Franz Kafka, “Tú eres la tarea”. Aforismos. Edición, prólogo y comentarios de Reiner Stach. Traducción de Luis Fernando Moreno Claros. Barcelona, Acantilado, 2024.
Este aforismo de Kafka, “Una jaula fue en busca de un pájaro”, tuvo, según observa Reiner Stach, una primera versión: “Una jaula fue a cazar un pájaro”. Hablaremos de las diferencias entre las dos versiones y del libro donde se recogen, pero antes sobrevolaremos por encima de algunas imágenes relacionadas con jaulas y pájaros.

Vuelan, cantan… pájaros son
De la lejana Calcuta nos llega un pájaro peregrino; lo entrevemos en la novela Gora, de Rabidranath Tagore, en los versos de una balada baul a las que el autor era muy aficionado:
Vuela a la jaula el ave extraña,
no sé de dónde vendrá.
No logra mi mente encadenarla,
no sé adónde irá.
Mikel Laboa, en su disco Bat-hiru (Uno-tres), canta “Txoria txori” (“El pájaro, pájaro es”), un poema de Joxean Artze:
Hegoak ebaki banizkio
nerea izango zen,
ez zuen alde egingo.
Hegoak ebaki banizkio
nerea izango zen,
ez zuen alde egingo.
Bainan, honela
ez zen gehiago txoria izango
Bainan, honela
ez zen gehiago txoria izango
eta nik…
txoria nuen maite
eta nik…
txoria nuen maite.
(Si le hubiera cortado las alas
habría sido mío,
no se me habría escapado.
Si le hubiera cortado las alas
habría sido mío,
no se me habría escapado.
Pero así,
habría dejado de ser pájaro.
Pero así,
habría dejado de ser pájaro.
Y yo…
yo lo que amaba era el pájaro.
Y yo…
yo lo que amaba era el pájaro.
[Traducción de la Wikipedia]
En la “Canción 37”, de las Baladas y canciones del Paraná, Rafael Alberti nos recuerda que…
Al árbol lo acompañan las hojas,
y si está seco ya no es árbol.
Al pájaro, el viento, las nubes,
y si está mudo ya no es pájaro.
Los aforismos de Kafka
En agosto de 1917, después de haber sufrido dos vómitos de sangre, a Franz Kafka se le diagnosticó un brote de tuberculosis y, al cabo de pocas semanas, a mediados de septiembre, se instaló en Zürau (un pueblecito que hoy se llama Sirem), en el noroeste de Bohemia, a dos horas de tren desde Praga, en una granja agrícola regentada por su hermana Ottla (“ella me transportaba literalmente en sus alas a través de este mundo difícil”, le escribe Kafka a un amigo). Había obtenido una baja laboral por enfermedad y la fue renovando hasta finales de abril de 1918, fecha en que volvió a Praga para reincorporarse en su trabajo en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo. Durante esos ocho meses de vida campestre su estado de salud había mejorado, había roto definitivamente su compromiso con su prometida Felice Bauer y algunas de las ideas que le ocuparon entonces se habían ido plasmando en las anotaciones conocidas posteriormente como aforismos de Zürau.
La palabra aforismo nació en la Antigua Grecia para designar los preceptos médicos de Hipócrates (“Que tu medicina sea tu alimento y el alimento tu medicina” es uno de los más conocidos, muy afín, por cierto, a los principios naturistas de Kafka), aunque, de hecho, filósofos presocráticos como Heráclito ya habían utilizado fórmulas sentenciosas y oraculares equivalentes, y posteriormente, la palabra fue ampliando su uso y su significación en la literatura y en la filosofía. Así que la flexibilidad formal que ha alcanzado el género permite acoger sin reparos la diversidad expresiva de los (casi) ciento nueve aforismos numerados de Kafka reunidos como una colección.
En el prólogo de “Tú eres la tarea”. Aforismos, sostiene Stach que “los aforismos de Kafka figuran entre las creaciones intelectuales más originales del siglo XX, pese a que no hubo nada más ajeno a su autor que la búsqueda de la alusión graciosa, el efecto inesperado o la voluntad de asombrar a un lector imaginario”. Así que, si los comparamos con los aforismos de otros grandes cultivadores del género (Baltasar Gracián, Quevedo, Lichtenberg, Chamfort, Nietzsche, etc.), concluiremos que se les parecen en poco: no tienen ni el brillo conceptual ni la sonora redondez por la que se recuerdan otros y, sin embargo, admiran por su condensación, su valor literario y la fuerza de sus imágenes (al leer algunos, los imaginamos como si fueran fotogramas, y este es el caso del que comentamos a continuación).
Una jaula fue en busca de un pájaro
De este aforismo, el número 16 de la serie, escribe Stach que es “tal vez el más famoso y citado de Kafka, [y que] desde luego no es tradicional, ni siquiera una parábola o un relato breve, sino más bien una surrealista imagen paradójica y chocante, que estimula la imaginación del lector”. Y tiene razón. Pero eso no impide que a muchos lectores ese aforismo les pueda parecer el principio de un relato inconcluso, pues, al fin y al cabo, otros escritos de Kafka comienzan también de manera enigmática o, al menos, intrigante. Veamos tres ejemplos.
