La guerra civil española comenzó con un golpe militar. Existía una larga historia de intervención militar en la vida política de España, pero el golpe del 17-18 de julio de 1936 fue un instrumento viejo empleado para un objetivo nuevo. Se proponía detener la democracia política de masas que se había puesto en marcha por los efectos de la Primera Guerra Mundial y la Revolución rusa, y se había acelerado por los subsiguientes cambios sociales, económicos y culturales de las décadas de 1920 y 1930. En este sentido, el alzamiento militar contra el orden democrático y constitucional de la Segunda República de España fue el equivalente del golpe de estado fascista que ocurrió tras la llegada al poder de Mussolini en Italia (1922) y Hitler en Alemania (1933), y cuya intención era también controlar manifestaciones similares de cambio social, político y cultural.
Helen Graham, Breve historia de la guerra civil
El pasado 29 de abril, en el club de lectura de nuestro instituto se comentó Tiempo de memoria. Una novela sobre el hombre que intentó matar a Franco, de Carlos Fonseca (Madrid, 1959), autor de documentados libros históricos sobre diferentes episodios de la Guerra civil como, por ejemplo, Trece rosas rojas. La sesión contó con la dirección y el asesoramiento de la profesora Agustina Rico, sobrina de José Rico, protagonista de la historia real en la que se basó Fonseca. Como algunos lectores y amigos no pudimos asistir a la sesión, queremos dejar constancia aquí del interés de la novela y ofrecer este espacio a quienes quieran dar su opinión por escrito.
Tiempo de memoria cuenta la historia de José Rico, un joven labrador de Monleras (Salamanca) que con apenas veinte años se enrola en el ejército con un amigo, Manuel Cadierna. Destinados a Ceuta en enero de 1936, allí, al cabo de pocos meses, concretamente el 18 de julio, sin el apoyo de su amigo Manuel, pero con la colaboración de otros soldados (por ejemplo, el cabo Veintemillas), José Rico va a trazar un plan para matar a Franco horas después de que se supiera que este general encabezaba un golpe militar para derribar la República (“Cuando reviste la guardia, le dispararé a quemarropa”). El plan, sin embargo, no va a poder realizarse: va a ser descubierto por una delación y los implicados van a ser detenidos, torturados, encarcelados en el penal del Hacho, juzgados sin garantías, condenados a muerte y fusilados el 17 de abril de 1937. Mientras van ocurriendo estos hechos, en Monleras, la familia Rico, una vez que en el pueblo se ha sabido que José Rico está detenido en Ceuta, se ve sometida a un acoso y a un repudio constantes por parte de vecinos que hasta entonces habían considerado amigos, mientras otros simpatizantes de la República, con peor suerte todavía, son secuestrados por grupos falangistas y asesinados vilmente al borde de los caminos. La represión más brutal y feroz había comenzado en los pueblos con la colaboración de las autoridades locales y se ensañaba despiadadamente contra los más débiles e inermes, antes incluso de la caída de la República y del triunfo de la dictadura de Francisco Franco. Sin embargo, a pesar de su significado como acto de rechazo y de resistencia contra el fascismo, durante muchos años la historia de José Rico yacerá sepultada en el olvido de los archivos militares hasta que un historiador, Ernesto (un personaje de ficción inspirado en otros reales), mientras investigaba la reorganización del Partido Comunista de España, encuentra por casualidad una carta que le llama la atención: “una carta sin aparente relación con el sumario que tenía entre manos. Estaba fechada el 18 de abril de 1937 en Ceuta e iba dirigida a don Antonio Rico Matías, vecino de Monleras (Salamanca). En el extremo superior izquierdo, un anagrama y la leyenda: Comandancia de Intendencia de la Circunscripción Occidental de Marruecos” (pág. 18). Esa carta, que comunicaba a los padres el fusilamiento y enterramiento de José Rico, va a cambiar el curso de la investigación de Ernesto. A partir de ese momento, dejará de lado su estudio sobre el Partido Comunista y tratará de buscar toda la información posible sobre José Rico, el hombre que tramó un plan para matar a Franco en Ceuta al día siguiente de iniciada la guerra. Ernesto comenta con Andrés, un discípulo y colaborador, el hallazgo de la carta y éste empieza a especular sobre lo que hubiera podido pasar si el plan para matar a Franco hubiera triunfado: “Podría haber cambiado el rumbo de la historia”, dice (pág. 229), pero desarrollar que hubiera pasado si el plan hubiera triunfado sería política-ficción, y esta novela prefiere atenerse a los hechos reales.
