Centenarios

Como el centenario del nacimiento o de la muerte de un autor suele ser tradicionalmente una ocasión para celebrar su obra, revisarla, comentarla y leerla o releerla, según los casos, recordaremos aquí los nombres de algunos autores de quienes se cumplen centenarios en el 2016, año generoso en este tipo de conmemoraciones. Por ceñirnos al ámbito literario, no hablaremos de artistas como Hieronymus Bosch, El Bosco (1450-1516), autor de pinturas prodigiosas de quien se conmemora el V centenario de su muerte el próximo 9 de agosto; ni del pianista y compositor Enrique Granados (1867-1916), muerto por ahogamiento hace cien años en el naufragio del Sussex; ni del filósofo Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), llamado “El último genio universal”, de quien se conmemora el 14 de noviembre el tercer centenario de su muerte. Nos limitamos a unos cuantos escritores de los que se celebran centenarios y empezaremos, en orden cronológico, por aquellos que han tenido mayor reconocimiento oficial en nuestro entorno.

Ramon Llull

No se sabe con certeza ni en qué fecha ni en qué lugar murió Ramon Llull (1232-1316), autor de cuya muerte se conmemora este año el VII centenario (Any Llull). Nadie duda, sin embargo, de su insaciable curiosidad, de su titánica capacidad de trabajo bibliográfico (se conocen 265 títulos suyos, entre los escritos en latín, occitano, catalán y árabe), de su inquieto afán evangelizador (una de las razones por las que realizó numerosos viajes por Europa, Oriente Próximo y el norte de África), ni, sobre todo, de  la trascendencia de su obra, tanto para la filosofía y la teología medieval  como para la lengua y la literatura catalana (la influencia del Llibre de l’orde de cavalleria es perceptible, por poner sólo un ejemplo, en el código caballeresco de Tirant lo Blanc), pues fue el primer autor que, consciente de la necesidad de transmitir las enseñanzas del cristianismo a quienes no sabían latín, empezó a utilizar la lengua catalana con una finalidad didáctica, tanto en tratados doctrinales como en obras poéticas y narrativas. Y todo por amor al conocimiento de Dios, causa última de los afanes de su vida personal, intelectual y contemplativa.

Cervantes, Shakespeare, Inca Garcilaso

En cuanto a otras grandes celebraciones, el pasado 23 de abril se conmemoró oficialmente el IV centenario de la muerte de Miguel de Cervantes (1547-1616), de William Shakespeare (1564-1616) y del Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616), “el primer mestizo biológico y espiritual de América”, autor de los Comentarios reales de los incastres autores más atraídos por los trabajos, los amores y los días de los seres humanos que por el conocimiento de la divinidad.

Pero, dejando aparte las celebraciones oficiales, que, por carácter y por vocación, suelen tener un lado espectacular gracias al que a veces consiguen un cierto efecto divulgativo, aunque no siempre llegan a estar a la altura de las circunstancias, debe recordarse que el mejor homenaje que puede rendirse nunca a un escritor es leer sus obras y facilitar los medios para que otros las puedan leer (lo demás es publicidad y boato). Debe admitirse, es verdad, que, por prejuicios o por experiencias malogradas, a veces la simple mención de autores clásicos como Llull, Cervantes, Shakespeare o el Inca Garcilaso pueden disuadir a algunos lectores. Para recordar la vigencia de los clásicos, Italo Calvino escribió un ensayo, ¿Por qué leer a los clásicos?, con catorce razones para convencer a los más recalcitrantes. Sin embargo, con una de las razones, la que enumera como sexta, podría ser suficiente para algunos: “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Es decir, los clásicos admiten lecturas adecuadas a nuestro tiempo y pueden ayudarnos a conocernos mejor. En fin, si alguien que lea estas páginas tiene dudas sobre el papel de los clásicos en la enseñanza, que lea la experiencia didáctica de Carmen Miñana (“Clásicos contra molinos”) y el ensayo de la profesora Mercè Romaní (“Los clásicos en el aula: el caso del Quijote”).

