducciones” (El Ministerio del Dolor, Madrid, 2024, pág. 154).

Además de servir como contrapunto para entender la relación entre los dos personajes, la referencia a La joven de la perla en una novela sobre exiliados yugoslavos en Holanda publicada en el 2005 no es gratuita: tiene que ver con el valor icónico que desde hace algunos años ha ido ganando esa imagen a los ojos del mundo.

Un icono universal

Pero no siempre había sido así. El cuadro, antes de que llegara al Mauritshuis como donación en 1903, había sido adquirido en una subasta en 1881 por un coleccionista (A. A. de Tombes) por 2 florines (más 30 céntimos por la comisión de la subasta), un precio insignificante. Desde muy pronto algunos críticos empezaron a ser conscientes de su magnetismo y llegaron a considerar la obra como “la Gioconda del Norte” o “la Mona Lisa holandesa”. Un historiador germano-holandés (Horst Gerson) observó que “el blanco de los ojos refleja la luz como la perla que cuelga de la oreja” y habla de la joven como de una “estrella consoladora que se alza en el amplio cielo nocturno” (citado por Piero Bianconi, Vermeer, pág. 91).

A pesar de este y de otros muchos elogios, durante el siglo XX, en los libros de historia del arte al hablar de Vermeer fue habitual destacar otras de sus obras maestras (por ejemplo, La encajera, que tanto obsesionaba a Salvador Dalí, o la Vista de Delft, paisaje que Marcel Proust consideraba “el cuadro más bello del mundo”). Sin embargo, en lo que llevamos del siglo XXI el público internacional ha focalizado su interés por Vermeer en La joven de la perla. La obra, sin perder su carácter ni desvelar todos sus secretos, se ha convertido en un reclamo turístico. Por eso, hijo de su tiempo y de sus circunstancias, no extraña la devoción del joven Igor por la muchacha vermeeriana.

La historia del redescubrimiento mediático de La joven de la perla resulta fácil de seguir. Primero fue la limpieza y restauración del cuadro en 1994, que sirvió para recuperar el esplendor, los colores, matices y contrastes cromáticos que se habían ido apagando con el paso de los años. Luego vinieron la consagración de su título en 1996 como La joven de la perla por decisión del propio Museo —antes se la llamaba más frecuentemente Muchacha con turbante, aunque Vermeer, como era habitual en el siglo XVII, no le había puesto título—, y, más tarde, en 1999, la publicación de la novela homónima de Tracy Chevalier, de gran éxito internacional (ha sido traducida a 38 idiomas), sin que podamos calibrar en qué medida contribuyó a ese éxito la reproducción en la portada del cuadro de Vermeer. Como el éxito llama al éxito, en 2003, la novela se convirtió en una película del mismo título (dirigida por Peter Webber, con Scarlett Johansson como encarnación de la joven de la perla) y en 2006, el cuadro fue elegido la pintura más bella de los Países Bajos en una votación organizada por el periódico Trouw. Los factores que contribuyeron a la ampliación de su popularidad no acaban aquí. Entre abril de 2012 y junio del 2014, como consecuencia de las obras de reforma del Mauristhuits, La joven de la perla fue la estrella de una exposición itinerante por diversas ciudades del mundo (Tokio, Nueva York, Bolonia, etc.) que fue admirada por más de dos millones de personas.

Todos esos hechos facilitaron que la mercadotecnia, a partir de cierto momento, dirigiera el rumbo de los acontecimientos y empezaran a proliferar productos (tazas, camisetas, calcetines, etc.) con la imagen de La joven de la perla, a veces incluso sustituyendo el rostro original por el de Scarlett Johansson, algo que algunos admiradores de Vermeer pueden vivir con una cierta sensación de fraude. La fiebre por La joven de la perla ha llevado hasta el extremo de ilustrar algunas portadas de libros sobre arte con su imagen aunque en sus páginas ni siquiera se mencione el cuadro, una discutible estrategia comercial.

La conversión de una obra de arte en fetiche cultural y comercial suele acarrear consecuencias imprevistas, a veces en forma de parodia. Y así, igual que Marcel Duchamp en 1919 dibujó bigote y perilla sobre una postal de la Gioconda (L. H. O. O. Q.) para mostrar su falta de respeto por el arte consagrado, Banksy, artista del grafiti callejero, pintó sobre una fachada de Bristol en 2014 una versión de La joven de la perla que lleva una caja de alarma de seguridad en la oreja como si fuera un pirsin.

Una joven desconocida y una perla que no es una perla

Al contrario que La Gioconda de Leonardo da Vinci, que es un retrato (el de Lisa Gherardini), La joven de la perla pertenece al género de los tronies (un estudio de cabeza), un género muy frecuente en la pintura flamenca y holandesa del siglo XVII con el que se representaban rostros anónimos sin apenas rasgos distintivos que identificaran al personaje. Esto supone que no podemos saber quién le sirvió de modelo a Vermeer. Algunos historiadores sostienen que le pudo servir de modelo su hija Maria, que tenia doce o trece años en aquel momento, pero no hay documentos que lo acrediten. Y cuando no hay documentos, surgen las hipótesis. Así, la novela de Tracy Chevalier imagina que la modelo del cuadro se llamaba Griet y que era una sirvienta de la familia de Vermeer.