- “Alguien debía de haber calumniado a Josef K, porque sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana” (El proceso).
- “Cuando una mañana, Gregor Samsa se despertó de unos sueños agitados, se encontró en su cama convertido en un monstruoso bicho” (La transformación).
- “Tenemos un nuevo abogado, el doctor Bucéfalo. Poco en su aspecto exterior recuerda la época en que aún era el corcel de Alejandro de Macedonia” (“El nuevo abogado”, relato incluido en Un médico rural).
Estos tres comienzos no tienen forma aforística, es verdad; se refieren a personajes reconocibles (Josef K, empleado en un banco; Gregor Samsa, viajante de comercio, y el doctor Bucéfalo, abogado) y constituyen el embrión de sendas historias, pero los casos anómalos que declaran producen extrañamiento y tienen la intensidad necesaria para atraer la curiosidad del lector y garantizar que quiera seguir leyendo. Y algo parecido puede ocurrir con esa jaula capaz de ir en busca de un pájaro: la imagen es tan desconcertante que, una vez que la aceptamos, la creemos susceptible de convertirse en el origen de una singular historia. El extrañamiento en este caso derivaría de la personificación de la jaula: ha tomado una determinación y ha dejado der ser un mero objeto inerte para convertirse en protagonista de una búsqueda.
Las jaulas en literatura no acostumbran a ser tan audaces como la del aforismo de Kafka. En algunos cuentos tradicionales (por ejemplo, en “El pájaro de oro”, de los hermanos Grimm) llega un momento en que el protagonista tiene que elegir entre una jaula de oro y otra de hierro (o de madera) para transportar al pájaro que ha atrapado; en todos ellos, el error consiste en elegir la jaula de oro al creer que es la más apropiada por ser la más valiosa. Olvidan esos personajes que el oro de esas jaulas sirve para deslumbrarlos pero no para alcanzar la verdad (la verdad suele ser modesta, renuncia a los oropeles y se acoge a la sencillez). Pero en todos esos casos la jaula, por muchas características físicas que presente, carece de iniciativa propia.
En cuanto a los pájaros, en la tradición literaria suelen encarnar diversos significados. A veces simbolizan las almas humanas, que van y vienen, inquietas y misteriosas; otras son manifestaciones de la divinidad, presagios de lo que está a punto de ocurrir, o imágenes o metáforas de la libertad (en el vuelo de los pájaros no hay fronteras), etc. Ya lo hemos leído antes: el pájaro de la balada baul, aunque parezca volar hacia una jaula, no se deja atrapar ni encadenar: es escurridizo e inasible; el pájaro de Artze hubiera dejado de ser un pájaro si le hubieran recortado las alas para que no se escapara; el pájaro de Alberti, si hubiera enmudecido, tampoco seguiría siendo un pájaro… Cada pájaro es lo que es y tiene sus atributos, el vuelo, el colorido de su plumaje, el canto, etc., y sin ellos pierde su condición…
En el aforismo de Kafka no importa la circunstancia del material de que está hecha la jaula, como tampoco importa la especie del pájaro, ni su colorido ni su canto. Lo importante es lo esencial, lo que esos dos elementos sugieren juntos (peligro, enjaulamiento) y por separado (la jaula, prisión, encierro; el pájaro, vuelo, libertad), y la determinación o el impulso de la jaula de complementarse, de tener una función y servir para aquello para lo que fue fabricada.
En su mismo apellido, Franz Kafka llevaba escrita la referencia a un pájaro, el grajo (la palabra checa kavka significa “grajilla”), de ahí que no sea raro que ese pájaro negro, pariente del cuervo y ocasionalmente considerado pájaro de mal agüero, aparezca en algunos escritos del autor, por ejemplo, en el aforismo 32 (“Los grajos afirman: un solo grajo podría destruir el cielo. Esto es indudable, pero no prueba nada contra el cielo, pues cielo significa precisamente: imposibilidad de grajos”), en el relato “El cazador Gracchus” (el nombre Gracchus procede de la palabra italiana gracchio, que significa “grajo”) y en la descripción de la torre de El castillo, rodeada de “enjambres de grajos”, pues los grajos son pájaros que acostumbran a anidar en los torreones de iglesias y castillos. En cualquier caso, el grajo es pájaro que gusta de mirar el mundo desde las alturas, no se deja atrapar fácilmente y es irreductible a ser enjaulado (los pájaros de algunas especies mueren de tristeza si se los enjaula).
Con esas nociones y una serie de hechos concatenados el lector puede llegar a interpretar el aforismo como si fuera la proyección de un episodio de la vida amorosa del autor, pero esa, por verosímil que pueda parecer, sería una interpretación sin fundamento documental.