Charlotte Brontë

Otros autores centenarios más cercanos a nosotros en el tiempo tampoco admiten malas excusas para no ser leídos: de ellos se suele hablar en diferentes entornos (por ejemplo, por limitarnos a nuestro instituto, en las clases de literatura y en los clubs de lectura) y sus libros se siguen reeditando con frecuencia, así Charlotte Brontë (1816-1855), autora de Jane Eyreuna novela cuyo final feliz compensa emocionalmente las fatigas y avatares de los protagonistas y conmueve hasta al más intransigente de los lectores doscientos años después del nacimiento de su autora.

Henry James

En este mismo curso, como homenaje a Henry James (1843-1916), en los clubs de lectura de nuestro instituto hemos leído y comentado dos de sus obras, Otra vuelta de tuerca y Daisy Miller. En la primera sentimos y analizamos el desconcierto que el autor buscaba provocarnos: ¿es fiable el punto de vista de la narradora, la institutriz de Miles y Flora, y siguen estos dos niños en contacto con Jessel, la anterior institutriz, y Quint, el antiguo chófer? En cuanto a Daisy Miller, una joven norteamericana sin los prejuicios de los europeos que la censuran hipócritamente, no podemos sino lamentar que sea víctima de su ingenuidad o de su inconsciencia ni dejar de preguntarnos en qué medida debe considerarse una pionera de la liberación de la mujer.

Muchos de los relatos y de las novelas de Henry James, algunas de ellas llevadas al cine en películas de gran interés (Retrato de una dama, La copa dorada, ¿Qué hacemos con Maisie?, etc.), siguen cosechando lectores en todo el mundo y dándoles dádivas como la que se contiene en esta frase de La edad madura: “Una segunda oportunidad: ahí radica el engaño. Nunca habría más que una. Trabajamos en la oscuridad; hacemos lo que podemos; damos lo que tenemos. Nuestra duda es nuestra pasión y nuestra pasión es nuestra tarea. Lo demás es la locura del arte.” Una frase para llevar escrita en la agenda personal.

Rubén Darío

Algunos alumnos de primaria y de ESO siguen aprendiéndose, con gusto y sin contratiempos, llevados por la gracia musical de sus versos, el poema  que Rubén Darío, el príncipe de las letras (1867-1916), dedicara a Margarita Debayle:

Margarita, está linda la mar

y el viento

lleva esencia sutil de azahar;

yo siento

en el alma una alondra cantar:

tu acento.

Margarita, te voy a contar

un cuento.

Otros, mayores y más reflexivos, inclinados tal vez a la metafísica, siguen dándole vueltas a las ideas de “Lo fatal”:

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,

y más la piedra dura porque ésa ya no siente,

pues no hay dolor más grande que el de ser vivo

ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Todos (o algunos, quién sabe), en fin, habrán podido oír en clase de literatura estos días, especialmente desde el 6 de febrero, fecha del centenario de la muerte de su autor, los primeros versos (por lo menos) de la “Canción de Otoño en Primavera”:

Juventud, divino tesoro,

¡ya te vas para no volver!

Cuando quiero llorar, no lloro,

y a veces lloro sin querer…

Jack London

Durante muchos años fueron lecturas habituales del alumnado de secundaria novelas como La llamada de la selva y Colmillo Blanco, de Jack London (1876-1916). Ahora que se cumplirán cien años de la muerte de su autor (exactamente, el 22 de noviembre), tal vez convenga que los jóvenes recuperen esas lecturas, su novela autobiográfica Martin Eden y muchos otros de sus relatos ambientados en las tierras del silencio blanco en los que igualmente se siente con ímpetu contagioso la llamada de la naturaleza. “Nostalgias inmemoriales de nomadismo brotan debilitando la esclavitud del hábito; de su sueño invernal despierta otra vez, feroz, la tensión salvaje”, dice el hermoso epígrafe inicial de La llamada de la selva para aludir al impulso que siente Buck, el perro protagonista, hacia sus orígenes ancestrales una vez que ha perdido a su amigo John Thornton. Su transformación no puede dejar indiferente a nadie.