En la novela de Tracy Chevalier aparece junto a Griet un personaje secundario y a veces casi antagónico, una criada más veterana, Tanneke Everpoel. Si Tanneke Everpoel —esta sí fue un personaje real— sirvió, según parece, a Vermeer como modelo para La lechera (obra que más propiamente debería llamarse Mujer vertiendo leche, pues representa a una sirvienta en una cocina y no a una repartidora de leche), es comprensible, al margen de nuestra opinión sobre su novela, que Tracy Chevalier imaginara que otra criada —se llamara como se llamara— le pudiera haber servido de modelo a Vermeer para pintar La joven de la perla, aunque a esta no se la represente en funciones de trabajo doméstico sino ataviada de un modo más exótico, con un turbante orientalizante. En los dos cuadros, sin embargo, se emplean de manera destacada dos colores hermanados: un pigmento muy caro en la época, el azul ultramar (en el turbante de La joven de la perla y en el delantal y el paño de cocina de La lechera), y el amarillo tostado (en la prenda que cubre los hombros de La joven de la perla y en el jubón de La lechera). Digamos de paso que el hecho de que el delantal fuese azul era una práctica habitual en la época, pues es un color en el que se disimulan más fácilmente las manchas propias del trabajo en una cocina, pero que lo más certero es el color de los antebrazos de La lechera, en los que contrasta la parte morena expuesta al sol con la más blanquecina que suele ir cubierta por la manga: un ejemplo del ojo prodigioso de Vermeer, capaz de observar cada detalle sin que nada le parezca insignificante.

Johannes Vermeer (1632-1675), La lechera, 44,5 x 41 cm, óleo sobre tela, pintado entre 1658 y 1660. Rijksmuseum, Ámsterdam.

Aceptemos, pues, la hipótesis de que una criada de la familia le sirviera a Vermeer como modelo para La joven de la perla. De ser cierto, esto sería una anécdota y no añadiría ni le quitaría valor al cuadro. Otra cosa sería preguntarnos por la perla que cuelga de su oreja izquierda. Para empezar, podría pensarse en el significado simbólico que suele darse a las perlas. Veamos lo que nos dice El libro de los símbolos:

“A una sola perla natural extraída de su venero, la madreperla, se la considera un tesoro. Hemos llamado perla a lo más valorado, lo más querido y lo más bello, desde un niño hasta el reino de los cielos. […] La naturaleza delicada y prístina de la perla la ha convertido en emblema de la virginidad, la pureza y el amor juvenil, en regalo de boda y collar nupcial”. […] A las perlas, en fin, acaba diciendo el artículo, se las compara con las gotas de lluvia, que vivifican la tierra, y con las lágrimas, que afloran con la tristeza… (El libro de los símbolos, pág. 784).

Esta serie de connotaciones (pureza, amor juvenil, gotas de lluvia, rocío de la mañana, lágrimas, etc.) flota entre las sensaciones que transmite el cuadro, y eso es lo más importante. Poco importa tampoco que la perla no sea exactamente una perla. En 2014, Vincent Icke, un científico, analizó la supuesta perla y llegó a la conclusión de que ni por el tipo de reflejo especular, ni por la forma de pera ni por el tamaño podía ser considerada una perla, sino más bien un pendiente de vidrio lacado en forma de lágrima. Cuando lo supieron los responsables del Mauritshuits, decidieron, no obstante, no cambiar el nombre del cuadro. Hicieron bien, pues lo que importa es el efecto estético de perla y todas las sugerencias simbólicas que despierta en el espectador.

Otras miradas sobre el cuadro

Los cuadros de Vermeer pueden producir la impresión de que todo lo que se diga verbalmente de ellos es superfluo: se bastan por sí mismos para colmar el ansia de belleza y de contemplación del espectador. No obstante, a muchos espectadores les gusta ampliar sus conocimientos, leer, reconocerse en lo que algunos críticos han dicho y, si fuera el caso, contrastarlo con sus propios puntos de vista. Veamos unos fragmentos de lo que, entre otras cosas, se dice sobre La joven de la perla en dos libros muy recomendables para todos los amantes de Vermeer.

1. “En este cuadro la falta absoluta de referencias al contenido es una de las causas de la inmediatez de la expresión y del fuerte efecto subsiguiente sobre el espectador. Esta impresión se acentúa todavía más por el fondo negro único sobre el cual la cabeza femenina destaca directamente, sin interferencias de ningún entorno” (Karl Schutz, pág. 361).