Vista del puerto de Ceuta, uno de los escenarios de la novela
Como en la vida misma, por la novela desfilan personajes de todo tipo: algunos nobles y coherentes con sus principios democráticos, como el mismo Rico y su compañero Veintemillas; otros igualmente dignos por su lealtad constitucional (por ejemplo, Antonio López Sánchez-Prado, alcalde de Ceuta, y Antonio Parrado, sindicalista, ambos encerrados en el penal y ejecutados); otros, crueles y brutales (por ejemplo, el Guarrero, el sargento encargado de castigar a los presos del Hacho, o el comandante Civantos, que detiene a Rico y a Veintemillas); otros, justos y prudentes (como Antonio Rico, padre del protagonista); otros, oportunistas y granujientos (como Baltasar Tavera, el cura, y Eloy Vicente, el alcalde de Monleras), etc.
Aunque la novela está escrita con un estilo contenido, preciso, sin ornamentación ni alharacas retóricas, y carece de efectismos y de dramatismos superfluos (el autor prefirió ponerse al servicio de la historia en lugar de poner la historia a su servicio), convence por su rigor documental (las referencias a los personajes históricos son muy exactas, no están literaturizadas) y por el certero trazo psicológico de los personajes. Algunas de las escenas descritas impresionan la memoria del lector por su verosimilitud. Por ejemplo, ésta:
“Sólo unas semanas bastaron para transformar Monleras. Vecinos de edad hasta entonces indiferentes a cualquier cuestión que pudiese ser tachada de política se paseaban ahora vestidos de falangistas, camisa azul con el haz y las flechas bordados en el pecho y gorrilla cuartelera de color azul marino y vivos rojos, como prueba de su segura adhesión a lo que todos llamaban el Glorioso Alzamiento Nacional. Habían viajado a Ledesma, e incluso a Salamanca, para comprar las prendas que les distinguían como hombres de ley. En la calle gritaban vivas a España con el brazo en alto, emulando lo que antes habían visto hacer a otros, y esperaban que el saludo les fuera devuelto como un eco. El pueblo era un enorme escenario donde cada vecino interpretaba un papel en el que muy pocos creían. Pura ficción con tal de evitar problemas o malentendidos” (pág. 283).
Esa ficción a la que de manera oportunista tantos se entregaron durante y después de la Guerra civil, lleva a pensar que, por contraste y para ejemplo de las generaciones venideras, los testimonios y los actos de las personas justas no deben ser olvidados, así el caso del soldado José Rico (al fin y al cabo, el título de la novela alude a la necesidad de mantener viva la memoria histórica). Lo dijo de manera inolvidable Luis Cernuda refiriéndose a uno de los brigadistas internacionales que intervinieron en la Guerra civil, pero lo pudo haber dicho igualmente de otros personajes de la novela que comentamos:
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros,
Cuando asqueados de la bajeza humana,
Cuando iracundos de la dureza humana:
Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. […]
Gracias, Compañero, gracias
Por el ejemplo. Gracias porque me dices
Que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan sólo basta
Como testigo irrefutable
De toda la nobleza humana.
Así que, lector, recuérdala tú la historia de José Rico y recuérdala a otros, pues aunque Tiempo de memoria esté concebida como una novela y no como un libro de historia, la verdad que encierra transciende la ficción y toca nuestra sensibilidad, nuestra humanidad y nuestra memoria.
(Para más información sobre la historia de José Rico, véase la entrevista que Agustina Rico concedió a Salvador López Arnal en febrero de 2008 y la crónica publicada por el historiador ceutí Francisco Sánchez Montoya en El Mundo el 31 de agosto de 2003.)