Henryk Sienkiewicz

Henryk Sienkiewicz (1846-1916) tal vez no esté de moda entre nosotros, pero la más famosa de sus novelas históricas, Quo vadis?de la que se han hecho cinco versiones cinematográficas directas y varias indirectas o parciales, todavía evoca en muchos lectores, aunque ya resulte convencional, el afanoso mundo de los primeros cristianos en tiempos de Nerón, los amores difíciles entre Vinicio y Ligia, la elegancia intelectual de Petronio, la fidelidad de Ursus y el transformismo del sofista Quilón Quilónides. Constituye, por tanto, un viaje ameno, con regusto por los detalles de ambiente (no en vano el autor era periodista), a la tumultuosa Roma del siglo I.

Camilo José Cela

Camilo José Cela (1916-2002), autor de cuyo nacimiento se cumplen cien años dentro de unos días (el 11 de mayo), controvertido por sus actitudes, por sus ideas políticas y por el trasfondo de algunas de sus obras literarias, concebía la novela como un género literario en permanente transformación, de manera que trató siempre de que ninguna de sus novelas se pareciera a las anteriores, aunque sus resultados sean muy desiguales. En los clubs de lectura, cuando se revisa su obra, se recurre a las novelas de mayor aceptación popular, como La familia de Pascual Duarte y La colmena.

Saki

Saki, nombre literario de Hector Hugh Munro (1870-1916), autor de cuentos maliciosos construidos con diálogos y observaciones memorables por su ingenio irónico, no ha tenido con cierta crítica académica el reconocimiento que merecería (Harold Bloom, por ejemplo, no lo incluye en su canon del cuento), aunque entre sus defensores se cuente el mismísimo Jorge Luis Borges. Pero su obra se reedita periódicamente y resiste con creces el paso del tiempo, y sus personajes retratan con un humor incisivo (a veces, negrísimo) la comedia de las vanidades que vivían permanentemente las clases altas británicas en la época victoriana. “Saki fue el primero en utilizar con éxito una premisa salvajemente escandalosa para comunicar una idea seria… Sus mejores cuentos siguen siendo mejores que los mejores de casi cualquier otro escritor”, sostiene otro de sus defensores, Roald Dahl.

Giorgio Bassani

Giorgio Bassani (1916-2000), autor italiano de cuyo nacimiento acaban de cumplirse cien años el pasado 4 de marzo. Escrita en primera persona por un narrador que suele identificarse con el propio autor, El jardín de los Finzi-Contini, su obra más conocida, y no sólo por haber sido adaptada al cine sino por ser la clave de otras de sus novelas ambientadas en Ferrara, nos acerca al mundo de una familia acomodada de origen judío. Los Finzi-Contini acabarán desapareciendo en los años convulsos de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de ellos deportados a campos de exterminio nazis. Bassani declaró en varias ocasiones que su objetivo al escribir esa novela no fue sólo denunciar la vergüenza insoportable que significó la política de exterminio de la comunidad judía por parte de los nazis, sino contribuir a que las vidas de los personajes en que estaba basada su crónica no cayeran en el olvido. Ese objetivo se alcanza en la medida en que sus obras siguen reeditándose y leyéndose con gran interés.

Roald Dahl

Y, por último, aunque en la imaginación de muchos jóvenes lectores ocupe el primer lugar de esta lista, hablemos de Roald Dahl (1916-1990), de cuyo nacimiento se cumplirán cien años el 13 de septiembre. Aunque algunos lo encasillen por algunas de sus novelas (Matilda, Charlie y la fábrica de chocolate, etc.) como un autor de literatura para niños (quizás por su defensa furibunda de los niños frente a las razones pragmáticas de los mayores), quienes más que admirarlo lo aman, saben muy bien que sus mejores obras no diferencian a los lectores por su edad; Boy o Volando solo, dos libros autobiográficos,por ejemplo, y muchos de sus cuentos pueden disfrutarse tanto si uno es joven como si es adulto; basta con que a uno le guste la literatura. Como buen lector de Saki (ya hemos visto más arriba la generosidad con que lo valora), Dahl impregna de un feliz sentido del humor la mayor parte de sus relatos, pero sin evitar la ternura ni reprimir su apasionada imaginación, y eso hace inmensamente felices a todos sus fieles lectores.

En fin, bienvenidos sean tantos centenarios si contribuyen a que se conozcan mejor las obras de los autores aquí mencionados: que cada cual escoja los suyos y, si tiene ganas y tiempo, nos deje aquí su comentario.