2. “La joven de la perla mira hacia fuera de la pintura, como si nos mirase; pero no nos mira, no exactamente: está viendo algo o a alguien que tenemos detrás, o mira algo de nosotros, o en nosotros, de entrada no se sabe qué; en todo caso, no podemos ser simplemente nosotros. Si espera algo, está fuera de nuestro alcance […]. Su boca entreabierta, ¿está a punto de sonreír o de soltar un grito de alarma? Quizás una cosa y otra, porque ella es capaz de expresar todas las emociones a la vez. Así como el blanco parece la ausencia de todo color, y es en cambio la presencia simultánea de todos los colores, por momentos la expresión de la joven de la perla puede parecer vacía porque es compatible con incontables emociones diferentes y a veces se neutralizan entre sí […]; sus labios, su mirada, sus arcos ciliares, expresan respeto y desprecio, miedo y confianza, interés, interés e indiferencia, y rechazan y piden alejamiento o proximidad; está serena y angustiada, ambas cosas a la vez, y se revela como una imponente Señora de la Dualidad” (Emili Olcina, págs. 132-133).

Últimos episodios

De 26 de febrero al 11 de marzo de 2018, en una operación radiográfica titulada Girl in the Spotlight, el Mauritshuis sometió La joven de la perla a un exhaustivo reconocimiento técnico para descubrir qué materiales había utilizado Vermeer y cómo la había pintado. Se descubrió, por ejemplo, que “primero se había pintado el fondo (de verde), luego la piel y, sucesivamente, la chaqueta amarilla, el cuello blanco, el pañuelo y el pendiente, compuestos por pinceladas opacas y translúcidas de pintura blanca. Un detalle interesante es que al pendiente le falta un gancho de montaje. Aunque no se pueden ver pestañas a simple vista, la investigación demostró que Vermeer había pintado pequeños pelos en ese lugar. […] La investigación no dejó claro si la joven del cuadro realmente existió. La joven representada contiene muy pocos rasgos distintivos para pasar por un retrato, pero no está claro si una persona real había posado para Vermeer o si había pintado sin modelo”. En fin, toda esta investigación y la publicidad consiguiente contribuyeron a incrementar extraordinariamente el interés por La joven de la perla y por la obra de Vermeer en general, por lo que no debe extrañar la proliferación de estudios sobre la obra del pintor de Delft.

Por último, desde el 10 de febrero hasta el 4 de junio de 2023, el Rijksmuseum organizó la mayor exposición de obras de Vermer realizada hasta la fecha. Consiguió reunir 28 de las 37 obras que se conocen del autor (incluidas dos atribuciones algo dudosas) y que están habitualmente expuestas en diferentes museos del mundo. De las 9 obras que por diferentes motivos no comparecieron en la muestra, solo una tiene un paradero desconocido: la titulada El concierto, que, junto a otras doce obras maestras de diferentes autores, fue robada en la madrugada del 18 de marzo de 1990 del Gardner Museum de Boston por dos ladrones disfrazados de policías sin que hasta la fecha haya sido localizada. En cuanto a las obras de Vermeer reunidas por el Rijksmuseum, solo La joven de la perla tuvo la exposición más fugaz y no llegó a acabar la muestra junto a sus hermanas, pues fue devuelta al Mauritshuis en abril por acuerdos contractuales.

Para terminar, y como contraste con la popularidad actual de La joven de la perla, recordemos que Vermeer “murió a los 43 años, cargado de deudas, dejando viuda y once hijos” y que “sus cuadros quedaron casi completamente olvidados hasta mediados del siglo XIX” (El ABC del arte, pág. 474). Un ejemplo, en fin, de lo que Borges llamaba “la magnífica ironía de Dios” y otros, menos poéticamente, llaman “ironías del destino”.

F. Gallardo Díaz

Bibliografía citada

El ABC del Arte. Editorial Debate, Madrid, 1994. Traducción de Fabián Chueca y Juan Manuel Ibeas.

El libro de los símbolos. Ed. de Kathleen Martin, Taschen, Köln, 2011. Traducción de LocTeam Barcelona.

Bianconi, Piero, La obra pictórica completa de Vermeer. Editorial Noguer, Barcelona, 1968. Traducción de Francisco J. Alcántara.

Chevalier, Tracy, La joven de la perla. Alfaguara, Madrid, 2001. Traducción de Pilar Velázques.

Olcina, Emili, Vermeer. Un ensayo. Laertes, Barcelona, 2021.

Schütz, Karl, Vermeer. La obra completa. Taschen, Biblioteca Universalis, Köln, 2020. Traducción de LocTeam Barcelona.

Ugresic, Dubravka, El Ministerio del Dolor. Impedimenta, Madrid, 2024. Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek.

Aparte de las páginas de internet referenciadas a lo largo del texto, se han consultado en la Wikipedia holandesa las dedicadas a La joven de la perla y a La lechera, ambas muy documentadas.

Filmografía

En la plataforma Filmin pueden verse algunas películas sobre Vermeer:

Cerca de Vermeer (2023), de Suzanne Raes. Documental sobre la exposición de Ámsterdam.

El mundo en un cuadro de Vermeer (2020), de Nicolas Antheman. Documental sobre el contexto histórico y económico de Ámsterdam en la época de Vermeer.

La joven de la perla (2003), de Peter Webber. Ficción basada en la novela de Tracy Chevalier.