Franz Kafka, cuando ya llevaba una semana en Zürau, recibió la visita de su prometida Felice Bauer, concretamente los días 20 y 21 de septiembre (había recorrido una distancia de treinta horas en tren para verlo e interesarse por su salud). Ella había sido su principal corresponsal durante muchos años (se habían intercambiado centenares de cartas desde la primera, fechada el 20 de septiembre de 1912). El encuentro entre ambos no sirvió para fortalecer el curso de sus relaciones. La última carta de Franz Kafka a Felice Bauer (“Queridísima Felice…”) está fechada el 16 de octubre de 1917, el aforismo del que hablamos (el 16) lo escribió el 6 de noviembre y el compromiso entre ellos dos acabaría rompiéndose en Praga en las Navidades de ese mismo año, cuando se encontraron por última vez. Así que, con esos hechos, el lector puede construir una suposición: si Felice encarnaba a ojos de Kafka la idea de matrimonio y el matrimonio comportaba para él la pérdida de libertad para escribir, la llegada de Felice a Zürau podía interpretarse como un recordatorio funesto (del posible matrimonio y de la consiguiente pérdida de libertad), algo equivalente a lo que una jaula podría significar colocada junto a un pájaro. La elegancia de espíritu de Kafka, su sentido del pudor y su profundo respeto por Felice no le hubieran permitido nunca expresar sus temores en términos demasiado directos, ni siquiera a admitirlos ante sí mismo, pero la coincidencia temporal de esos hechos no deja de ser sorprendente. Lo cierto es que una interpretación restrictiva del aforismo como simple proyección autobiográfica del autor reduce su valor polisémico y limita su fuerza plástica. Este aforismo, que quede claro, tiene un valor literario en sí mismo, y es secundario que pueda tener o no un origen autobiográfico.
La frase original en alemán (Ein Käfig ging Vogel Suchen) alguna vez ha sido traducida como “Una jaula salió en busca de un pájaro”, pero esta traducción parece menos apropiada que la que venimos comentando; “salió” lleva a pensar en una circunstancia material, un lugar del que se entra y se sale, y le otorga a la personificación de la jaula una naturaleza distinta, como si tuviera piernas o patas y no fuera solo un impulso. Tal vez por razones parecidas, Kafka había escrito primero: “Una jaula fue a cazar un pájaro”, pero luego decidió corregirlo y suprimir la referencia a cazar, que conlleva una connotación de violencia. Lo que quería expresar Kafka con esta corrección, según Stach, es que “quien pierde su libertad o está cautivo invariablemente pone algo de su parte y, por consiguiente, tiene alguna responsabilidad”. A esta observación podríamos añadir un matiz: que si bien hay muchos grados de responsabilidad, también hay varios tipos de cautividad, pues no es lo mismo colaborar con el carcelero voluntariamente o dejarse cautivar que ser cautivo contra la propia voluntad.
Ahora bien, dicho esto, no puede saberse qué tipo de vínculo se hubiera establecido entre la jaula y el pájaro en el caso de haberse encontrado. La brevedad del aforismo dispara la imaginación y lleva a que, como dice Stach, pueda “aplicarse a múltiples circunstancias sociales”, tantas como son las personas que buscan a otras para mantener con ellas relaciones —sentimentales, laborales, amistosas… — de dependencia y de sumisión o de interdependencia y colaboración. Y, en ese sentido, asimilados el símbolo de la jaula y el del pájaro al comportamiento humano, podríamos decir que, como vocaciones hay muchas, unas personas tienen vocación de cautivar, otras de ser cautivas… y otras de seguir volando sueltas sin rendirle cuentas a nadie. Incluso, si se amplía el sentido de la alegoría, podría identificarse la jaula con cualquier sistema de ideas o creencias (políticas, filosóficas, religiosas, etc.) y el pájaro con quienes quedan fascinados o apresados dogmáticamente por ese sistema y son incapaces de pensar fuera de ese marco mental: el aforismo alcanzaría en este caso una universalidad difícil de eludir y pocos se escaparían de la tentación de ser enjaulados.
Esto no obstante, si como lectores de Kafka —uno de los espíritus más puros que quepa imaginar— sentíamos ya agradecimiento y admiración hacia Reiner Stach (Rochlitz, Sajonia, 1951) por su inmensa dedicación como biógrafo y editor, esta edición suya de los aforismos refuerza los motivos para seguir agradecidos y admirados. Elogiemos, en fin, a los autores que como Franz Kafka o como su editor, Reiner Stach, satisfacen nuestra curiosidad y nuestros intereses como lectores.
F. Gallardo
Nota bibliográfica
Reiner Stach, Kafka. Los primeros años. Los años de las decisiones. Los años del conocimiento. Traducción de Carlos Fortea. Barcelona, Acantilado, 2016.
Reiner Stach, ¿Éste es Kafka? 99 hallazgos. Traducción de Luis Fernando Moreno Claros. Barcelona, Acantilado, 2021.
Franz Kafka, Cuentos de animales. Posfacio de Reiner Stach. Traducción de José Rafael Hernández Arias y Luis Moreno Claros. Barcelona, Arpa Editores, 2024.