 

6 pensaments a “Centenarios

  1. Fe de omisiones

    En esta lista de autores centenarios faltan algunos que por diferentes razones no deberían faltar. Por ceñirnos solamente a la literatura española, se echan de menos los nombres de Blas de Otero (1916-1979), Antonio Buero Vallejo (1916-2000) y Juan Eduardo Cirlot (1916-1973). Los tres merecen ser recordados y leídos en el primer centenario de su nacimiento. Así que, además de nuestras disculpas por no haberlos mencionado en la entrada, he aquí unos breves apuntes sobre ellos.

    Blas de Otero fue reducido por la crítica a poeta del realismo social, aunque su poesía desborde ampliamente esos límites, y ahora, en nuestro tiempo, como los poetas de esa tendencia no están de moda, sus libros se leen menos de lo que se debieran. Sus versos más auténticos siguen vibrando con fuerza, despertando ecos, sombras y rebeldía existencial, y nos recuerdan un periodo doloroso de la historia y del compromiso vital de su autor. Así, Digo vivir, de Redoble de conciencia:

    Porque vivir se ha puesto al rojo vivo.
    (Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.)
    Digo vivir, vivir como si nada
    hubiese de quedar de lo que escribo.

    Porque escribir es viento fugitivo,
    y publicar, columna arrinconada.
    Digo vivir, vivir a pulso, airada-
    mente morir, citar desde el estribo.

    Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro,
    abominando cuanto he escrito: escombro
    del hombre aquel que fui cuando callaba.

    Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra
    más inmortal: aquella fiesta brava
    del vivir y el morir. Lo demás sobra.

    A Antonio Buero Vallejo, dramaturgo, los escenarios no le hacen justicia (véase La dignidad de Bueron Vallejo, por Gregorio Morán). Algunas de sus obras de teatro constituyen el núcleo del teatro más empeñado y honesto de la sombría posguerra española, así la Historia de una escalera o Un soñador para un pueblo, y otras, como La detonación (recreación del suicidio de Mariano José de Larra), deberían entenderse como una dolorosa proyección del propio espíritu de Buero Vallejo, condenado como dramaturgo a escribir maniatado en tiempos difíciles. En cualquier caso, ya que no es fácil verlas representadas, los lectores pueden emocionarse con estas obras leyéndolas.

    Ahora bien, si las referencias a Blas de Otero y a Buero Vallejo son cada vez más escasas en los libros de bachillerato (la propia literatura ha ido menguando su papel en el currículum académico), las dedicadas a Juan Eduardo Cirlot son prácticamente inexistentes. Su aventura literaria como poeta trata de llegar más allá del horizonte al que se orientaban los poetas españoles de su tiempo, demasiado ceñidos a parámetros más tradicionales. La suya es una poesía que puede calificarse de vanguardista en tiempos en que la vanguardia estaba proscrita, sobre todo su serie de poemas del Ciclo Bronwyn. Sus poemas rehúyen la comodidad y a veces pueden parecer un mero juego fonético sin demasiado sentido, pero su concepto de la poesía estimula el interés de quien no se conforma con la literatura convencional. He aquí uno de sus sonetos de contenido mítico y simbólico:

    A OSIRIS

    Repartido en pedazos y en lamentos,
    repartido en países y en canciones,
    repartido en lejanos corazones,
    repartido en profundos monumentos.

    Repartido en obscuros sentimientos,
    repartido en distintas emociones,
    repartido en palabras y oraciones,
    repartido y perdido en los momentos.

    Heredero del tiempo y del espacio,
    víctima de transcursos y distancias,
    ser en seres deshecho y repartido.

    Yo busco tu hermosura y tu palacio,
    tu boca de rubíes y fragancias
    para reunirte solo en un gemido.

  2. Tras leer esta entrada, descubrir autores que desconocía hasta el momento e investigar un poco en algunos de los documentos que hay compartidos, me gustaría hablar de Italo Calvino.

    No he podido evitar leer su ensayo, “¿Por qué leer a los clásicos?”, y coincidir en algunos puntos, sobre todo en los que menciona la edad del lector como posible factor determinante a la hora de leer a un autor clásico, pues a veces me pregunto si no sería mejor esperar unos años más para poder disfrutar de algunos. Pero después recuerdo otro de los puntos en los que coincido con Calvino, y es que leer un clásico cuando se es joven no significa perder esa lectura, sino poder ganarla al cabo de un tiempo con sensaciones nuevas, descubrimientos nuevos. Y es que, como el autor bien dijo, “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”.

  3. Mi opinión después de leer este artículo coincide con el ensayo de Italo Calvino.

    Él hace referencia a que la gente piensa que en la juventud no se aprecia o no se encuentra totalmente el significado que quiere transmistir un libro, pero que en la edad madura sí. Por eso muchas personas jóvenes no leen según qué libros, porqué piensan que no los van a entender. Es más, a mí me ha pasado en varias ocasiones.

    También creo que los jóvenes no leen libros clásicos porque piensan que son libros viejos que no deben explicar nada interesante, y prefieren leer libros que sean best sellers del momento. Aunque en los colegios se impongan lecturas obligatorias para potenciar la lectura de clásicos, algunos no cambiarán de opinión.

    Volviendo a Calvino, me gusta mucho la frase que dice: “toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera”, ya que siempre que releemos un libro descubrimos cosas que en la primera lectura no advertimos y que hacen que veamos el libro como si fuera uno nuevo.

  4. Al leer este escrito me doy cuenta de la cantidad de autores clásicos que ha habido en toda la historia si en solo un año se pueden recoger tantos escritores centenarios.
    Como muchos, de todos estos autores el primero que conocí fue Roald Dahl. Para mí, este autor puede que fuese el que me inició en mi gusto por la lectura. Comencé leyendo uno de sus libros y, como me gustó tanto, seguí cogiendo libros suyos de la biblioteca. Libro a libro me hizo aprender a empatizar más con los protagonistas y a meterme más en la historia. Aun ahora sigo recordando con mucho cariño estas obras. Espero que a lo largo de mi vida pueda seguir leyendo a autores como los mencionados en esta entrada y aprender tanto como hice con Roald Dahl.

  5. Este articulo me parece muy interesante por varias razones, una de ellas sería la cantidad de autores que cumplen su centenario este año. Al acabar la lectura he descubierto muchos autores que desconocía y que me han parecido muy interesantes.
    En mi opinión, los clásicos nunca pasan de moda, no por el hecho que sean novelas viejas o algo por el estilo, sino por el hecho de que son grandes obras que gustaron en su tiempo y siguen gustando actualmente. En el instituto hemos leído algún que otro clásico y al principio no nos acababa de convencer pero mientras avanzabas en la lectura te iba pareciendo más interesante (o también se puede dar el caso de acabar de leerlo sin entenderlo). Italo Calvino, con su frase “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”, nos da a entender que por muchas veces que leas un clásico, cada lectura será diferente, le darás importancia a cosas a las que no se la habías dado o simplemente sentirás nuevas sensaciones. En conclusión, los clásicos se deberían leer más de una vez para captar la esencia que sus autores quieren transmitir.

  6. Me gratifica saber que sigue habiendo gente como yo que idolatra la literatura clásica y que por lo tanto sigue haciendo accesible la iniciación a esta con blogs como este, que no solamente nos ayudan a conocer autores clásicos, sino que nos argumentan por qué siguen teniendo ese peso cientos de años después de ser escritos.
    Hay gente que jamás entenderá la importancia de los clásicos, siempre estaremos rodeados de personas que se pregunten: “¿Para qué me sirve leer un libro que se escribió cientos de años atrás? Es totalmente inútil, los autores que escribieron esos libros jamás entenderían mi situación puesto que yo me encuentro en otro siglo”, lo que esta gente no entiende es que ellos son los que jamás entenderán que el ser humano es ser humano en todos los siglos, y que por más que pasen los años, estos siempre serán movidos por los mismos intereses y ambiciones que los caracterizan, por lo tanto, la literatura clásica nos enriquece en muchos aspectos, y uno de ellos es la manera en la que nos ayuda a entender el comportamiento de los demás.
    La magia de la literatura clásica es que jamás envejece.

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